jueves, 27 de enero de 2011

Nouvelles de Santa Clara

Recién llego de la villa de Conyedo, de la ciudad de Marta, de la capital villaclareña, de la que también es mi ciudad, siempre enclavada entre dos ríos, el Bélico y el Cubanicay, protegida por su tamarindo legendario. Santa Clara, tierra de patriotas, de ilustres maestros, tierra de pilongos. Sigue el curso de la vida, de sus habitantes, siempre prefiriendo la calle a la acera, lo mismo en sus calles apacibles que en aquellas compartidas por alguna que otra guagua, autos, bicicletas, motos, bici-taxis y carretones de caballos, -los carretones remplazaron a los coches aunque la gente sigue llamando cocheros a sus conductores. Santa Clara, mucho más limpia de lo que puedan algunos imaginar, pero ambientalmente marcada por el estiércol de caballo y el insoportable olor a orine, en esas céntricas esquinas convertidas en parada de inicio y término de los guaguarretones. La ciudad, como rueda de una maquinaria humana, extiende sus dominios, asfalta sus calles –desgraciadamente no todas entran en el sorteo!, evoluciona, para bien y para mal, y por consiguiente, involuciona. Sueña con parques, hoteles, tiendas, las obras comienzan, y por uno y otros azares, se inscriben en el olvido, otras progresan lentamente, y otras se convierten en vergüenza de sus habitantes, o de muchos de sus habitantes. A otros les da igual. Prolifera la falta de civismo, el abandono, la falta de reflexión, el egoísmo. Digo egoísmo y me refiero a aquellos que piensan solo en su problema y participan en la depredación urbana de la ciudad. Nuevas tendencias en materiales y en formas de rehabilitación urbana no autorizadas traen consigo el fin de la armonía de sus fachadas. Lajas, mosaicos, ornamentos, molduras y la reconversión de salas en garajes tienen en jaque a las autoridades encargadas de velar por el cuidado del patrimonio. Los ríos siguen siendo eternos basureros de escombros, basureros alimentados por inescrupulosos vecinos, cañadas, arroyos y ríos siguen alimentando el curso de sus débiles aguas con el continuo desagüe albañal y del alcantarillado. Orgullosos de su equipo de pelota, identificado por el naranja, los santaclareños asisten, boquiabiertos, a la explosión “orange” diseminada por la ciudad. La circulación alrededor del parque sigue semi-abierta o semi-cerrada, como usted prefiera. Salvo para las fuerzas del orden, que se desplazan a su libre albedrío. Las librerías tienen poco que ofrecer a lectores exigentes, pero siempre habrá un motivo para entrar y husmear en los anaqueles de la Pepe Medina o tomar algo en el Café Literario. Los clubes nocturnos y las discotecas no se vacían de su habitual fauna. Otros preferirán asistir a las funciones del teatro La Caridad, de la sala Caturla, del museo de Artes Decorativas, de la Casa de la Ciudad casi en ruinas pero activa su salita de conciertos a la que se entra por el callejón de La Palma, al Mejunje ampliado con su galería, su sala de teatro y su taberna, o a Artes Escénicas. Los barrios alrededor del centro (evitaré ahora decir periféricos) continúan en su letargo. Capiro, Cerro Calvo y la Melchora vigilan desde sus modestas alturas el ir y venir de los pilongos, abrigados y con bufandas, porque el invierno se dejó sentir, con brumas mañaneras, aire cortante, y la perpetua humedad, calles desiertas al caer el sol y termómetros marcando 5°. Esta parrafada es un aperitivo, en el que olvido tragos, jugos y otras futilidades que como plato fuerte les presentaré próximamente. Mientras, les presento a la ciudad de Marta, a vista de gavilán…©cAc




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