Los cambios urbanísticos que se ejecutaron en Santa Clara en el año de 1965 permitieron a los pilongos trasladarse de Paris a Florencia sin ausentarse de la ciudad. Otro toque de magia en el que la desaparición de un edificio era real, como real era aquel que lo remplazaba. Adiós a otra esquina colonial de la ciudad, sumergida en una fiebre “modernizadora” que ningún termómetro sensato fue capaz de bajar. La esquina no era otra que los 565 m² que ocupaba el “Parisién”, en una construcción, que si bien había contemplado cambios desde sus orígenes, hablaba de los días fundadores de la villa. El solar, como los cuatro que componen esa manzana, hacia 1850 estaba en manos de la Comisión local de instrucción primaria, la cual se esforzaba por hacer construir un nuevo edificio para la Escuela Pía. Sin embargo, las dificultades financieras del Cabildo, hicieron que en lugar del Instituto, se pensara en la edificación de una Plaza de Mercado. Este proyecto de mercado no creció, y entonces los dichos solares, -que obviamente, estaban construidos-, fueron cedidos en propiedad en octubre de 1856 a D. Pedro Nolasco Abreu, -padre de nuestra ilustre benefactora Marta Abreu-, y a D. Juan Jova por la suma de 3042 pesos.
Fue en la segunda mitad del XIX que la casa de muy alto puntal, con caída y fachada principal hacia la calle Carmen, sufrió una remodelación, tal como su vecina de la derecha, entonces Diputación Provincial, y así se mantuvo hasta principios del XX, en que los propietarios renovaron su fachada, sin deteriorar su aspecto colonial, pero manteniendo una armonía en altura y estilo de los únicos dos inmuebles entre la calle Marta Abreu y la cortísima calle que se llamara Renacimiento.
“El Parisién”, cafetería y dulcería que abrió sus puertas en la década del 50’, era una esquina viva y con sobrada vida social, pero fue blanco de las políticas urbanas revolucionarias en que las demoliciones, construcciones en tiempo récord y cumplimientos de metas por visitas de rigor se impusieron al ritmo cotidiano de la ciudad. En efecto, corría 1965, y la ciudad de Santa Clara había sido elegida como sede del acto nacional para recordar el asalto al cuartel Moncada. Para los “festejos”, se decidió demoler “viejos edificios” y construir “para embellecer”, para “equilibrar la escasez y carencia de diseños en áreas sociales”. Fue el regalo de cumpleaños que me hizo aquel acto cuando el 1° de julio de 1965, “El Parisién” se hizo polvo y cinco días después, comenzó la nueva obra. Durante veinte días, de sol a sol, y de luna a luna, 270 constructores trabajaron para dar término al “Toscana”, un restaurant de comida italiana en el corazón de Santa Clara, proyectado por urbanistas, arquitectos y trabajadores del IPF, del Micons[1] y del Init Una obra cuya estructura, columnas y vigas fueron fundidas in situ. Las losas de hormigón y las viguetas prefabricadas. Novedad para la esquina, el toque verde incorporado en el diseño.
“El Parisién”, cafetería y dulcería que abrió sus puertas en la década del 50’, era una esquina viva y con sobrada vida social, pero fue blanco de las políticas urbanas revolucionarias en que las demoliciones, construcciones en tiempo récord y cumplimientos de metas por visitas de rigor se impusieron al ritmo cotidiano de la ciudad. En efecto, corría 1965, y la ciudad de Santa Clara había sido elegida como sede del acto nacional para recordar el asalto al cuartel Moncada. Para los “festejos”, se decidió demoler “viejos edificios” y construir “para embellecer”, para “equilibrar la escasez y carencia de diseños en áreas sociales”. Fue el regalo de cumpleaños que me hizo aquel acto cuando el 1° de julio de 1965, “El Parisién” se hizo polvo y cinco días después, comenzó la nueva obra. Durante veinte días, de sol a sol, y de luna a luna, 270 constructores trabajaron para dar término al “Toscana”, un restaurant de comida italiana en el corazón de Santa Clara, proyectado por urbanistas, arquitectos y trabajadores del IPF, del Micons[1] y del Init Una obra cuya estructura, columnas y vigas fueron fundidas in situ. Las losas de hormigón y las viguetas prefabricadas. Novedad para la esquina, el toque verde incorporado en el diseño.
El “Toscana”, cuarenta y cuatro años después, oralmente convertido en la “Toscana” porque el restaurante italiano hoy no es más que una escuálida pizzería, es un ejemplo vivo de las mutilaciones que vejan a una ciudad por caprichos, y de las mutilaciones que todo aquello sufre cuando a nadie le interesa la conservación en su más amplia definición. El deterioro que se observa es el generado por el abandono humano, la construcción es sólida, su fraguado y la utilización de materiales óptimos le concedió larga vida. Terraza techada a desniveles, abierta con columnas, jardineras, porshe de entrada voladizo, saliente hacia la calle, jardín con palmeras y una secuencia de ventanas asumiendo su responsabilidad de iluminación y ventilación.
La “Toscana”, del que ya nadie recuerda que tuvo un cartel lumínico en su fachada y mobiliario de design años 60, no es el espacio agradable al que se entra solo, acompañado por la familia o amigos para deleitarse con cualquiera de las especialidades de la península italiana. No, la “Toscana” es la esquina donde mucha gente de Santa Clara va para “ver que puede comer” cuando en sus casas no hay mucho más ni mucho menos. Y para ello tiene dos opciones, tener tiempo y suerte si quisiera sentarse en el “salón”, y acceder a otras ofertas, o simplemente, ir por la puerta de atrás, la de servicio, hacer la “colita” para comprar la pizza destinada a ese punto de venta, que la empleada –saya negra desteñida y blusa blanca ajada de grasa- traerá en una bandeja de aluminio grasienta, y que servirá en diminutos pedazos de cartón. Pizzas de queso, las más de las veces, pizzas de jamón, a veces… Y por esa misma puerta, si realmente quiere sentarse en el salón, y no quiere hacer la cola, con una buena propina, entrará de manera bien “discreta”, delante de los ojos de los que esperan la próxima bandeja de pizzas. Santaclareños que conocen el pase, y turistas, no se esconden para satisfacer sus estómagos.
El ala derecha del otrora restaurante italiano es una mezcla de bar con amenización musical, y que las guías de turismo se empeñan en llamar “Patio de la Toscana”, y cito: ...ideal por su posición casi frente al parque, vecino del teatro, y lugar de encuentro de numerosos estudiantes y pueblo, a los que usted podrá mezclarse para escuchar conciertos organizados o música tradicional en live, a partir de las 9 o 10pm y hasta pasada la medianoche. Un sitio a no dejar de ir en la ciudad.Insisto en ese “patio” toscanero, porque si bien pudiera servir para lo que fue concebido, es decir terraza del restaurante, ese incontornable paraiso, a un costado de La Caridad, hace daño a las funciones, piezas y espectáculos del teatro, y no pocas veces, los asistentes se han quejado de la incidencia de la música del bar mientras disfrutaban de una función nocturna.
La “Toscana”, del que ya nadie recuerda que tuvo un cartel lumínico en su fachada y mobiliario de design años 60, no es el espacio agradable al que se entra solo, acompañado por la familia o amigos para deleitarse con cualquiera de las especialidades de la península italiana. No, la “Toscana” es la esquina donde mucha gente de Santa Clara va para “ver que puede comer” cuando en sus casas no hay mucho más ni mucho menos. Y para ello tiene dos opciones, tener tiempo y suerte si quisiera sentarse en el “salón”, y acceder a otras ofertas, o simplemente, ir por la puerta de atrás, la de servicio, hacer la “colita” para comprar la pizza destinada a ese punto de venta, que la empleada –saya negra desteñida y blusa blanca ajada de grasa- traerá en una bandeja de aluminio grasienta, y que servirá en diminutos pedazos de cartón. Pizzas de queso, las más de las veces, pizzas de jamón, a veces… Y por esa misma puerta, si realmente quiere sentarse en el salón, y no quiere hacer la cola, con una buena propina, entrará de manera bien “discreta”, delante de los ojos de los que esperan la próxima bandeja de pizzas. Santaclareños que conocen el pase, y turistas, no se esconden para satisfacer sus estómagos.
El ala derecha del otrora restaurante italiano es una mezcla de bar con amenización musical, y que las guías de turismo se empeñan en llamar “Patio de la Toscana”, y cito: ...ideal por su posición casi frente al parque, vecino del teatro, y lugar de encuentro de numerosos estudiantes y pueblo, a los que usted podrá mezclarse para escuchar conciertos organizados o música tradicional en live, a partir de las 9 o 10pm y hasta pasada la medianoche. Un sitio a no dejar de ir en la ciudad.Insisto en ese “patio” toscanero, porque si bien pudiera servir para lo que fue concebido, es decir terraza del restaurante, ese incontornable paraiso, a un costado de La Caridad, hace daño a las funciones, piezas y espectáculos del teatro, y no pocas veces, los asistentes se han quejado de la incidencia de la música del bar mientras disfrutaban de una función nocturna.
La esquina, -que una vez requirió de semáforo- inaccesible a la circulación por las obras de la Cámara de Comercio, y limitado el paso peatonal, es la menos conflictiva y también tiene sus habitudes. Come en las otras dos, tanto por Máximo Gómez, como por Marta Abreu, se parquean los choferes de taxi, sobre todo aquellos que proponen las carreras a los centros nocturnos alejados del centro, y los bicitaxistas. Es una esquina de gran movimiento peatonal, hacia y desde el parque, en dirección al oeste, donde « El Mejunje » y la « terminal intermunicipal » son centros neurálgicos, y hacia la zona comercial del boulevard… ©cAc
*Esta crónica urbana de Santa Clara es fruto de la colaboración con HBN (http://arquitectura-cuba.blogspot.com/ ), y por cuya cortesía ha sido posible la inserción de imágenes auténticas del restaurante “Toscana”.
[1] Los proyectictas del ministerio de la Construcción fueron los arquitectos Raúl Chaell Lam, Ary Planas, Carmen Callón, Leandro Montes, Alberto Rodríguez, José Cortiñas y Juan Luis Caveda entre otros, que junto a los responsables de obras, Argelio Castellanos, Obdulio Millán, Armando González y Manuel López, también tuvieron a cargo las obras del restaurante Hanabanilla, del Soda Init y del restaurante Mar Init.
[1] Los proyectictas del ministerio de la Construcción fueron los arquitectos Raúl Chaell Lam, Ary Planas, Carmen Callón, Leandro Montes, Alberto Rodríguez, José Cortiñas y Juan Luis Caveda entre otros, que junto a los responsables de obras, Argelio Castellanos, Obdulio Millán, Armando González y Manuel López, también tuvieron a cargo las obras del restaurante Hanabanilla, del Soda Init y del restaurante Mar Init.