jueves, 4 de diciembre de 2008

Barbara, Santa, calle y callejon

Desde que amanece diciembre cuatro, el rojo se distingue como color de la jornada. Un color ausente de distinción partidista, simplemente una elección hecha por devoción a Santa Bárbara, Changó o Shangó en el panteón yoruba de la Isla. En efecto, el rojo es el color de éste orisha mayor que es Dios del fuego, del rayo y de los truenos, y se le reconoce como Dios de la guerra y de los tambores, y por ello, patrón de los guerreros y también de las tempestades. Es un santo alegre, al que le gusta el baile, la música, y aunque representa buena cantidad de virtudes e imperfecciones humanas, se le atribuye virilidad y hermosura. Shangó disfruta al mentir, se jacta de ser quien es, ama la pelea y adora el juego. Tiene diversos atributos, el hacha de doble filo, el caballo, los cuernos del toro, el tambor batá, pero se le conoce sobretodo por la espada y la copa. En los sacrificios se le ofrecen gallos colorados y claros, pavos, carneros, toros y tortugas. Shangó es venerado en África, en Brasil y por una buena cantidad de cubanos.

Les muestro un altar y una pintura mural de Santa Bárbara, pertenecientes a la difunta Zoila Rosa Oliva, una de las más respetadas sacerdotisas que tuvo Santa Clara y cuya casa y capilla personal se mantienen en el barrio Condado de la ciudad del Bélico.

Shangó. Ilustración de Lawrence Zúñiga.


Benitero o pila para agua bendita en madera, trabajada en oro viejo con una imagen de Santa Bárbara (19cms de alto x 8 de ancho). Colección de beniteros del autor.


La calle de Santa Bárbara, que es callejón para los santaclareños, nace en la de Villuendas (antigua San José) y desciende suavemente al oeste hasta morir en la margen derecha del Bélico.

La esquina de Juan Bruno Zayas y Santa Bárbara, hace parte del pequeñísimo “barrio chino” de Santa Clara. Vean ustedes las cuatro esquinas en las siguientes dos fotos. A la izquierda, la casa de la familia De la Torre, cuya construcción data de la colonia. A pesar de sucesivas remodelaciones interiores, los muros exteriores no han sufrido transformaciones, aunque es evidente el deterioro de las ventanas y puertas-ventanas. Cruzando la calle, también a la izquierda, nos encontramos un vetusto inmueble colonial, que bien valdría una profunda transformación antes que desapareciera. El edificio, convertido en cuartería, está ocupado por diferentes familias cuyos intereses individuales priman ante el interés de recuperar un pedazo del patrimonio urbano. Frente al edificio colonial, un inmueble Art déco, que por ser más reciente y por su solidez constructiva, el tiempo y los caníbales del patrimonio no han podido ensañarse totalmente con él. Cierto, la humedad, la falta de mantenimiento, y la utilización de pinturas de mala calidad no han ayudado a sus muros. No obstante, las transformaciones son evidentes. Enrejados de cabillas en las ventanas de la planta alta, así como la transformación de las puertas de la planta baja, agreden su arquitectura. Un edificio superpoblado. La necesidad de solucionar problemas de espacio es una de las causas que provocan esas tristes transformaciones, cuando las familias que lo habitan, construyen entrepisos y barbacoas que no pasan inadvertidas para los que transitan por el lugar.
La otra esquina, fue un inmueble colonial que el tiempo y el abandono se encargaron de convertirlo en un célebre vertedero de los vecinos y de los pasantes. Triste final para lo que fue un típico edificio que pudiera testimoniar del pasado arquitectural de la ciudad.
De estas cuatro esquinas, y de su entorno, volveremos a comentar. Ahora, a ustedes de hacer el vuestro.  ©cAc

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