Conjunto de fotos tomadas el 13 de febrero del 2013 |
Evidentemente, la restauración no es coser y cantar. Si lo que se persigue es un trabajo de calidad, entonces el trabajo lleva pasión, lleva amor, y mucha responsabilidad sobre las espaldas de quienes faenan y en todos los estrados de la jerarquía. Las jerarquías son necesarias, pero también matan, desarticulan, dividen, y hasta ensordecen a pesar de los gritos de quienes saben más por profesionales que por jerarca. Una tarde me encaminé a Santa Rosalía para ver si podía hacer tomas de la rehabilitación interior. No. No así de seco. Me conformé con ver el renacimiento de la fachada de Santa Rosalía, todavía en manos de artistas artesanos. Pero el hecho que un tonto diga NO, no se pueden hacer fotos (de hecho, en muchos sitios, -ya lo he comentado en las páginas de este blog- es como si hacer fotos fuera un crimen!) no significa que todo está perdido. Mala suerte, me dije, pero al cabo de unos días, y me quedaban pocos antes de volver a Francia, una persona a la que quiero mucho, me invitó para que viera lo que ya casi estaba terminado en su interior. Sin necesidad de cerrar los ojos, volví a recordar el inmueble en ruinas. Incluso, llevé aún más atrás mi imaginación. Las imágenes ruinosas me permitieron ver aspectos que lo nuevo no permite. El colegio, de planta trapezoidal y altos puntales, había sido edificado según las costumbres coloniales tradicionales. Las paredes, en calidad de muros de carga, se levantaron con ladrillos de diferente espesor. En los tabiques, los ladrillos eran de poco espesor. Las paredes divisorias destacaban por sus vanos en forma de arcos de medio punto, y en sus arranques cornisas ornamentales y en los bordes, ochavas estriadas. La cobertura se componía de vigas. Las crujías, tanto las que bordean el patio como las dos más importantes, estaban compuestas de losas, salvo que en las principales, las losas eran planas casetonadas. Los techos de las piezas principales del colegio se ornaban con molduras de yeso. Yo escudriñaba cada rincón, disparaba la cámara, miraba, me complacía ver aquella rehabilitación de un inmueble caro al patrimonio urbano santaclareño, y que tiene el lujo de situarse en una manzana de excelencia, teniendo como vecinos al teatro y al otrora Colegio “San Pedro Nolasco”, un triángulo que lleva la marca histórica de los Abreu. Plantado en medio del patio, me dijeron al oído que todo no era color rosa, que no siempre la calidad de la restauración estaba a la altura, que había detalles de la decoración que estaban levantando ronchas y creando disgustos. Para entonces ya se había resuelto lo de la abertura de la puerta que da al lado del teatro, y que a mí particularmente me gusta sobremanera. Lámparas, apliques, cristales tallados con las letras SR, marquetería oliendo a barnices y aceites… Seguí mi visita sin ver el lado oscuro de aquello que mis ojos eran incapaces de ver, y con cierta timidez apretaba el obturador de mi cámara. Al salir, sentí como un alivio al ver que aquel edificio renacía y que pronto abriría sus puertas, aunque no para el disfrute de niñas pobres, sino para turistas ávidos de un cuadro agradable en el centro de la ciudad y para los locales solventes que puedan sentarse en sitios de esa categoría. Desde la calle volví a abarcar el esplendor de su fachada, la carpintería, los enrejados con sus atípicos motivos de florero sin desdeñar la lira, el sostenido equilibrio rítmico de sus vanos, los frisos, las cornisas, las pilastras con capiteles jónicos, y el frontoncillo sobre el pórtico principal. Aquella tarde todavía los andamios cubrían la fachada. Caminé en dirección al parque, y me volteé para mirar otra vez, ese pedazo de Santa Rosalía que es su única pared lateral y que impresiona por su majestuosidad. ©cAc-2014
Foto tomada en enero del 2014. Las siglas SR sobre el globo del aplique exterior es pura imaginacion del autor. |