viernes, 20 de noviembre de 2009

De Paris a Florencia… La Toscana* (M. Gómez y M. Abreu)

Los cambios urbanísticos que se ejecutaron en Santa Clara en el año de 1965 permitieron a los pilongos trasladarse de Paris a Florencia sin ausentarse de la ciudad. Otro toque de magia en el que la desaparición de un edificio era real, como real era aquel que lo remplazaba. Adiós a otra esquina colonial de la ciudad, sumergida en una fiebre “modernizadora” que ningún termómetro sensato fue capaz de bajar. La esquina no era otra que los 565 m² que ocupaba el “Parisién”, en una construcción, que si bien había contemplado cambios desde sus orígenes, hablaba de los días fundadores de la villa. El solar, como los cuatro que componen esa manzana, hacia 1850 estaba en manos de la Comisión local de instrucción primaria, la cual se esforzaba por hacer construir un nuevo edificio para la Escuela Pía. Sin embargo, las dificultades financieras del Cabildo, hicieron que en lugar del Instituto, se pensara en la edificación de una Plaza de Mercado. Este proyecto de mercado no creció, y entonces los dichos solares, -que obviamente, estaban construidos-, fueron cedidos en propiedad en octubre de 1856 a D. Pedro Nolasco Abreu, -padre de nuestra ilustre benefactora Marta Abreu-, y a D. Juan Jova por la suma de 3042 pesos.
Fue en la segunda mitad del XIX que la casa de muy alto puntal, con caída y fachada principal hacia la calle Carmen, sufrió una remodelación, tal como su vecina de la derecha, entonces Diputación Provincial, y así se mantuvo hasta principios del XX, en que los propietarios renovaron su fachada, sin deteriorar su aspecto colonial, pero manteniendo una armonía en altura y estilo de los únicos dos inmuebles entre la calle Marta Abreu y la cortísima calle que se llamara Renacimiento.

“El Parisién”, cafetería y dulcería que abrió sus puertas en la década del 50’, era una esquina viva y con sobrada vida social, pero fue blanco de las políticas urbanas revolucionarias en que las demoliciones, construcciones en tiempo récord y cumplimientos de metas por visitas de rigor se impusieron al ritmo cotidiano de la ciudad. En efecto, corría 1965, y la ciudad de Santa Clara había sido elegida como sede del acto nacional para recordar el asalto al cuartel Moncada. Para los “festejos”, se decidió demoler “viejos edificios” y construir “para embellecer”, para “equilibrar la escasez y carencia de diseños en áreas sociales”. Fue el regalo de cumpleaños que me hizo aquel acto cuando el 1° de julio de 1965, “El Parisién” se hizo polvo y cinco días después, comenzó la nueva obra. Durante veinte días, de sol a sol, y de luna a luna, 270 constructores trabajaron para dar término al “Toscana”, un restaurant de comida italiana en el corazón de Santa Clara, proyectado por urbanistas, arquitectos y trabajadores del IPF, del Micons[1] y del Init Una obra cuya estructura, columnas y vigas fueron fundidas in situ. Las losas de hormigón y las viguetas prefabricadas. Novedad para la esquina, el toque verde incorporado en el diseño.
 
El “Toscana”, cuarenta y cuatro años después, oralmente convertido en la “Toscana” porque el restaurante italiano hoy no es más que una escuálida pizzería, es un ejemplo vivo de las mutilaciones que vejan a una ciudad por caprichos, y de las mutilaciones que todo aquello sufre cuando a nadie le interesa la conservación en su más amplia definición. El deterioro que se observa es el generado por el abandono humano, la construcción es sólida, su fraguado y la utilización de materiales óptimos le concedió larga vida. Terraza techada a desniveles, abierta con columnas, jardineras, porshe de entrada voladizo, saliente hacia la calle, jardín con palmeras y una secuencia de ventanas asumiendo su responsabilidad de iluminación y ventilación.
La “Toscana”, del que ya nadie recuerda que tuvo un cartel lumínico en su fachada y mobiliario de design años 60, no es el espacio agradable al que se entra solo, acompañado por la familia o amigos para deleitarse con cualquiera de las especialidades de la península italiana. No, la “Toscana” es la esquina donde mucha gente de Santa Clara va para “ver que puede comer” cuando en sus casas no hay mucho más ni mucho menos. Y para ello tiene dos opciones, tener tiempo y suerte si quisiera sentarse en el “salón”, y acceder a otras ofertas, o simplemente, ir por la puerta de atrás, la de servicio, hacer la “colita” para comprar la pizza destinada a ese punto de venta, que la empleada –saya negra desteñida y blusa blanca ajada de grasa- traerá en una bandeja de aluminio grasienta, y que servirá en diminutos pedazos de cartón. Pizzas de queso, las más de las veces, pizzas de jamón, a veces… Y por esa misma puerta, si realmente quiere sentarse en el salón, y no quiere hacer la cola, con una buena propina, entrará de manera bien “discreta”, delante de los ojos de los que esperan la próxima bandeja de pizzas. Santaclareños que conocen el pase, y turistas, no se esconden para satisfacer sus estómagos.
El ala derecha del otrora restaurante italiano es una mezcla de bar con amenización musical, y que las guías de turismo se empeñan en llamar “Patio de la Toscana”, y cito: ...ideal por su posición casi frente al parque, vecino del teatro, y lugar de encuentro de numerosos estudiantes y pueblo, a los que usted podrá mezclarse para escuchar conciertos organizados o música tradicional en live, a partir de las 9 o 10pm y hasta pasada la medianoche. Un sitio a no dejar de ir en la ciudad.Insisto en ese “patio” toscanero, porque si bien pudiera servir para lo que fue concebido, es decir terraza del restaurante, ese incontornable paraiso, a un costado de La Caridad, hace daño a las funciones, piezas y espectáculos del teatro, y no pocas veces, los asistentes se han quejado de la incidencia de la música del bar mientras disfrutaban de una función nocturna.
La esquina, -que una vez requirió de semáforo- inaccesible a la circulación por las obras de la Cámara de Comercio, y limitado el paso peatonal, es la menos conflictiva y también tiene sus habitudes. Come en las otras dos, tanto por Máximo Gómez, como por Marta Abreu, se parquean los choferes de taxi, sobre todo aquellos que proponen las carreras a los centros nocturnos alejados del centro, y los bicitaxistas. Es una esquina de gran movimiento peatonal, hacia y desde el parque, en dirección al oeste, donde « El Mejunje » y la « terminal intermunicipal » son centros neurálgicos, y hacia la zona comercial del boulevard… ©cAc
*Esta crónica urbana de Santa Clara es fruto de la colaboración con HBN (http://arquitectura-cuba.blogspot.com/ ), y por cuya cortesía ha sido posible la inserción de imágenes auténticas del restaurante “Toscana”.
[1] Los proyectictas del ministerio de la Construcción fueron los arquitectos Raúl Chaell Lam, Ary Planas, Carmen Callón, Leandro Montes, Alberto Rodríguez, José Cortiñas y Juan Luis Caveda entre otros, que junto a los responsables de obras, Argelio Castellanos, Obdulio Millán, Armando González y Manuel López, también tuvieron a cargo las obras del restaurante Hanabanilla, del Soda Init y del restaurante Mar Init.

martes, 17 de noviembre de 2009

Nuestros predecesores

Hace un tiempo atrás, faenaba yo con el objetivo de mi cámara fotográfica, en un sitio de Santa Clara, cuando llegaron dos niños con su padre, y comenzaron a correr, a encaramarse y finalmente, a patear un balón contra el monumento. Yo, me pregunté de qué manera podía terminar mis fotos y convencer a los niños para que dejaran de golpear el monumento. Primero le pedí al padre que por favor, que si me ayudaba a controlar a los niños, yo podía terminar mi « trabajo », a lo que accedió gustosamente y además se interesó a la cámara, a las fotos, y con toda intención, dediqué tiempo a remarcar una pequeña tarja en la que podía leerse « Grupo de los Mil »
-qué significa « grupo de los mil », me preguntó, y aproveché para comentarle que era un comité de ciudadanos que buscaban la manera de salvaguardar la historia, de trasmitirnos la memoria, de cuidar lo que estaba hecho y de promover lo que no se tenía. Y sentí que algo lo había sensibilizado, por la manera en que le habló a los hijos, frente al busto del Apóstol.
Los saludé y dejé el Parque de los Mártires, cruzando la calle para andar Luis Estévez en dirección al parque (el Vidal, obviamente !) y seguir para mi casa.
Y como estoy convencido que el « Grupo de los Mil » no les dice nada a las actuales generaciones, e incluso a los contemporáneos conmigo, y hasta a gente mucho más cargada de años, aprovecho para recordar a ese grupo de vecinos santaclareños, que en enero de 1944 fundaron un comité con el propósito de ayudar a la comunidad, a través de obras de utilidad pública, inspirados en un ideal filantrópico por el bienestar social. Los iniciadores fueron el doctor Francisco González Cuesta y Gilberto Cardoso Garí.
En su labor ciudadana, el comité santaclareño se convirtió en una institución de reconocida importancia. Mucho antes de cumplir la primera década de creado, la ciudad se había beneficiado en obras por un monto de casi 42,000 pesos. Las inversiones contemplaban construcción de calles, erección y salvaguarda de monumentos, fachadas, y todo ello, empeñados en trasmitir la memoria a los que naceríamos años más tarde.
Si ve en algún sitio o monumento, la inscripción « Grupo de los Mil », recuerde que en la obra, está la huella del grupo ; o si el azar lo lleva a tropezarse en una puerta de calle, una inscripción « MIL-santa clara », es que en la vivienda vivía un miembro del comité.
Y como le debemos más que un instante de memoria, escribo el nombre de algunos de esos miembros del « Grupo de los Mil », que indiscutiblemente, fueron nuestros predecesores.
[Abelardo Gómez Gómez, Agustín Solís Niebla, Fausto Vilches de la Maza, Enrique Díaz Guzmán, Oscar Esparza Monteagudo, Dámaso Martín Morales, Enrique Figueroa Franqui, Juan Bautista de León, Francisco Navarro, Ciro Corcho, José Germán Ortega, Clemente García Cortina, José M. Ruíz Miyar, Clara García Domínguez, Dámaso Martín Méndez, Justino García Cortina, Fernando Ávalos, Angelina G., Feliciana Falcón, José Felipe Silva y Eusebia Ávalos] ©cAc

lunes, 16 de noviembre de 2009

Tres esquinas de Santa Clara

Inevitablemente, volvemos al parque, o casi, en caso de que no quisiéramos volver al cuadrilátero, aunque no necesariamente. Y volvemos por esas tres esquinas que están estrechamente relacionadas con el acceso, o la salida del parque Vidal. Cada una de esas tres esquinas tiene un ambiente particular, que les presento ahora y que desarrollaremos individualmente después.
La primera que trataremos, fue la vía tradicional hacia la estación de trenes, por Luis Estévez, y por consiguiente, la salida hacia la carretera de Sagua. Desde antaño, Céspedes, de poco tráfico, fue una calle de acceso al parque, pero desde el cierre de éste a la circulación vial, el sentido cambió, y los automóviles doblan a la derecha en Luis Estévez, pero atención, el movimiento de vehículos es casi inexistente. Los autos que se parquean en una y otra calle, son taxis particulares, boteros y algún que otro bicitaxista en espera de clientes, al acecho de turistas, o de aquel que ellos suponen que pueda necesitar de un transporte, -taxi, amigo, taxi, amigo- es lo único que saben decir, unas veces los choferes, otras los intermediarios que pululan por la esquina, sentados en los quicios de las ventanas del museo y en la acera, tratando de arreglar el mundo, de vivir, de « trabajar» sin mucho esfuerzo …




La segunda esquina, aquella que es el principal acceso al centro desde el oeste (calle Rafael Tristá), y la salida y conexión hacia la zona urbana de « los hospitales » (calle Cuba), aunque no como antes del cierre del parque, mantiene una circulación regular, y el mismo sentido vial. Zona de tres actividades informales : los choferes de autos particulares, -aquí se ven menos intermediarios-, los « parqueadores » y « cuidadores » de los coches de turismo, y el fuerte de la esquina, que son aquellas personas que se dedican a la compra-venta de pesos convertibles, justamente en los portales de la sucursal oficial « Cadeca », y a dos pasos del BFI y del BCC, donde turistas y cubanos de visita en la Isla se proveen también de pesos CUC.


Nuestra última esquina, ahora inaccesible a la circulación por las obras de la Cámara de Comercio, y limitado el paso peatonal, es la menos conflictiva y también tiene sus habitudes. Come en las otras dos, tanto por Máximo Gómez, como por Marta Abreu, se parquean los choferes de taxi, sobre todo aquellos que proponen las carreras a los centros nocturnos alejados del centro, y los bicitaxistas. Es una esquina de gran movimiento peatonal, hacia y desde el parque, en dirección al oeste, donde « El Mejunje » y la « terminal intermunicipal » son centros neurálgicos ; y hacia la zona comercial del boulevard… ©cAc

domingo, 1 de noviembre de 2009

A pie de obra, en la Cámara de Comercio...

Resulta que prometí un recorrido en imágenes, y para no dejar vacío el espacio, coloqué aquellas que tenía delante, y que no eran esas exactamente, pues estaba seguro que yo había estado a pie de obra el 27 de febrero, pero ni atrás ni adelante, me aparecía el dossier. Se darán cuenta del trabajo de restauración, creo que el equipo trabaja con mucho esmero, a pesar de que tienen una programación de obra, y además, desgraciadamente, “fechas de entrega”, ese gusanillo que no deja que se terminen bien las cosas! Les dejo veinticuatro imágenes, disfrútenlas!

Ruina y retauración de un edificio (Cámara de Comercio de SC)

La Cámara de Comercio e Industria era el reflejo del empuje económico de la sociedad villaclareña de la época. No solo representaba, y estaba al servicio de las clases económicas, sino también al servicio de la capital provincial. Santa Clara Ciudad Progreso fue un reconocimiento acordado por la Cámara a todas aquellas personas que se establecían y radicaban en ella, cooperando en pos del desarrollo económico y del progreso. La institución villaclareña existió hasta 1963, cuando fueron disueltas las cámaras independientes y fue creada la actual Cámara de Comercio, a través de la Ley N° 1091 de febrero de aquel año. A partir de 1963, el edificio cayó en el olvido y en el abandono, aunque sirvió indistintamente para muchas cosas en diferentes momentos, salvo para lo que fue concebido. La apastelada esquina villaclareña fue descolgándose de la vida a medida que sus muros envejecían. El renacimiento de la bicicleta para paliar la crisis de transportes que ahondó el “periodo especial”, trajo consigo una proliferación de parqueos en cualquier esquina o sitio de la ciudad, ya se tratara de la sala de una vivienda familiar, un patio, traspatio, portal, o de un local propiedad del Estado. Fue un parqueo de bicicletas, situado en las piezas delanteras de la planta baja, lo que hubo de radicar antes de la clausura definitiva del edificio. La alerta la dio un accidente mortal. Un balaustre o un trozo de muro al desprenderse golpeó mortalmente a un joven que estaba fatalmente debajo. Curiosamente, a partir de entonces, la gente comenzó a darse cuenta que “el edificio existía, que estaba marcado por una pronta desaparición y que era una vergüenza que lo dejaran destruirse”. Y casi, casi destruido, canibaleado y descuartizado, fue que se despertó de la modorra del olvido. Una valla limitó el acceso desde su límite con el Central, y se extendió hasta la calle Villuendas. No conozco los detalles de esta renovación constructiva del inmueble. Muchos pensamos que era el momento de restaurar el hotel Central conjuntamente con la Cámara de Comercio, e integrar ésta al hotel para dotarlo de servicios de los que no dispone, así como aumentar el número de habitaciones. Pero el hotel pertenece a una entidad, el casco sobreviviente de la CdC a otra entidad (el Estado omnipresente tiene el monopolio absoluto de la propiedad), la ciudad no tiene poderes reales para manejar un presupuesto de esa índole, entonces, cómo termina todo?, todo termina en manos de inversores, también estatales, para los cuales no cuenta el patrimonio como pasión, sino, el rendimiento de la inversión. Qué devendrá esa esquina al término de la renovación? Una tienda. Otra tienda. Otra vez el culto al consumismo, a la uniformidad, porque, aunque dicen que será “el complejo de tiendas más grande del interior de la Isla”, qué venderán de novedoso que no se encuentre en las otras tiendas de las mismas cadenas del mismo propietario? La recuperación de la fachada frontal y lateral del edificio, se realiza en conjunto con la construcción general de la obra, que abarca el solar dejado por la cafetería Los Taínos, y un caserón colonial dividido entre dos o tres familias. Pero eso es harina de otro costal, pues el “imbroglio” que se formó parece que todavía no ha terminado. 
 

Para regocijo de quienes queremos ver bien restaurado el edificio de la Cámara de Comercio, sabemos que tiene a la cabeza un arquitecto y otros profesionales de punta, y que la oficina de patrimonio, también con profesionales dedicados y tenaces, no le quita ni pie ni pisada a la obra. Esperemos el término para aplaudir, o para criticar si es el caso, sin que nadie se moleste por eso, mientras, les ofrezco un recorrido virtual por la obra, cuando en marzo pasado restauradores y artesanos estaban en plena faena. ©cAc.
 
 
   
©cAc-2009