El segundo benefactor de Santa Clara.
Hurtado de Mendoza[1]
Ya Santa Clara beneficiaba de las virtudes de constructor del Padre Conyedo
cuando nació en 1724 quien sería su discípulo. Corría octubre cuando a Don Juan
Hurtado de Mendoza y a Doña María Veitía les nació un niño al que llamaron
Francisco Antonio. Creció en el pueblo que aún no llegaba a ocupar todo los
terrenos entre sus dos ríos y recibió instrucción primero en la villa y luego
en la capital.
Mientras estudiaba en La Habana, quedó huérfano de padre. Los escasos
recursos de Doña María Veitía no permitían que Francisco Antonio, casi
terminando los estudios, abriera curato y obtuviera rentas. Tuvo su madre que
hacer grandes sacrificios y pedir ayuda a parientes y a otras personas para que
el hijo pudiera finalizar los estudios como sacerdote. En la universidad
habanera de San Gerónimo obtuvo el grado de bachiller en Filosofía, poco antes
de haber recibido las órdenes en diciembre de 1748. Entre 1748 y 1761, Hurtado
de Mendoza ejerció su ministerio en la
parroquia. En 1761 fue nombrado cura beneficiado y como tal ejerció hasta 1769.
El Cabildo de Santa Clara, en esa década del 1760, comenzó la construcción
del Hospital de San Lázaro, pero falto de recursos no pudo continuar la obra.
El hospital, un asilo de caridad para socorrer a los enfermos y menesterosos,
fue terminado en 1766 por la perseverancia del presbítero, la misma
perseverancia con la que pudo recibirse como sacerdote.
Aunque siguió llamándosele Padre Hurtado, el sacerdote renunció a las órdenes
en 1769. No obstante ésta renuncia, el presbítero no cesó de entregarse por
entero a su pasión por la generosidad para la consecución de obras, y a su
pasión por el magisterio.
Hurtado de Mendoza prestó toda su ayuda para que la ermita de la Pastora
avanzara en su ejecución, pero no logró verla terminada, y sabiéndose enfermo,
dos años antes de morir, fundó una capellanía y dejó un capital al sacerdote
que de ella se encargara, así como obras de su propiedad para la futura nueva
iglesia.
Apasionado de la enseñanza a ella dedicó todos sus esfuerzos y economías.
En 1794, fundó la escuela para niños “Nuestra Señora de los Dolores”. El Padre
Hurtado fue el gestor de la obra de instrucción y educativa de la escuela por
la que pasaron y se formaron muchas generaciones de santaclareños, la “Escuela
Pía”. El edificio, de grandes proporciones, lo edificó a sus espensas y a él
consignó gran parte de sus rentas. Cuanto hizo, fue para que la escuela
subsistiera y nada faltara. Programas de estudio, las reglas de orden interior,
la manera de obtener fondos para su fomento, y el mantenimiento del edificio
fueron una constante en la vida del institutor, que no perdió un minuto para su
atención y cuidado.
Muy enfermo y casi en los albores de su partida, Hurtado de Mendoza
continuó visitando el instituto que había fundado. El hombre, virtuoso por sus
ideas progresistas de la instrucción, murió un día invernal de marzo de 1803,
habiendo pedido antes de ser enterrado en la Parroquial Mayor. Legó una parte
de sus bienes a su familia, libertó a sus esclavos, les dejó a cada uno de
ellos, terreno para levantar sus casas, otra parte a la institución de
enseñanza que había fundado y el resto al término de la Pastora y a su culto.
Poco se conoce de la perseverancia y piedad de este hombre sencillo, que se
entregó en cuerpo y alma a su ministerio sacerdotal y al magisterio. Nuestra
Señora de los Dolores, Escuela Pía de Santa Clara, que lleva hoy el nombre de
su fundador[2],
mantiene el principio de enseñar, adaptada a los cambios que a lo largo de 225
años de su creación ha visto desarrollar. Para honrar la memoria de Hurtado de
Mendoza, nada más digno que inscribir su nombre junto al Padre Juan de Conyedo
en el obelisco que el pueblo de Santa Clara les erigiera en 1886. ©cAc-2008
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