Las familias que fundaron la villa, eligieron los solares en los que levantarían sus moradas, sin mala fe, sin litigios, quizás algún que otro capricho por parte de las mujeres a sus maridos, o por algunas mujeres, a título personal, que como Dominga de Rojas, eran de un férreo carácter. Las familias principales, -porque la diferencia radicaba ya entre los venidos de Remedios, se acordaron parcelas en Buenviaje y en el perímetro de la recién medida plaza del villorrio. No obstante, había terreno para todos. Las parcelas concedidas, con el tiempo fueron divididas entre hermanos, o entre padre e hijos, y llegado el momento, los herederos no vacilaban en venderlas. La villa no se parceló de la noche a la mañana, y además de los fundadores, hubo una buena cantidad de familias que fueron llegando en los primeros años. Llegaban de Remedios, inspiradas por los primeros, pero llegaban de otros sitios atraídos por la aventura. Fue por aventura que se instaló en la villa, un matrimonio originario de Coimbra, en Portugal. Juan Manuel Rodríguez Surí y Margarita Leal, se instalaron con sus cuatro hijos y una hermana de Margarita, en el solar desocupado entre aquel de Baltasar de Lagos y la esquina donde había levantado su bohío Marcelo Hernández Ramírez. De familia en familia, la vivienda fue ganando en valor con las rehabilitaciones que los imperativos de la época recomendaban, pero mantuvo hasta finales del XIX su aspecto colonial primitivo. Aunque la fachada de madera ya había sido remplazada por la mampostería, el portal agregado en el XVIII siguió siendo sostenido por cuatro horcones. Bien a inicios del XX, la casa se acordó un toque neocolonial. El techo alto de tejas desapareció, y en su lugar, la casa se dotó de techo plano recubierto de yeso en su interior y al exterior, recubierto por una especie de rasilla. Seis columnas de fuste liso y capitel sencillo, friso ornamentado y como cornisa, un muro balaustrado, que servía de protección a la terraza. En los días en que finalizaban las obras del parque republicano, la casa donde había vivido Potenciana Leal, fue puesta en venta por sus propietarios y adquirida por un negociante interesado en convertir la vivienda en hotel.
Mientras el mundo caía exhausto en la Gran Depresión, aquel año de 1929 Santa Clara inauguraba un magnífico hotel, que el hecho de dar al parque, y estar situado entre el Ayuntamiento y la Cámara de Comercio, le otorgaba una distinción y elegancia sin par. Nació el Hotel Central cuando comenzaba Gerardo Machado su segundo mandato. Frente a uno de los mejor diseñados parques urbanos de la Isla, y que se había rodeado de un conjunto inmobiliario que si no homogéneo, bastante bien articulados unos y otros. De factura ecléctica, el edificio se acordó diferentes órdenes para sus columnas, y estilos. La planta baja del edificio mantuvo el soportal, que imbricado con los portales vecinos, formó un pasillo largo techado con dos extremos, uno en la calle de Marta Abreu, y el otro en la calle Rafael Tristá. El soportal sobre el cual descansa la primera planta, está sostenido por seis columnas estriadas de orden jónico. Originalmente, la planta baja estaba ocupada por el vestíbulo del hotel, a la izquierda, y por el Café El Central, a su derecha, cada uno ocupando una mitad del volumen total. El Café, abierto hacia el portal, hacía uso de éste como terraza exterior. Del lado del Café, entre columna y columna, y para delimitación del establecimiento, fue colocada una baranda trabajada con tablillas de madera, lo que daba un aire de intimidad al cliente, aunque el espacio fuera abierto. La luz natural entraba al vestíbulo del hotel por el escaparate enmaderado que ocupaba todo su frente. Un trabajo remarcable de marquetería, donde los vidrios de las puertas-ventanas y la ebanistería dejaban ver la influencia decorativa del art nouveau en la concepción neocolonial urbana.
El acceso al primer nivel, se hacía por una escalera que llevaba a un descanso, desde donde se bifurcaba a izquierda y derecha. Sendos pasillos recubiertos de azulejos, coloridos pisos como ya hemos encontrado en buena parte de la ciudad y techos ornamentados de molduras. Entre ambos pasillos, una pieza techada pero abierta hacia la escalera principal y abierta hacia un patio central, sin acceso y enteramente protegido por muro con balaustres. La abertura consistía en dos grandes puertas con sendas lucetas superiores. Los dos pasillos, en dirección al frente del hotel, daban a una pieza cuyas tres puertas permitían el acceso a un amplio balcón techado sostenido por ocho finas columnas, doble bosel, luego ornamentadas imitando engalanamiento romántico, y lisas hasta el capitel corintio. Las dos habitaciones a cada extremo, eran las únicas dotadas de puerta y balcón privado con vista al parque. El friso coronando el techo del balcón voladizo, un pastel de relieves y molduras decorativas. La cornisa toda balaustrada y al centro rematado por dos pilares, el suavizado frontispicio donde todavía puede leerse Hotel Central, y el económicamente convulso año de 1929. Desde el pasillo de la derecha, una escalera exterior, protegida por una baranda en hierro forjado, fue construida para acceder a las habitaciones de la segunda planta. La dicha escalera, de doce pasos, se detenía a mitad del nivel y desde allí se dividía en forma de percha invertida, once pasos de escalera a cada lado, que daban acceso al nivel más alto del hotel. Cinco habitaciones ocupaban el cuerpo construido a todo lo ancho del edificio, pero de escaso fondo, el cual daba hacia el techo delantero del inmueble. Me pregunto si eran cinco apartamentos arrendados a inquilinos permanentes del hotel. ©cAc
muy bueno que hayas sacado a la luz este artículo del Hotel Central ya que se acerca la fecha de su reinaguración.
ResponderEliminarMagnífico artículo, Carlos. Un abrazo.
ResponderEliminarSé que contaba con 30 habitaciones, me lo comentó una vez Emilio Marcos hijo de unos de los dueños.
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