Un lector anónimo se interesa al inmueble que se levanta en la orilla derecha del río Cubanicay, construido donde nace la carretera de Camajuaní, en su lado izquierdo, y que para aligerar la búsqueda podemos llamarlo “el edificio que está en el Puente de La Cruz”. El comentario del lector me empujó a volver la memoria atrás, y a curiosear yo mismo para colmar su curiosidad. Partamos del punto geográfico para hacer un poco de historia. Antaño, el lugar fue el más rico sitio boscoso del lado este de la actual Santa Clara, atravesado por un arroyo en cuyas márgenes existieron dos o tres bateyes de indios aborígenes. Y fue precisamente por ese tramo del arroyo que las familias remedianas venidas del cayo, entraron en el sitio conocido como Sabana Larga, en el cual se detendrían para dar lugar al asentamiento. Los regresos, las idas y vueltas de los involucrados en aquella empresa fundadora, hicieron de aquel tramo de río y bosque un pasaje obligado que devendría primero camino de Remedios, y más tarde camino del Cayo. Sobre el arroyo, un paso, maderos y troncos, sacados del propio bosque. Paso que fue travesía y después puente, el “puente del minero”, sobre el arroyo no mal llamado “del Monte” ( El puente del Minero). Lluvias y tempestades. Crecidas, y con ellas, el viaje sin vuelta de maderos y travesaños. El arroyo del Monte, que en ese tramo ya era un claro del bosque, se hizo paisaje y pasaje cotidiano de los poblanos, unos se dirigían a sus campos de labores, otros a las minas de cobre, por San Gil, por San Antonio, a Remedios, un poco más lejos, a Caibarién (1841), o más acá, cuando fuera fundado Camajuaní (1864), la localidad que le dio nombre una vez más al camino. El sitio del que hablamos no escapa a la leyenda. Vale recordar que los vecinos del paraje habían descubierto una cruz de madera enterrada en la tierra. Alrededor de la cruz, la imaginación popular tejió una leyenda matizada de amor, celos familiares y crimen pasional. Se esfumaba el siglo dieciocho. La religiosidad de la villa alimentaba la leyenda y la cruz fue colocada a la izquierda del río en la dirección de su corriente. El puente del Minero siguió llamándose como tal y los años comenzaron a pasar vertiginosamente. El puente que daba acceso a la villa, y que era la salida para Remedios comenzó a necesitar trabajos y mejoras. No fue hasta 1861 que se planteó la construcción de un puente mucho más sólido. Y también fue el momento para darle importancia a la cruz de madera, origen de una leyenda que ya estaba escrita en los anales de Gloriosa. Junto con el puente fue autorizada la colocación de una cruz, costeada por un comerciante de origen catalán, nombrado Martin Camps. Un año más tarde fue inaugurado el puente que las autoridades coloniales bautizaron como “Isabel II”. La cruz fue colocada a la derecha antes de cruzar el puente, en dirección al Cayo. El monumento de la cruz, fue más resistente a las crecidas que el puente “Isabel II” al que todos llamaban puente de la Cruz. Temporales y crecidas fueron obrando la fundación del puente y una de ellas, en la década de 1890, lo deterioró con fuerza. El ayuntamiento de la ciudad acometió trabajos y planteó un presupuesto para la construcción de un nuevo puente sobre el arroyo del Monte, rebautizado Cubanicay. Y la mitad del costo del mismo fue donada por Marta Abreu, que ya había costeado el equipamiento técnico del Observatorio Astronómico Municipal, construido a finales de la década del 1880, a escasos seiscientos metros del puente, a la derecha, en la propia carretera. El nuevo puente fue inaugurado en 1895. El sitio no era más que un hito que marcaba el comienzo de un camino hacia el nordeste y una puerta invisible que daba acceso a la recién titulada ciudad de Santa Clara.
La urbanización del eje vial que se inicia en el Puente de La Cruz comenzó a tomar forma en los inicios de la República. En algunos tramos de la carretera, se habían construidos quintas, como residencias permanentes y como quintas de recreo. Aún quedan trazas de estas casonas. La virginidad de esos terrenos no urbanos pero próximos al centro administrativo y comercial de la ciudad, hizo pensar a las autoridades en la posibilidad de extender la trama urbana. Así nació la idea de construir, pasando el puente, a la derecha, el Instituto de Segunda Enseñanza de Santa Clara. Corría el año 1913, y comenzaba el mandato de Mario García Menocal. Después de haber comenzado las obras del Instituto, la construcción de ese inmueble para la enseñanza se detuvo. La estructura constructiva ya comenzada se repensó entonces como pabellón hospitalario, obra que tampoco vio término, ni en el gobierno de García Menocal, ni en el periodo presidencial de Alfredo Zayas. Por esa época, también a la derecha, se establece en un recodo del río, una compañía maderera y un taller de carpintería perteneciente a los propietarios del almacén “La Campana”, dotado de una chimenea, que emergía entre los árboles y era fácilmente visible. Durante . Bajo el empuje de Méndez Peñate, gobernador provincial, y el apoyo del presidente de la República, Gerardo Machado, que trataba de llevar a bien su programa de bienestar social, educación, sanidad y viales, el proyecto de hospital cobró fuerza y cuerpo, y vio la luz como Hospital de Maternidad e Infancia “Lutgarda Morales”, el 30 de diciembre de 1928. La institución de salud abrió la brecha urbana que aunque tímidamente, transformaría la carretera de Camajuaní, oficialmente llamada avenida de San Juan de los Remedios. En la década delalgunos años, la obra, abandonada, dio paso a la ruina e incluso al asentamiento informal de personas 1930, en el tramo de carretera que va desde el puente hasta frente a los terrenos deportivos del Instituto de Segunda Enseñanza, las casas de madera existentes fueron reconstruidas y otras vieron la luz, adoptando el estilo que adoptaba la imagen urbana de la ciudad. Es precisamente cuando emerge en el paisaje, el inmueble de estilo ecléctico, y que por su altura, ofrece una vista panorámica de la ciudad, los confines de Malezas, de la Loma del Capiro y del área que la envuelve.
La planta baja, que fuera concebida para alojar uno o más locales destinados a comercio, es de puntal alto, tiene en su frente tres anchas puertas con lucetas en arcada y a cada lado sendas ventanas que descienden hasta el piso, con luceta superior rectangular y reja en hierro forjado. Se accede a los niveles superiores por una escalera exterior con descanso intermedio. El primer nivel, de uso doméstico, tiene incorporado un balcón a balaustres, al que puede salirse por cualquiera de las seis puertas-ventanas, dos laterales y cuatro frontales, en armonía con el trazado de las de la planta baja, llevan lucetas superiores, y la carpintería conjuga madera y vidrio, y las típicas persianas de tabletas fijas que van a permitir una ventilación permanente. Las ventanas restantes, de carpintería ordinaria, son de talla mediana y llevan lucetas de vidrio. La segunda planta, de bajo puntal, tiene un balcón frontal en su eje central, a balaustres, con una sola puerta de acceso. Los paños de muro llevan ventanas pequeñas, salvo la pared en cuyo interior está adosada una escalera estrecha que lleva a una pieza techada, situada en el fondo derecho de la última planta, y que es la azotea del edificio. Además de los balcones, relevantes en el inmueble, sostenidos por ménsulas, se destacan elementos y molduras, incluso, la incorporación de arcadas decorativas en las paredes del segundo nivel, revelan rasgos del art-nouveau. Es de destacar el uso de la teja criolla sobre la marquesina que bordea la pared superior de la segunda planta y como en lugar del acostumbrado balaustre en el pretil, el constructor reproduce la decoración incorporada en la parte inferior de los muros de esta planta. El observador curioso descubrirá en el piso frente al edificio cuatro mosaicos decorativos, hechos en granito, y en la fachada, una placa ilegible a fuerza de pinturas y cales que evoca la vieja señalización de las vías villaclareñas. Igualmente descubrirán tres guardavecinos que no lo son como tal, pero que ponen cierta distancia entre las piezas del primer nivel que dan al extendido balcón. En la planta baja, en el extremo izquierdo, el local está ocupado por una carnicería, “La oveja”. Del otro lado, el espacio fue reconvertido en vivienda, observen las ventanas “Miami” protegidas con cabillas. Sobre la cubierta de tejas decorativas, la mala hierba crece a gusto. La ropa tendida en los balcones evoca las miserias del “quart-monde”. Yo he imaginado el edificio como nuevo en la década del treinta. El lector anónimo y muchos otros, no pasarán por alto que el inmueble vive un cierto abandono, que se traduce en falta de mantenimiento, de interés por parte de sus ocupantes y quizás también de parte de las autoridades que deben velar por la conservación de los inmuebles urbanos. Atención, no critico a nadie en particular, que nadie se sienta agredido, y tampoco vayan a comentar en voz baja lo que no hacen en público. A fin de cuentas, la culpa de todo la tiene el totí!. Un edificio singular en el comienzo de una arteria vital en lo cotidiano y en lo urbano de la ciudad de Marta. ©cAc
Es un buen artículo, muy bien explicado y detallado. Con tanto esfuerzo y dedicación escrita es un placer
ResponderEliminarpoder haberlo leído. ¡Por favor sube más posts sobre remedios!
Realmente fascinante conocer acerca de la historia de mi ciudad. Gracias y que se repita!!!!
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