sábado, 7 de noviembre de 2020

Colón & San Cristóbal (El Fuego Verde Salón)

Ayer, viernes seis de noviembre, anotaba en mi cuarderno de confinamiento : « Se fue corriendo la tarde y terminé pelado a tijeras por dos manos y un peine confabulados con aquellas « cucarachas » que nos dejaba en la cabeza aquel barbero del Salón Verde. Me pregunto a dónde fue a parar todo aquello que se vendía en esa esquina cuando entonces albergaba la Quincallería El Fuego. » Este corte de cabello « fait maison » me ha dado pie para detenerme en otra esquina bien concurrida de la ciudad de Marta. Es un cruce de calles pero quiero solo referirme al « desarrollo » de una esquina, ustedes pensarán que estoy loco, que se trata de « involución », y no los contradigo, tienen toda la razón de pensar en la involución de esta esquina, parte del proceso involucionario de un tipo de vertebrados, que conceptualizan la evolución urbana a su libre albedrío.

Volvamos atrás, a la Santa Clara del siglo XIX. La esquina era como tantas otras, esquina de comercio, de quincallas, cuchillerías, loza y retacería, vecina del mercado levantado en épocas de transformaciones urbanas, y a doscientos metros de la plaza Mayor. Mucho antes debió haber sido un caserón familiar, mitad comercio, mitad vivienda, casi siempre al fondo del establecimiento. A la llegada del siglo XX, la esquina en cuestión, había cambiado de aspecto, y los propietarios de la parcela mitad comercio mitad vivienda, se hicieron construir una casa no lejos de la iglesia del Carmen, y reestructuraron la esquina exclusivamente como comercio. Puerta por San Cristóbal, puerta en la misma esquina y cuatro puertas por la calle Colón. El inmueble, estructuralmente comprendía otro comercio por Colón, también con cuatro puertas, pero los dueños del comercio no eran los propietarios del lote, y estos últimos no se sumaron a la reestructuración llevada a cabo por los vecinos colindantes.

La tienda o bazar, al que se accedía por todas sus puertas, vendía de todo, y la mercadería se situaba en los anaqueles de madera contra la pared. Un largo mostrador acogía a los clientes. Con la rehabilitación del inmueble, dejó de verse la cubierta de tejas con pendiente hacia Colón, oculta por un largo friso, dividido en paños rectangulares y una cornisa saliente de la misma extensión Sobre cada puerta, un guardapolvo imitando la cornisa. Las puertas, en su parte superior, carecían de vitrales, y en su lugar fueron incorporadas una rejillas forjadas que permitían ventilar el establecimiento, una vez cerrado. En esa primera reestructuración, las puertas del bazar no cambiaron, y se mantuvieron aquellas gruesas puertas de cedro en la que se distinguían los gruesos clavos. Para protegerse del sol que en la tarde da directamente sobre la fachada, fueron incorporadas en las puertas, una esterillas simples que se bajaban según se necesitara.

Las tres esquinas vecinas del bazar que completan el cruce de Colón y San Cristóbal, una era el Bazar Inglés, la segunda una ferretería y la tercera, que no era solo una esquina sino un cuadrante, el viejo mercado de Santa Clara, que había reemplazado al mercado de Las Tahonas, del otro lado de la plaza Mayor.

Años más tarde, siempre en ese rico periodo republicano, en el cual Santa Clara comenzó a desempolvarse de su letanía provinciana, la tienda-bazar se regaló un rejuvenecimiento en el cual, la intervención principal fue la modernización de las puertas. Las viejas puertas de cedro pueron reemplazadas por puertas también de madera noble, pero a cada paño se le incorporaron cuatro vidrios centrales con hermoso trabajo de carpintería encima y debajo de los vidrios. Toldos rayados esquivando el sol y con la llegada del neón, un lumínico saliendo del friso esquinado, para hacerle compañía al viejo cartel de la quincalla. Allí el electrodoméstico por excelencia, y anunciado en el lumínico, era el refrigerador Leonard. Supongo que con el progreso y la diversidad, la quincalla ofreció otras marcas de refrigeradores y los electrodomésticos de « nueva generación ».

El cierre de la quincallería (por falta de aprovisionamiento ?), es decir, la intervención del próspero negocio por las autoridades, se llevó a cabo de la noche a la mañana. Intervención, un administrador nombrado por el gobierno local, mala administración de lo que quedaba y cierre definitivo. Otros conocerán mejor la historia del nacimiento del Fuego y el apagado del mismo.

En algún momento nació el Salón Verde, verde claro en los muros del inmueble, y un miserable lumínico en una pared interior, neón coloreado de verde. Evidentemente, como el saltamontes, que no siempre es la esperanza. De las seis puertas del establecimiento, cuatro fueron convertidas en ventanas, desmantelada la carpintería, reducidas y reconstruidas en aluminio. En la pared por la calle Colón, le incorporaron el legendario poste luminoso de las barberías, blanco azul y rojo girando en espiral, no recuerdo si ese giraba encendido mientras se mantenía abierta la barbería. Si grotesca fue esa reestructuración de la carpintería, grotesca fue la desaparición de todo el largo friso (milagrosamente sobrevivió la cornisa y los guardapolvos) que ocultaba la cubierta de tejas. La humedad y el moho en la cornisa y las paredes es el resultado de la pérdida del friso. A qué dirigente se le ocurrió maltratar el patrimonio urbano de esa esquina ? Ese ya murió o digiere tranquilo su jubilación. ©cAc-2020

1 comentario:

  1. El Fuego era, sí, una quincalla, desde el punto de vista comercial, pero era mucho más grne y con más artículos variados que las quincallas de SC. Era el preludio a la cornucopia enloquecida de ofertas de la Plaza, que estaba ya al cruzar la calle. El fuego tenía muchas cosas para fiestas y en Navidades se llenaba de regalos. Era más grande que otra tienda parecida, dos cuadras antes, en Cuba y San Miguel, Cubanacán. Donde al igual que en El Fuego se vendían muchos artículos para la escuela. En unos Reyes Magos predictadura ellos tenían un deseado por mí "Circo con Valencia" que mis Reyes Magos decidieron no traerme, a pesar de que se los escribí TRES VECES en la carta. A cambio, me trajeron mi primera cama grande, con barandillas, cosa que yo no aprecié en absoluto. Frente a El Fuego estaba la tienda más ordenada y limpia que recuerdo: La Campana, muy parecida a un Sears pequeño. Vendían desde escaleras, mangueras, guatacas y los primeros aires acondicionados hasta las bicicletas más apetecibles. Sus dueños, decía mi mamá, fueron los primeros millonarios de SC.

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