El tamarindo que se alza en el Parque del Carmen, abrazado por el monumento a las familias fundadoras de Santa Clara, representa el centro fundacional de la tricentenaria villa. Una cubanísima ceiba fue el árbol elegido por el Club Juan Bruno Zayas para señalar y no olvidar el lugar por donde los mambises entraron a Santa Clara el último día de aquel año que marcó el fin del colonialismo español en la Isla. Ese 31 de diciembre, el joven general del Ejército Libertador, José de Jesús Monteagudo, al mando de una división de fuerzas insurrectas, cortó la alambrada con la cual las fuerzas españolas intentaban proteger la ciudad. Terreno “sabanoso”, polvoriento y “amaniguado” aquel al oeste de la ciudad que viera entrar a los libertadores. Y “Libertadores” nombraron los villaclareños al camino viniendo de los arrabales del sur y que desembocaba en la prolongación de la calle Calvario, y que en dirección al centro fue bautizada como avenida de la Libertad, nombre que precedió al actual.
Una ceiba joven plantada en un redondel de tierra, destinada a crecer protegida por una reja de hierro de cuatro lados sostenida por cuatro columnas bajas. Así se mantuvo el sitio hasta su remozamiento en 1947, por iniciativa del entonces alcalde de Santa Clara, Juan Artiles López. Conviene anotar que en los primeros años de la República, y luego de la desaparición física de Marta Abreu, la calle Calvario fue rebautizada con el nombre de la patricia villaclareña y su prolongación al pasar el río, fue convertida en el tramo de la carretera Central hacia occidente. El modesto monumento quedó pegado por la banda sur a la carretera, y nada más razonable, -tratándose de una vía destinada a ser el camino principal y moderno de una punta a otra de la Isla, fue la iniciativa del alcalde Artiles de elevar el valor monumental del sitio. Se aprovechó entonces todo el redondel de tierra, construyéndosele un muro enchapado con piedras cortadas, a manera de cimiento, -ancho como para poder sentarse, y encima un muro más estrecho sobre el cual fue instalada una reja de hierro forjado, -muy parecida a la utilizada en la protección original, empalmada a siete columnas, dos de las cuales sirviendo de acceso al interior del monumento, provisto ésta vez de una verja de hierro, dando a la carretera Central. Originalmente no se le concibió iluminación utilizando lámparas, pero sí un asta suficientemente alto como para que la bandera cubana pudiera ondear sin trabas. En la acera al exterior del carrusel, fueron colocados bancos para descansar.
Delante de la ceiba, y con vista a la carretera, fue colocado un segundo monumento, a la memoria del general José de Jesús Monteagudo, cuyo rostro esculpido en bronce es de la autoría de la reconocida artista cubana, Rita Longa. La talla está incorporada sobre un muro delgado en cuya base fueron colocadas, la tarja del monumento primitivo y aquella que marca la restauración hecha en 1947. El sitio de La Ceibita, que fuera un día suburbano, y más tarde paso obligado al atravesar la isla y por supuesto la ciudad, urbanizada en ese eje, se encuentra hoy situado en un lugar cuya trama vial ha sido transformada, aunque no tanto el paisaje urbano. Menos visible, y de cierta manera, más abandonado. Y no es que me aferre a detallar siempre problemáticas que tienen que ver con el patrimonio, es que si no se atienden, se convierten en un verdadero problema. La ceiba, estaba destinada a crecer, y creció hasta convertirse en el hermoso árbol que marca la ruta de los Libertadores. Evidentemente, los muros podían ser el blanco del progreso de las raíces, que en una ceiba son de talla importante. Una fisura es visible en la parte izquierda del muro en sus dos niveles. El asta para la bandera, desapareció, como desaparecieron los bancos. En una época no lejana fueron incorporados faroles colgados de brazos incorporados a los cinco muros que sostienen las rejas. La verja de entrada en hierro no tiene seguridad, -un candado es suficiente, y le falta un elemento inferior. No creo que se haya hecho un estudio a profundidad de la iluminación adecuada para un sitio en el que prevalece lo natural, y donde no era necesario incorporar mobiliario. Si observamos bien, hoy día no queda un solo farol colgado, y los brazos no son más que un elemento que afea al monumento. Si observamos además, el estado de limpieza del sitio, y me refiero al interior de los muros, nos percatamos que existe abandono, en gran medida por la falta de civismo ciudadano. Mucha gente confunde un lugar histórico con espacio para botar basura. Siendo la ceiba un árbol esencial en los rituales del panteón Yoruba, se puede encontrar a los pies de nuestro árbol en cuestión, ofrendas y atributos de la santería. No es basura evidentemente, pero tratándose de un sitio público y normalmente cerrado, no debería ser utilizado para depositar esas ofrendas. En resumen, hay un abandono que puede ser solucionado, emplazando a esas personas a llenarse de civismo ciudadano y respeto a si mismo; y aquel que puede desaparecer con el mantenimiento y la conservación periódica. Les dejo mapas y fotos como sostén visual del texto. ©cAc-2010
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