A quienes he preguntado, nadie ha podido decirme cuando desapareció la hermosa fachada del hotel y la elegancia del café. Silencio como respuesta y hombros ligeramente levantados. Central siguió llamándose el hotel, cuyas pocas habitaciones disponibles se convirtieron en cuartos de paso, de una noche, a veces por horas, en contubernio entre clientes y carpeteros. Al café como un honor le adjudicaron categoría y para que rimara, lo llamaron cafetería. Ni uno ni otra, pues poco a poco fue convirtiéndose en merendero de largo mostrador y poca oferta. Épocas de bocaditos y batidos, helados y dulces, también tuvo, sería deshonesto decir lo contrario, y me veo sentado en sus banquetas, tratando de ocupar las más próximas al pasillo, porque las del fondo estaban demasiado pegadas a los baños, carentes de toda higiene. El aluminio remplazó la madera de la “devanture”, de la cual solo quedaron las columnas fundidas en hierro y sostenes irreprochables del techo. Del vestíbulo con sus lámparas colgantes, y aquellas situadas sobre mesas y consolas, no queda más que el mármol y las barandas de la escalera. Rehabilitaciones, renovaciones, reconstrucciones, pero nunca conservaciones que imprimieran respeto al patrimonio. La sucursal bancaria que ocupa el extremo izquierdo de la planta baja, no puedo decir cuando fue instalada, aunque al decir de su puerta e interior, tengo la impresión que fue agregada en los años cincuenta. Algún amigo comentarista nos sacará de dudas. Y retornando al vestíbulo, hoy no es más que la entrada ordinaria a un hotel convertido en cuartos para familias, aquellas familias que por alguna razón (cliclón, derrumbes o presa Minerva, no puedo precisar) tuvieron que ser albergadas temporalmente, -la palabra temporal en términos urbano-habitacionales puede confundirse con instalación casi vitalicia-, hasta que la dirección de viviendas competente los reubicaran de forma permanente.


Entré al Central como Pedro por su casa, subí su marmólea escalera y quedé sorprendido por el abandono impreso en todo el edificio. Hay paredes que desde 1929 no han vuelto a pintarse. Los cuartos han sido metamorfoseados, desvencijados, paredes manoseadas, viso de placeres carnales, huellas de una situación que nadie tiene en cuenta, o que cuentan con el total abandono para finalmente “extraer” a los ocupantes, ante la inseguridad del edificio, y poner en las manos de los nuevos grupos económicos estatales, una joya de la que bien pudiera servirse la ciudad. Las fotos dan grima, pero no puedo oponerme a mostrárselas. Espero comentarios y sabias interpretaciones. ©cAc