viernes, 30 de octubre de 2009

Hotel Central (2009)

Ochenta años han pasado desde que fuera inaugurado con mucha pompa el Hotel Central de Santa Clara. Clientes de paso y clientes que arrendaban por meses. Uno de los inquilinos permanentes, en los años treinta fue la directora del telégrafo y correo central sito en la calle Colón. Hotel en el que pernoctarían las figuras estelares del momento y que se presentaban en los teatros de la ciudad. Un café de mesas refinadas, grandes espejos y lámparas del mismo estilo con el que habían decorado el vestíbulo del hotel. El negocio hotelero duró treinta años a su propietario. Otro hotel decapitado con las intervenciones y nacionalizaciones del cincuenta y nueve y del sesenta. Inquilinos protegidos por las nuevas leyes de reforma urbana. Y el abandono comenzó a roer sus muros, sus habitaciones, su estilo, su “caché”, y ya dura cincuenta años, con brochazos y maquillaje exterior, y ninguna conservación de sus interiores.
 

A quienes he preguntado, nadie ha podido decirme cuando desapareció la hermosa fachada del hotel y la elegancia del café. Silencio como respuesta y hombros ligeramente levantados. Central siguió llamándose el hotel, cuyas pocas habitaciones disponibles se convirtieron en cuartos de paso, de una noche, a veces por horas, en contubernio entre clientes y carpeteros. Al café como un honor le adjudicaron categoría y para que rimara, lo llamaron cafetería. Ni uno ni otra, pues poco a poco fue convirtiéndose en merendero de largo mostrador y poca oferta. Épocas de bocaditos y batidos, helados y dulces, también tuvo, sería deshonesto decir lo contrario, y me veo sentado en sus banquetas, tratando de ocupar las más próximas al pasillo, porque las del fondo estaban demasiado pegadas a los baños, carentes de toda higiene. El aluminio remplazó la madera de la “devanture”, de la cual solo quedaron las columnas fundidas en hierro y sostenes irreprochables del techo. Del vestíbulo con sus lámparas colgantes, y aquellas situadas sobre mesas y consolas, no queda más que el mármol y las barandas de la escalera. Rehabilitaciones, renovaciones, reconstrucciones, pero nunca conservaciones que imprimieran respeto al patrimonio. La sucursal bancaria que ocupa el extremo izquierdo de la planta baja, no puedo decir cuando fue instalada, aunque al decir de su puerta e interior, tengo la impresión que fue agregada en los años cincuenta. Algún amigo comentarista nos sacará de dudas. Y retornando al vestíbulo, hoy no es más que la entrada ordinaria a un hotel convertido en cuartos para familias, aquellas familias que por alguna razón (cliclón, derrumbes o presa Minerva, no puedo precisar) tuvieron que ser albergadas temporalmente, -la palabra temporal en términos urbano-habitacionales puede confundirse con instalación casi vitalicia-, hasta que la dirección de viviendas competente los reubicaran de forma permanente.
 
 
Entré al Central como Pedro por su casa, subí su marmólea escalera y quedé sorprendido por el abandono impreso en todo el edificio. Hay paredes que desde 1929 no han vuelto a pintarse. Los cuartos han sido metamorfoseados, desvencijados, paredes manoseadas, viso de placeres carnales, huellas de una situación que nadie tiene en cuenta, o que cuentan con el total abandono para finalmente “extraer” a los ocupantes, ante la inseguridad del edificio, y poner en las manos de los nuevos grupos económicos estatales, una joya de la que bien pudiera servirse la ciudad. Las fotos dan grima, pero no puedo oponerme a mostrárselas. Espero comentarios y sabias interpretaciones. ©cAc
   
  
  

©cAc-2009

jueves, 29 de octubre de 2009

Hotel Central (1929)

Las familias que fundaron la villa, eligieron los solares en los que levantarían sus moradas, sin mala fe, sin litigios, quizás algún que otro capricho por parte de las mujeres a sus maridos, o por algunas mujeres, a título personal, que como Dominga de Rojas, eran de un férreo carácter. Las familias principales, -porque la diferencia radicaba ya entre los venidos de Remedios, se acordaron parcelas en Buenviaje y en el perímetro de la recién medida plaza del villorrio. No obstante, había terreno para todos. Las parcelas concedidas, con el tiempo fueron divididas entre hermanos, o entre padre e hijos, y llegado el momento, los herederos no vacilaban en venderlas. La villa no se parceló de la noche a la mañana, y además de los fundadores, hubo una buena cantidad de familias que fueron llegando en los primeros años. Llegaban de Remedios, inspiradas por los primeros, pero llegaban de otros sitios atraídos por la aventura. Fue por aventura que se instaló en la villa, un matrimonio originario de Coimbra, en Portugal. Juan Manuel Rodríguez Surí y Margarita Leal, se instalaron con sus cuatro hijos y una hermana de Margarita, en el solar desocupado entre aquel de Baltasar de Lagos y la esquina donde había levantado su bohío Marcelo Hernández Ramírez. De familia en familia, la vivienda fue ganando en valor con las rehabilitaciones que los imperativos de la época recomendaban, pero mantuvo hasta finales del XIX su aspecto colonial primitivo. Aunque la fachada de madera ya había sido remplazada por la mampostería, el portal agregado en el XVIII siguió siendo sostenido por cuatro horcones. Bien a inicios del XX, la casa se acordó un toque neocolonial. El techo alto de tejas desapareció, y en su lugar, la casa se dotó de techo plano recubierto de yeso en su interior y al exterior, recubierto por una especie de rasilla. Seis columnas de fuste liso y capitel sencillo, friso ornamentado y como cornisa, un muro balaustrado, que servía de protección a la terraza. En los días en que finalizaban las obras del parque republicano, la casa donde había vivido Potenciana Leal, fue puesta en venta por sus propietarios y adquirida por un negociante interesado en convertir la vivienda en hotel.

Mientras el mundo caía exhausto en la Gran Depresión, aquel año de 1929 Santa Clara inauguraba un magnífico hotel, que el hecho de dar al parque, y estar situado entre el Ayuntamiento y la Cámara de Comercio, le otorgaba una distinción y elegancia sin par. Nació el Hotel Central cuando comenzaba Gerardo Machado su segundo mandato. Frente a uno de los mejor diseñados parques urbanos de la Isla, y que se había rodeado de un conjunto inmobiliario que si no homogéneo, bastante bien articulados unos y otros. De factura ecléctica, el edificio se acordó diferentes órdenes para sus columnas, y estilos. La planta baja del edificio mantuvo el soportal, que imbricado con los portales vecinos, formó un pasillo largo techado con dos extremos, uno en la calle de Marta Abreu, y el otro en la calle Rafael Tristá. El soportal sobre el cual descansa la primera planta, está sostenido por seis columnas estriadas de orden jónico. Originalmente, la planta baja estaba ocupada por el vestíbulo del hotel, a la izquierda, y por el Café El Central, a su derecha, cada uno ocupando una mitad del volumen total. El Café, abierto hacia el portal, hacía uso de éste como terraza exterior. Del lado del Café, entre columna y columna, y para delimitación del establecimiento, fue colocada una baranda trabajada con tablillas de madera, lo que daba un aire de intimidad al cliente, aunque el espacio fuera abierto. La luz natural entraba al vestíbulo del hotel por el escaparate enmaderado que ocupaba todo su frente. Un trabajo remarcable de marquetería, donde los vidrios de las puertas-ventanas y la ebanistería dejaban ver la influencia decorativa del art nouveau en la concepción neocolonial urbana.

El acceso al primer nivel, se hacía por una escalera que llevaba a un descanso, desde donde se bifurcaba a izquierda y derecha. Sendos pasillos recubiertos de azulejos, coloridos pisos como ya hemos encontrado en buena parte de la ciudad y techos ornamentados de molduras. Entre ambos pasillos, una pieza techada pero abierta hacia la escalera principal y abierta hacia un patio central, sin acceso y enteramente protegido por muro con balaustres. La abertura consistía en dos grandes puertas con sendas lucetas superiores. Los dos pasillos, en dirección al frente del hotel, daban a una pieza cuyas tres puertas permitían el acceso a un amplio balcón techado sostenido por ocho finas columnas, doble bosel, luego ornamentadas imitando engalanamiento romántico, y lisas hasta el capitel corintio. Las dos habitaciones a cada extremo, eran las únicas dotadas de puerta y balcón privado con vista al parque. El friso coronando el techo del balcón voladizo, un pastel de relieves y molduras decorativas. La cornisa toda balaustrada y al centro rematado por dos pilares, el suavizado frontispicio donde todavía puede leerse Hotel Central, y el económicamente convulso año de 1929. Desde el pasillo de la derecha, una escalera exterior, protegida por una baranda en hierro forjado, fue construida para acceder a las habitaciones de la segunda planta. La dicha escalera, de doce pasos, se detenía a mitad del nivel y desde allí se dividía en forma de percha invertida, once pasos de escalera a cada lado, que daban acceso al nivel más alto del hotel. Cinco habitaciones ocupaban el cuerpo construido a todo lo ancho del edificio, pero de escaso fondo, el cual daba hacia el techo delantero del inmueble. Me pregunto si eran cinco apartamentos arrendados a inquilinos permanentes del hotel. ©cAc

viernes, 16 de octubre de 2009

The Royal Bank of Canada (Banco de Crédito y Comercio)



Un caserón aportalado se levantaba en la esquina de la calle de Santa Clara (hoy Rafael Tristá) y la plaza Mayor al final del siglo XIX, tal como otros que rodeaban el centro de la villa que en esa época todavía mantenía la armonía de su paisaje urbano. El inmueble servía de vivienda y de comercio de menestrales, pues la calle, en ese tramo hasta la plaza era conocida por sus comercios y negocios, incluyendo la primera barbería que había surgido en los primeros años de la fundación.
Un solo gran edificio, el Teatro La Caridad, se erguía entre los inmuebles coloniales que rodeaban la plaza, y no hago alusión a la iglesia parroquial Mayor, porque ella centraba toda la atención, aunque estuviera en un ala del perímetro de recreo y promenade. Las puertas del caserón colonial y el pórtico de la iglesia se miraban mutuamente aunque las primeras recibieran antes que la fachada del recinto religioso, la claridad del amanecer.

El Royal Bank of Canada, que se llamó Merchants Bank al fundarse en 1864, adoptó su nombre actual en 1901. En plena expansión al final del siglo XIX, aprovechó el inicio de la era republicana de Cuba para instalarse en la Isla. La implantación de una sucursal del banco en Santa Clara data de la primera década del XX. El banco fue construido en la esquina tejada cuya caída era bien pronunciada, y se convirtió en el primer edificio neoclásico del corazón urbano de la ciudad.
En sus inicios, el edificio fue concebido como una planta cuadrada. Elegante fachada neoclásica, con un soportal alto sostenido por ocho columnas de estilo corintio que por la solidez de su construcción, volutas, rosetones, estrágalos y hojas de acanto han sobrevivido a los abandonos, la humedad y a las funestas rehabilitaciones. La escocia, el bocel y el bocel intermedio de las columnas han sido realzados, como otros ornamentos del edificio, con los colores que distinguen las sucursales del BCC. A cada lado de la puerta principal, apliques importados de Europa, del mismo estilo de los que vemos en los bancos que surgieron en La Habana, o los grandes bancos neoyorkinos.
El banco recibía iluminación natural y ventilación por sus cinco ventanas dando a la calle Santa Clara, realzadas por pilastras y frontispicios. Del lado derecho, un patio hacía de frontera con el edificio colindante, y entre ambos inmuebles una verja en hierro forjado, y una puerta de acceso, tal como podemos apreciar hoy. Por necesidad de espacio, el banco se agrandó más tarde, pero mantuvo el estilo neoclásico inicial, así como la verja, creando una especie de caja de luz y aire para las oficinas instaladas de ese lado.

Gris desde su construcción, The Royal Bank of Canada dejó de serlo con la nacionalización de la banca, y su nombre fue borrado de la cornisa horizontal justo debajo del frontispicio, cuyo centro es realzado por una moldura. La estructura general del inmueble se porta bien, y aunque es vivo por sus colores crema y rojo bordeaux, puede apreciarse cierto abandono al decir del pedazo que falta del basamento superior, al lado de las columnas del extremo derecho.
©cAc
En alguna renovación, el banco perdió sus puertas y ventanas de madera originales para integrar aluminio y vidrios que desgraciadamente atentan contra la elegancia del edificio. Una esquina que durante muchos años parecía vegetar en el tiempo, comenzó a activarse cuando fue convertida en sucursal del BPA (Banco Popular de Ahorro) y más tarde, en otra renovación de la banca central, convertido en BCC (Banco de Crédito y Comercio) donde conviven el peso cubano, el peso convertible y todas las divisas extranjeras que aportamos los que llegamos a Santa Clara desde un punto perdido en la Patagonia o desde una tranquila isla del Pacífico… ©cAc
©cAc