Me imagino que si vieron los aleros de Cuenca,
luego al ver un tejaroz santaclareño, hayan cerrado la página decepcionados. Santa
Clara fue una villa fundada como refugio por remedianos desesperados y
desgraciadamente no levantaron el caserío en un valle azucarero como el de los
Ingenios a dos pasos de Trinidad. Por supuesto, les presentaré más adelante la
que otrora fue capital de la sacarocracia cubana. También caminaremos por San
Juan de los Remedios, porque siento una gran afección por esta vieja villa
cubana.
Pero volvamos a Santa Clara. Poco queda en la
ciudad de su pasado colonial. Con la República en 1902, se abrió una brecha en
la evolución urbana que fue saneando el habitat y la vivienda comenzó a transformarse,
como también lo hicieron la administración y las instituciones. Desde comienzos
del siglo XX se observa un empeño por mejorar la imagen urbana y las nuevas
construcciones, sobretodo aquellas que florecieron al final del veinte y en las
dos décadas posteriores. Fue entonces cuando el alero o tejaroz comenzó a
desaparecer. Los maestros de obras de las casas que se construyeron
despreciaron ese borde del tejado que sale fuera de la pared y se aventuraron
en una carrera loca de cornisas y frisos, con adornos, molduras, sostenidas por
canecillos y por series de arcos muy pequeñitos. Aún quedan casas en Santa Clara con hermosas cornisas,
otras, el tiempo las ha olvidado y sus moradores a falta de recursos, no le
pusieron atención. Caídas, agrietadas, derrumbadas y en el mejor de los casos,
aún visibles detrás de los puntales que sostienen la fachada ante un inminente
derrumbe. Las cornisas no solo decoraron las fachadas de las viviendas, también
pueden apreciarse en las bodegas de chinos y españoles que existían en todas
las esquinas de pueblos y ciudades. Comprueben ustedes como termina el
patrimonio urbano por falta de atención. La foto de la izquierda tomada el 15
de julio del 2004 muestra el estado deplorable del inmueble. La foto siguiente fue tomada tres semanas más tarde una vez demolida la bodega.
La moda de la marquesina, un alero de cemento
armado, feísimo, sin gracia, apareció en las fachadas de las casas cuyos
propietarios fatigados de la teja y del goteo en temporada de lluvias y
ciclones, optaron por consolidar sus techos con cemento armado. Esa moda
aniquiló buen número de fachadas del centro histórico de la ciudad. Hubo quienes
con la ayuda de arquitrabes y cerramentos, y columnas interiores, alcanzaron a
mejorar sus techos sin transformar esas fachadas que como pasteles todavía
pululan en la ciudad del Bélico. ©cAc-2008
No hay comentarios:
Publicar un comentario