No me
pregunten del interior, de su patio central y el soportal del claustro. Solo
recuerdo escrito sobre un muro “La enseñanza, ¿quién no lo sabe?, es ante todo
una obra de infinito amor”. Y a continuación, el rotulista escribió nueve
letras que imprimen propiedad a la frase: José Martí. Hace de eso un lustro
(enero del 2011), cuando una tarde pedí al celador del viejo colegio de monjas,
que me permitiera ver el estado en que estaba el edificio por dentro. Daba
grima. Amontonamiento de tejas, puestas como quiera, sin pensar en su
fragilidad. Las rejas de hierro forjado pudriéndose a la intemperie. Las
lucetas rotas o desaparecidas. La hierba creciendo en los techos. Las ventanas
como orificios fantasmas sin marcos ni paños, los pisos destruidos, el escombro
de ladrillos y paredes de azulejos arrancadas, mutiladas, maltratadas. Anaqueles
de libros escolares expuestos a la humedad creciente, al abandono. Muros de
bloques para evitar nuevas mutilaciones al ya deteriorado inmueble. Sobre una
puerta, el número de un aula de octavo grado. Y pensé en Clarisa, en Miguel
Ángel, atentos a aquella clase donde un sello de correos abría la curiosidad
por la Historia. No me pregunten del interior, de la destrucción, que tanta
roña causó en los pilongos que pasaban cotidianamente, tanto por la fachada
principal como por el fondo de la escuela con salida lateral por Candelaria. Recuerdo
haber llamado la atención con aquel S.O.S.
S.C. por el antiguo Colegio Teresiano y precedido por El colegio
Teresiano y la lluvia caída, ambos de octubre del 2009. Los años pasaban y el
deterioro aumentaba. Santa clara sigue equilibrando los derrumbes y tratando de
caminar con muletas. Basta con darle una vuelta a la trama urbana que se articula
alrededor del Parque Vidal. No hay calle que no sufra desmantelamiento en sus
fachadas, o que mantenga apuntaladas las fachadas de viviendas. Vuelvo al
Colegio Teresiano. No me pregunten del interior, el acceso está limitado por
resoluciones ministeriales. Debe haber quedado bien hecha la restauración de
muros, soportales, artesonados y grandes puertas ventanas. Y me imagino dentro,
a Hilda Velia haciendo caso omiso a la madre superiora que la regañaba por
bailar en medio del patio del colegio. Pero pude apreciar, desde la acera
opuesta de la escuela, que hubo que clamar y batallar para darle vida al otrora
colegio establecido en 1915 y llevado por misioneras de la Compañía de Santa
Teresa de Jesús. El inmueble ha sido enteramente reconstruido, y volvió a
llenarse de la algarabía de los estudiantes de secundaria. El acceso se hace
por Candelaria. La calle Cuba vuelve a mostrar la combinación de amarillo ocre
y blanco de la fachada, y la herrería de sus balcones. Un viejo amigo me dice
que del lobo un pelo. Tanto mejor si pelo a pelo, rescatamos la tradicional
imagen urbana de la ciudad de Marta. ©cAc-2016
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