martes, 9 de febrero de 2010

Interior de casa (IX) Casona de San Pedro y Real



Esta vez, no pasaremos el portón de entrada. La visita se quedará en el sueño de una visita. El interior no nos será revelado, quizás en otra ocasión. No haré alusión a “quinta” como tipología de la casa. Más bien, una casona. Ese tipo de casa campestre medio urbana, medio rural, alejada del centro, rodeada de terrenos aún no parcelados, a proximidad de un arroyo, y a dos pasos de un río. Insertada en ese cuadro fue levantada la casa. Estamos en el punto donde se cruzan la calle Real y la de San Pedro. En la esquina suroeste, el frente bañado por el amanecer. Caserón de finales del XIX remozado a principios del XX. De hecho, una casa neocolonial, influenciada notablemente por las construcciones sudistas de los Estados Unidos. O una construcción sudista con influencia colonial cubana. Es probable que haya querido borrar la decrepitud tratando de darle colores y repellos a sus ladrillos desnudos. No es la primera vez que le hago fotos. Siempre de pasada. Ahora lo hago expresamente, y con cierto bochorno porque hacer fotos despierta el interés de las vecinas que descubren a alguien merodeando por allí con no se sabe qué intenciones. Pero tampoco tengo que justificarme, ni decirle que hago fotos mientras espero que a la vuelta de la esquina me arreglen la bicicleta. La propiedad está protegida por una verja que va del extremo izquierdo por San Pedro y voltea en Real hasta la mitad de la casa, luego sigue un muro, que impide toda visibilidad al interior.
La verja de hierro no lleva caprichos de forja, está sostenida por columnas ornamentadas por copas, -sólo falta una!, y dos de las columnas hacen de portón de entrada, justo frente a la puerta principal de la casa. Un ancho espacio cementado lleva al portal, que como toda la morada, es más alto que el nivel del terreno, y del de la calzada. El portal, la misma cobija de la casa, techo de tabloncillo y cubierta de tejas, rodeado por balaustres decorados sur elevados y cuatro columnas de hierro sosteniendo el frontispicio triangular. Justamente el portal es la pieza que le da carácter a la casa, de planta cuadrada, cuya cornisa con balaustres ya ha comenzado a desplomarse. Las paredes laterales de la casa tienen ocho ventanas también protegidas con rejas de hierro y al abrigo de la intemperie por sendos portales, yo diría, aleros, aunque de una talla excepcional, pues en lugar de columnas, se sostiene por brazos de hierro incorporados en los muros. Los elementos de forja que guarecen las puertas ventanas de la fachada y el vitral de la puerta de entrada son verdaderos bordados. Y nos queda por detallar el toque verde de la casona, lujuriante si lo comparamos con la quinta del Paseo de la Paz. Palmeras, adelfas, crotos, -ovalados y rizados, arecas, cucaracha morada, lenguas de vaca, -cebradas y de las fileteadas en amarillo, cactus, y hasta higos de Barbarie! Una profusión de colores que les ofrezco en imágenes. Podríamos hacer algo por ayudar en la conservación de casas como esta? Polemicemos para avanzar. ©cAc

sábado, 6 de febrero de 2010

La Ceibita, sitio histórico de Santa Clara


El tamarindo que se alza en el Parque del Carmen, abrazado por el monumento a las familias fundadoras de Santa Clara, representa el centro fundacional de la tricentenaria villa. Una cubanísima ceiba fue el árbol elegido por el Club Juan Bruno Zayas para señalar y no olvidar el lugar por donde los mambises entraron a Santa Clara el último día de aquel año que marcó el fin del colonialismo español en la Isla. Ese 31 de diciembre, el joven general del Ejército Libertador, José de Jesús Monteagudo, al mando de una división de fuerzas insurrectas, cortó la alambrada con la cual las fuerzas españolas intentaban proteger la ciudad. Terreno “sabanoso”, polvoriento y “amaniguado” aquel al oeste de la ciudad que viera entrar a los libertadores. Y “Libertadores” nombraron los villaclareños al camino viniendo de los arrabales del sur y que desembocaba en la prolongación de la calle Calvario, y que en dirección al centro fue bautizada como avenida de la Libertad, nombre que precedió al actual.
Una ceiba joven plantada en un redondel de tierra, destinada a crecer protegida por una reja de hierro de cuatro lados sostenida por cuatro columnas bajas. Así se mantuvo el sitio hasta su remozamiento en 1947, por iniciativa del entonces alcalde de Santa Clara, Juan Artiles López. Conviene anotar que en los primeros años de la República, y luego de la desaparición física de Marta Abreu, la calle Calvario fue rebautizada con el nombre de la patricia villaclareña y su prolongación al pasar el río, fue convertida en el tramo de la carretera Central hacia occidente. El modesto monumento quedó pegado por la banda sur a la carretera, y nada más razonable, -tratándose de una vía destinada a ser el camino principal y moderno de una punta a otra de la Isla, fue la iniciativa del alcalde Artiles de elevar el valor monumental del sitio. Se aprovechó entonces todo el redondel de tierra, construyéndosele un muro enchapado con piedras cortadas, a manera de cimiento, -ancho como para poder sentarse, y encima un muro más estrecho sobre el cual fue instalada una reja de hierro forjado, -muy parecida a la utilizada en la protección original, empalmada a siete columnas, dos de las cuales sirviendo de acceso al interior del monumento, provisto ésta vez de una verja de hierro, dando a la carretera Central. Originalmente no se le concibió iluminación utilizando lámparas, pero sí un asta suficientemente alto como para que la bandera cubana pudiera ondear sin trabas. En la acera al exterior del carrusel, fueron colocados bancos para descansar.
Delante de la ceiba, y con vista a la carretera, fue colocado un segundo monumento, a la memoria del general José de Jesús Monteagudo, cuyo rostro esculpido en bronce es de la autoría de la reconocida artista cubana, Rita Longa. La talla está incorporada sobre un muro delgado en cuya base fueron colocadas, la tarja del monumento primitivo y aquella que marca la restauración hecha en 1947. El sitio de La Ceibita, que fuera un día suburbano, y más tarde paso obligado al atravesar la isla y por supuesto la ciudad, urbanizada en ese eje, se encuentra hoy situado en un lugar cuya trama vial ha sido transformada, aunque no tanto el paisaje urbano. Menos visible, y de cierta manera, más abandonado. Y no es que me aferre a detallar siempre problemáticas que tienen que ver con el patrimonio, es que si no se atienden, se convierten en un verdadero problema. La ceiba, estaba destinada a crecer, y creció hasta convertirse en el hermoso árbol que marca la ruta de los Libertadores. Evidentemente, los muros podían ser el blanco del progreso de las raíces, que en una ceiba son de talla importante. Una fisura es visible en la parte izquierda del muro en sus dos niveles. El asta para la bandera, desapareció, como desaparecieron los bancos. En una época no lejana fueron incorporados faroles colgados de brazos incorporados a los cinco muros que sostienen las rejas. La verja de entrada en hierro no tiene seguridad, -un candado es suficiente, y le falta un elemento inferior. No creo que se haya hecho un estudio a profundidad de la iluminación adecuada para un sitio en el que prevalece lo natural, y donde no era necesario incorporar mobiliario. Si observamos bien, hoy día no queda un solo farol colgado, y los brazos no son más que un elemento que afea al monumento. Si observamos además, el estado de limpieza del sitio, y me refiero al interior de los muros, nos percatamos que existe abandono, en gran medida por la falta de civismo ciudadano. Mucha gente confunde un lugar histórico con espacio para botar basura. Siendo la ceiba un árbol esencial en los rituales del panteón Yoruba, se puede encontrar a los pies de nuestro árbol en cuestión, ofrendas y atributos de la santería. No es basura evidentemente, pero tratándose de un sitio público y normalmente cerrado, no debería ser utilizado para depositar esas ofrendas. En resumen, hay un abandono que puede ser solucionado, emplazando a esas personas a llenarse de civismo ciudadano y respeto a si mismo; y aquel que puede desaparecer con el mantenimiento y la conservación periódica. Les dejo mapas y fotos como sostén visual del texto. ©cAc-2010
©cAc

viernes, 5 de febrero de 2010

Hostal de Olga Rivero




El barrio que rodea La iglesia de Nuestra Señora del Carmen, nació hacia 1713 en los predios de la loma de Francisco Alejo, y por entonces lo llamaban Barrio-nuevo. Casi trescientos años han pasado. El barrio, ahora llamado del Carmen, guarda ese aire de pueblito levantado a los pies de la primitiva ermita, y sus casas, transformadas y renovadas con el cursar de los años, le imprimen un sello de autenticidad, a diferencia de otros barrios de Santa Clara. A mí, particularmente, el barrio me transporta a épocas pasadas, y cuando visito la ciudad de Marta, -mi ciudad-, no es raro que camine hasta el parque, y me siente a la sombra de sus árboles. Tardes apacibles, y domingos matinales con repique de campanas. Noches de tertulias, porque la loma prodiga frescor a los lugareños. A un costado de la iglesia, en la cortísima calle Evangelista Yanes, una casa llama la atención por su fachada azul y el realce carmelita dado a sus balaustres y ornamentos, y las blanquísimas ventanas, extra anchas, con sus persianas francesas protegidas por rejas de hierro. La casa es el número 20 de la calle, y ningún cartel rompe su encanto anunciando que está presta a recibir huéspedes. En efecto, la vivienda, y lo confirma el discreto logo adosado en su enorme puerta principal, es el Hostal de Olga Rivero.


Una visita a la casa, motiva para quedarse en Santa Clara. Para los amantes del gesto caluroso y la sonrisa amable, no hay mejor refugio que esa casa neocolonial con excelentes prestaciones. Un patio interior que desborda de verde y trinos, hace las delicias de una siesta reparadora, aún más si el reposo tuvo una hamaca como cama. Los orígenes de la casa se remontan a mediados del XVIII, y como buena parte de las viviendas de la ciudad, fueron ejecutándosele renovaciones a medida que el progreso y las necesidades familiares lo exigían. El salto de casa colonial a neocolonial lo dio en la primera mitad del siglo pasado, cuando la fachada se irguió ocultando el puntal alto de sus habitaciones con vista a la calle e incorporó frisos y molduras que destacan la división de las tres primeras piezas. Primeramente el zaguán, por el cual se accede al salón, a la derecha, y a la saleta, por una trabajada puerta en hierro forjado. También desde el zaguán, una escalera lleva a la planta superior y a la terraza, desde donde el campanario de la iglesia, veteado al final de la tarde por el sol en escapada, y la tranquilidad que emana el parque visto desde lo alto, doblan el confort de la vivienda. Las habitaciones interiores conservan su techo de tabloncillo y todas, los hermosos pisos de mosaicos importados de Europa y Turquía en los primeros años republicanos. El Hostal de Olga Rivero presta todos los servicios necesarios para una estancia sin preocupaciones, y cosa poco común, en la oferta hostelera de la villa, el hostal se comunica por un pasaje interior, al Hostal de Zaida Barreto - Santa Clara, lo que permite un espacio común y más amplio cuando los huéspedes quieren mantenerse en cercanía. Dos casas, dos hostales, un mismo estilo, en un barrio que lleva el sello de la historia urbana de Santa Clara, con su tamarindo, protector de aquellos remedianos que se detuvieron en su fronda para decir la misa fundacional. ©cAc


  

martes, 2 de febrero de 2010

Interior de casa (VIII) Quinta del Paseo de la Paz



De vez en cuando, si pasaba delante, y llevaba conmigo le cámara, intentaba hacer alguna foto. Otras, pasaba por la acera del frente, la miraba intentando descubrirla como cuando se descubre una hoja de almanaque amarillenta haciendo de marca libros, y sentía la misma sensación que aquella vez cuando entré de la mano de mi padre. Entonces entramos por la verja de entrada principal. Del jardín se escapaba un tufillo a hierbabuena y había brujitas primaverales por todas partes. Yo me quedé mirando un nido de gorriones anidando en un alero del portal y vi a mi padre con una taza de café en la mano. Comenzaba la década del 70’. La quinta entonces estaba en mejor estado y alguien se ocupaba del jardín… He vuelto a pisar los mosaicos hermosos de la quinta, con otros ojos y menos sensaciones.
Llamé desde la calle y de la puerta de la casa a la derecha salió una cabeza blanca y despeinada y me dijo que por ahí nadie me iba a abrir, que fuera por el fondo. Para entrar por el fondo hay que ir a Misioneros y empujar una puerta de hierro herrumbrosa, que alguna vez estuvo pintada de amarilla. Me indicaron una puerta y no llegué a tocar, pues iba a salir alguien. Me presenté, y fui directamente al grano, les dije quién era y lo que me llevaba allí. Gente muy pobre, muy amables, muy educados. Me dejaron deambular por la casa, hacer fotos, todas las que quisiera, y tan abiertos que me cohibía cada vez que iba a apretar el obturador de la cámara. Al café, mezclado, cubanísimo, no pude negarme, y les prometí volver, y mostrarles que la casa aparece en mi tesis sobre la vivienda urbana en Cuba. La casa, que fue una quinta construida a finales del XIX, es de las pocas de su tipo en pie al interior de la ciudad. Fue levantada en el camino que llevaba hacia el Escambray, cuando el sector comenzaba a urbanizarse. Como ella existieron numerosas quintas, de diferente factura. Todavía pueden verse portales de esa época, a medida que se avanza por el paseo en dirección al sur. Una de las quintas más hermosas fue la conocida como “quinta de Dieguito”, de la que no queda absolutamente nada, pero esa historia tendrá su momento en este blog.
La que nos retiene, el 117 del Paseo de la Paz, resiste a los embates del tiempo y del abandono, por falta de recursos. El deterioro se ve a simple vista, un deterioro que pudiera detenerse si pensáramos en el valor que representa para el patrimonio urbano. Una casa quinta que cuando desaparezca, se llevará con ella un pedazo de historia urbana, de aquellos tiempos en que la ciudad crecía, y salía más allá del término de sus calles tradicionales. La casa está construida por encima del nivel de la calzada, y se accede por modestos escalones que terminan en el portal, que como la casa, viste sus pisos de hermosos mosaicos. Rampa y baranda de hierro forjado, con pasamanos de madera, las columnas originales con trabajos de carpintería, otras han sido remplazadas por tubos de hierro que se encargan de evitar el desplome. El maderaje del techo del portal, todavía con la pintura amarilla de época. Muros de mampostería y madera, ventanas y puertas-ventanas austeras, con ventanillas incorporadas y bonitos enrejados con reposabrazos incorporados. Techos altos de tabloncillo sobre viguetas finas y la parte delantera de la casa con un falso techo, también de tabloncillo machihembrado. El techado exterior, de tejas criollas. Confiemos en la misericordia del tiempo para con la casa, y esperemos que la quinta recupere el esplendor de sus mejores días! ©cAc


  

lunes, 1 de febrero de 2010

Interior de casa (VII) Marta Abreu N° 122



Me complace presentarles una de las vidrieras interiores mejor conservadas de Santa Clara, y que además, si bien sigue el modelo de lucetas rectangulares incorporadas en la parte superior de un ventanal divisorio entre saleta, pasillo y patio, éstas fueron incorporadas sobre un trabajo de madera, que además de separar, permite la ventilación. Evidentemente, pude notar cambios. La vidriera estaba compuesta de tres lados, que formaban una cerca vidriada alrededor del patio como respiro de la casa. La parte dando a la estancia del fondo, que fue el comedor, desapareció al utilizarse para otra función (una oficina?). Fue construida una pared y se le incorporaron dos ventanas de persianas. El número 122 de la actual calle de Marta Abreu, -tal como su vecino de la derecha, ocupa una casa neocolonial, que fuera reconstruida al final del siglo XIX y luego incorporó los detalles de su aspecto actual en los albores del XX. La fachada, con ornamentos decorativos propios de la época en que la calle Calvario cambiaba su imagen, se compone de una puerta de entrada y tres grandes ventanas con lucetas superiores y persianas a la francesa, las tres, protegidas por hermosas rejas-ventanas cuyas hojas abrían hacia el interior. El inmueble debe haber sufrido una división, pues la reja de la tercera ventana hacia la izquierda fue, siguiendo el espacio como abertura, cortada para permitir una entrada a la casa por ella. También en la fachada se observa enel extremo izquierdo, una abertura protegida por una reja de cabilla, que debe haber sido la plaza donde estuvo instalado un equipo de aire acondicionado. Zaguán con alta puerta de arcada como acceso a la saleta, con hermoso enrejado en hierro trabajado en su parte superior. En la pared izquierda del zaguán, una puerta enrejada nos hace visible el salón de recibo, al que también se accede desde la saleta. Los cuatro dormitorios y el cuarto de baño, corridos, ocupan el ala izquierda de la casa, y puede pasarse de una a otra habitación sin necesidad de salir al pasillo exterior, al que se sale desde la saleta y desemboca en el comedor-cocina. El ventanal con lucetas da luz y frescor a la saleta y al comedor. Los pisos de las piezas hacen parte del abanico de formas y colores que pueden verse en las casas de Santa Clara, toda la casa está cobijada con tejas criollas, sobre una sólida carpintería de vigas y viguetas trabajadas en sus extremos, y el área que ocupan el zaguán, la sala y la saleta, está ornamentada por un falso techo con diminutas molduras cuadradas. Las fotos fueron tomadas un domingo después del mediodía. Yo pasaba por casualidad, y la puerta abierta me hizo ver el rojo sangre de los vidrios. Entré. Una muchacha cumplía su “guardia obrera” detrás de un buró “de recepción” instalado en la saleta pero mirando hacia la calle. Le expliqué que me interesaban las casas de la ciudad, y que me gustaría fotografiar las lucetas. Las ventanas y nada más, -me dijo, y en eso vino del fondo del inmueble, su esposo que la acompañaba. Algo es algo, -me dije, y traté de llevarme una idea del caserón, para hacer el croquis que les presento, pero cuya imaginación es bastante cercana a la planta real. La casa de la derecha, el N° 120, es similar a la que nos retiene. ©cAc

©cAc-2009