Pertenezco a una generación conflictiva, aquella que nació en la primera
mitad del sesenta, todavía ajena a la Y, donde el asere comenzaba a emerger «
bon enfant » y casi ignorante del 20 de mayo, porque cuando comenzamos a
crecer, la fecha ya había sido puesta de lado para en su lugar, aturdirnos con
un montón de otras. Y del veinte de mayo como fecha guardo pocos recuerdos.
Tuve una novia en la calle habanera bautizada así y que nace en la avenida
cuyos mojones todavía dicen « de la Independencia » y que se adentra en el
Cerro y termina en la calle Pedroso, allí se estrecha y se convierte en
Consejero Arango. Y si no me equivoco, es la única « cosa » bautizada en la
isla con la histórica fecha. De muchacho, y luego no lo volví a oir, escuché
decir en ligeras trifulcas de colas y cantaletas, que si la escaramuza no se
resolvía aquello iba a « terminar como un veinte de mayo » ! Nunca he
relacionado la fecha con la independencia de Cuba, porque aunque truncada,
aquella había sido obtenida cuatro años antes. Izar la bandera en el Morro
habanero y en los ayuntamientos de pueblos y ciudades no era otra cosa que el
nacimiento de la República, y la investidura de Tomás Estrada Palma como
Presidente en 1902. En la misma fecha, pero en 1913 terminó el período de José
Miguel Gómez. Mario García Menocal, Alfredo Zayas y Gerardo Machado se sentaron
en la misma silla en el 13, en el 21 y en el 25. Ese día de 1936, terminaron los
159 días con banda presidencial de José Barnet y comenzaron los 218 días de
Miguel Mariano Gómez. Desde
entonces, la histórica fecha dejó de ser fecha de investidura presidencial y
comenzó a pasar a menos. Personalmente, yo prefiero no buscarme un veinte de
mayo con nadie y me detengo aquí, justo para saludar la fecha, aquella en que
mi abuelo Alfredo y su hermano Gonzalo, apenas envainado el machete, montaron
sus caballos en Ventas de Casanova y fueron a Santa Clara para ver izar la
bandera en el ayuntamiento. ©cAc
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