jueves, 4 de abril de 2019

Clara como el agua que brota de la fuente…


Atisbaba escondido detrás del fotógrafo, diminuto yo, entre sus largas piernas, pantalón de dril blanco, guayabera de hilo y sombrero como todos, como el que portaba Atilano, allá, sentado en un sillón de los dispuestos en el soportal del Liceo. El siglo iba corriendo y su primera década era agua escurrida en la vida de todos. Como el agua que manaba de una de las fuentes… El fotógrafo habanero, extasiado por aquella visión pueblerina, manipulaba su aparato, como todo un fabricante de recuerdos. La brisa hacía flotar la anchura de su pantalón y el sombrero, igual que el de Atilano, reposaba tranquilo sobre la sabia testa del vendedor de imágenes. En lugar de agarrarme a la herrería del sublime balcón del teatro, me aferré a sus piernas, para entonces penetrar lentamente en aquel ángulo verdoleante de la plaza, la Mayor, la de juegos y quiosco de música que tan feliz hacia a Clara, ahora escogiendo pasteles de guayaba en la dulcería, de la mano de su madre. La parroquial envolvió el aire placetino con la campanada de las doce. Lejos, por la calle que fuera Real de los Oficios, un pregonero rompe el silencio, sin descomponer la belleza del pregón. Tamales calienticos. Claveles blancos. O un escobero. Pregones de la tarde. Pregones. La luz envolvía la plaza. La puerta principal del ayuntamiento estaba abierta. Un concejal apareció en el dintel de la puerta, y otro, que acababa de salir, encaminaba sus pasos en dirección a la parroquial. Volvió a tañer la campana, y el tañido hizo latir el corazón de Clara. Dos paisanos conversan animosamente. Un jardinero escucha el parecer de otro frente a una de las cuatro fuentes de la plaza. Recostados al obelisco, dos infantes se cuentan historias. Verde se me hacía el color que invadía el entorno de aquella que fuera plaza de armas, de recreo, de amores y de juegos. El fotógrafo seguía inmóvil, auscultando el cuadrilátero en todas sus aristas. Clara comía su pastel de guayaba y ya dejaban el caserón que albergaba el 20 de Mayo por el pasillo corredor, a esa hora desierta cuando pasado el mediodía, los comercios bostezan el bochorno de una tarde medio calurosa y pocos se atreven a solearse. Pero no faltan árboles en la plaza, y una palma real se yergue altiva junto a la torre campanario. Clara cruzó a la plaza de la mano de su madre. Atravesaron la plaza, contornearon la iglesia, la madre se persignó y desaparecieron por la calle Gloria buscando el aire fresco que llega desde el Cubanicay y remonta contrario a los carruajes que golpean en su rodar los adoquines lustrosos. ©cAc-2019

P-S: El retrato en blanco y negro, de un mediodía de marzo o un abril de principios del siglo XX está escrito con toda intención para agradecer a Clara Consuegra, -apasionada, e impetuosa como piedra menuda que se deja llevar por claras aguas de nuestra rica hidrografía local-, el haberme regalado esa tarde pilonga allá, la insuperable imagen muda con sombreros y columnas, y su familiaridad sin par.

3 comentarios:

  1. Sencillamente fantástico!! Acabo de leer y me ha quedado la sensación de no tener nada que decir cuando quieres decirlo todo!! Gracias por este escrito

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  2. Gracias por su gentileza y la gentileza de comentar, y me llena de placer leer que fue fantástico para usted ese viaje en el tiempo, gracias nuevamente, cAc.

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  3. Precioso escrito que hace que la imagen cobre vida -que la musica vuelva a estar presente en el quiosco de musica y que las campanas de la Parroquial Mayor vuelvan a tañer. Gracias mil por tan bello regalo.

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