Ayer la ciudad de Marta cumplió 328 años de fundada. A la
sombra de un tamarindo. Entre dos arroyos. Por gentes como ustedes y como yo,
deseosos de construir un mundo nuevo en una tierra vieja (ellos la descubrieron
casi virgen, apenas habitada por el rumor del viento y de las aguas del río
acariciando las piedras) Trescientos veintiocho años. Casi nada y mucho. Vidas
e historias acumuladas. Y en ese cúmulo de gentes y piedras, sabores y
sinsabores, nosotros. Para vivirla, amarla, y también mal amarla. ¿Y es que no vemos
la realidad? No son necesarios los carteles, la propaganda colgada con apuro de
fechas y los discursos edulcorados de dirigentes locales que no ven o no
quieren ver, incluso esa valla que dice “hacer de Santa Clara una ciudad
ordenada, higiénica y mucho más bella” con imágenes coloridas de fondo.
Hablemos de Santa Clara. A la que Conyedo se entregó en cuerpo y alma, a la que
Hurtado de Mendoza encaminara como instructor del progreso, a la que Marta amó
y entregó espíritu y fuerza. 1689 – 2017. Tres centurias y poco más. La ciudad
viviendo el siglo XXI, acatarrada, cojeando, fatigada.
Y es que el paisaje urbano de Santa Clara tiene síntomas
de enfermo que se debate entre la vida y la muerte. La inyectan, pero esas
inyecciones son muy puntuales, cerca del corazón, intravenosas, capaces de
darle vida al muerto, y que dejan ver colosales inversiones. Digamos, el Hotel
Central. Las curas paliativas, también puntuales, no tienen el presupuesto que
necesitarían esas intervenciones constructivas, y en lugar de ejemplares, [o
casi ejemplares] restauraciones o rehabilitaciones, los trabajos acometidos
denotan falta de presupuesto, exigencia en la calidad de las intervenciones y
el acabado, lo cual podemos asimilarlo a maquillaje urbano (¿?). Tanto las
inyecciones como el maquillaje a los enfermos no son suficientes. La lista de
cosas por arreglar, limpiar, rehabilitar, es enorme y se expande desde el mismo
centro hasta los barrios periféricos. La lasitud se apodera de la ciudad de
Marta. El abandono, las incivilidades, van dando aires haitianos a la más
central de las ciudades cubanas. ¿La culpa es de quién?, no piensen en el totí,
la culpa es de todos, de toda la comunidad, de las autoridades y de los
santaclareños, que -se conforman o nos conformamos- con ese abandono, suciedad,
e indisciplinas ciudadanas.
Cuando desaparezca lo poco que queda de patrimonio
urbano, de conjuntos de inmuebles y fachadas, Santa Clara no tendrá patrimonio
que ofrecer a los turistas y viajeros que pasen o pernocten en la ciudad. El
turismo va en aumento, por mil y otras razones, de índole cultural, histórico,
o simplemente, deseos de descubrir otra cosa que nos sean las obligadas Habana,
Trinidad, las límpidas aguas de Varadero, o los ya menos vírgenes cayos del
litoral norte villaclareño.
En muchas ocasiones he tratado de redescubrir Santa
Clara, amarla como es ella y propulsarla con sus encantos y desencantos en
páginas digitales. Y no cejaré en ello. Santa Clara es poco verde y sombreada
–desgraciadamente; rica en arroyos con pretensión de ser ríos, arroyuelos y
cañadas, también desgraciadamente despreciados, maltratados, contaminados y
convertidos en basureros; posee una trama urbana en concordancia con su manto
hidrográfico, que pudiera rendir mejores desplazamientos tanto peatonales como
vehiculares, pero otra vez por desgracia, los especialistas del sector no dan
pie con bola. El otrora pueblo convertido en ciudad vuelve a ser pueblo soleado
y sucio, tanto en su radio de entre ríos, como en los barrios que circundan el
centro, y peor en la periferia que toca y a veces se extiende más allá de la
carretera que circunvala el núcleo urbano de la capital provincial.
Pueblo-ciudad provinciana con vocación artística y cultural, sede de escuelas,
institutos y una universidad como pocas existen en la Isla. La ciudad que viera
nacer a Marta y que alguna vez pensamos conservarla, mejorarla, cuidarla y
darle aires de algo más que pueblo grande, se nos cae. Se nos vienen encima,
balcones, tejas y hasta balaustres endebles por el tiempo y la precariedad. ¿Qué
hacer? ¿Cómo repensar Santa Clara? No dejemos solos a los profesionales y
especialistas de Patrimonio, de Planificación Física, urge a la ciudad que sus
dirigentes sean menos políticos y más consagrados a la difícil tarea de
dirigir, sin altanerías y con verdadera vocación de guardianes de la memoria
colectiva. Buen aniversario Santa Clara, y buena suerte, para seguirte amando. ©cAc-2017