De vez en cuando, si pasaba delante, y llevaba conmigo le cámara, intentaba hacer alguna foto. Otras, pasaba por la acera del frente, la miraba intentando descubrirla como cuando se descubre una hoja de almanaque amarillenta haciendo de marca libros, y sentía la misma sensación que aquella vez cuando entré de la mano de mi padre. Entonces entramos por la verja de entrada principal. Del jardín se escapaba un tufillo a hierbabuena y había brujitas primaverales por todas partes. Yo me quedé mirando un nido de gorriones anidando en un alero del portal y vi a mi padre con una taza de café en la mano. Comenzaba la década del 70’. La quinta entonces estaba en mejor estado y alguien se ocupaba del jardín… He vuelto a pisar los mosaicos hermosos de la quinta, con otros ojos y menos sensaciones.
Llamé desde la calle y de la puerta de la casa a la derecha salió una cabeza blanca y despeinada y me dijo que por ahí nadie me iba a abrir, que fuera por el fondo. Para entrar por el fondo hay que ir a Misioneros y empujar una puerta de hierro herrumbrosa, que alguna vez estuvo pintada de amarilla. Me indicaron una puerta y no llegué a tocar, pues iba a salir alguien. Me presenté, y fui directamente al grano, les dije quién era y lo que me llevaba allí. Gente muy pobre, muy amables, muy educados. Me dejaron deambular por la casa, hacer fotos, todas las que quisiera, y tan abiertos que me cohibía cada vez que iba a apretar el obturador de la cámara. Al café, mezclado, cubanísimo, no pude negarme, y les prometí volver, y mostrarles que la casa aparece en mi tesis sobre la vivienda urbana en Cuba. La casa, que fue una quinta construida a finales del XIX, es de las pocas de su tipo en pie al interior de la ciudad. Fue levantada en el camino que llevaba hacia el Escambray, cuando el sector comenzaba a urbanizarse. Como ella existieron numerosas quintas, de diferente factura. Todavía pueden verse portales de esa época, a medida que se avanza por el paseo en dirección al sur. Una de las quintas más hermosas fue la conocida como “quinta de Dieguito”, de la que no queda absolutamente nada, pero esa historia tendrá su momento en este blog.
La que nos retiene, el 117 del Paseo de la Paz, resiste a los embates del tiempo y del abandono, por falta de recursos. El deterioro se ve a simple vista, un deterioro que pudiera detenerse si pensáramos en el valor que representa para el patrimonio urbano. Una casa quinta que cuando desaparezca, se llevará con ella un pedazo de historia urbana, de aquellos tiempos en que la ciudad crecía, y salía más allá del término de sus calles tradicionales. La casa está construida por encima del nivel de la calzada, y se accede por modestos escalones que terminan en el portal, que como la casa, viste sus pisos de hermosos mosaicos. Rampa y baranda de hierro forjado, con pasamanos de madera, las columnas originales con trabajos de carpintería, otras han sido remplazadas por tubos de hierro que se encargan de evitar el desplome. El maderaje del techo del portal, todavía con la pintura amarilla de época. Muros de mampostería y madera, ventanas y puertas-ventanas austeras, con ventanillas incorporadas y bonitos enrejados con reposabrazos incorporados. Techos altos de tabloncillo sobre viguetas finas y la parte delantera de la casa con un falso techo, también de tabloncillo machihembrado. El techado exterior, de tejas criollas. Confiemos en la misericordia del tiempo para con la casa, y esperemos que la quinta recupere el esplendor de sus mejores días! ©cAc
Yo naci en el Paseo de la Paz No.157 o sea a una cuadra de la casa quinta y en los 50 recuerdo era de la familia PARDO 9No se si fueron desendientes de los originales) y en la parte posterior existio una dulceria con su horno de leña y ladrillos rojos (que los Pardos alquilaban) y alli se especiabilizaban en hacer lo hoy llaman PIE(pay) de guayaba que vendian por la enormidad de 40 centavos el Pie. Tambien anexo a la dulceria tenian como cuatro garajes como para 4 autos que tambien alquilaban.Hoy tengo 79 años y les hablo de mis 10 años mas o menos.
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