No es gitana. Es errante. Errante de las calles, de negro toda vestida. Un
pañuelo cubre el cabello hirsuto blanquiplateado. Descolorido el pañuelo, como
el negro de sus ropas, un traje sastre de hombre siempre dispuesto a cubrir sus
piernas cuando el tiempo la detiene en un costado del puente bajando hacia el
arroyo. Es solitaria y no se mete con nadie. Desdentada, coloreada del sol
urbano del que ella se esconde durante los mediodías abrasivos. La vi caminar
cabizbaja por el puente sobre el Bélico en la carretera Central. Apoyó su
cuerpo contra el puente y escupió un resabio que vino a caer en las aguas
opacas del río. Nos cruzamos en el camino otra vez. Y luego descubrí que espera
algo, a alguien o nada, mascullando palabras trenzadas salidas de su delirio.
Su mirada perdida, sus brazos cruzados, su soledad pública sentada en el viejo
puente. No
es gitana, es errante. ©cAc
…un paseo en el tiempo, una mirada atrás para recordar calles y muros con sus tristezas y alegrías, los inicios polvorientos, la hora de los adoquines, del desorden, de las ingratitudes y de las esperanzas que se forjan escudriñando el viaje lento de una hoja flotando en las aguas del Bélico…
martes, 23 de junio de 2009
martes, 16 de junio de 2009
Corridas de toros en el corazón de Santa Clara
A pesar de las disposiciones publicadas en bando por el Cabildo, un
acontecimiento permitió una tregua a las prohibiciones y hasta aparecieron toda
suerte de entretenimientos: torneos, juegos de cañas, de sortijas y alcancías
que tuvieron como centro la Plaza Mayor. Hasta un teatro provisional fue
levantado en la plaza.
Para saludar la proclamación en 1760 de Carlos III como nuevo monarca, un
bando fue publicado en el cual se permitía a todos los vecinos de la villa, sin
discriminación fuere cual fuere y con total libertad, a entregarse a cuanta
diversión estimara conveniente. La dicha autorización conllevaba una sola
obligación, la de no ausentarse de la villa en el transcurso de los quince días
señalados para los festejos. La contravención a la obligada permanencia en la
villa exponía a una multa de cuatro ducados. Y si de jolgorio y fiestas se trataba,
no había mucho que obligar a quedarse al interior de los límites del pueblo.
Eran los tiempos de corridas de toros, convertidas en diversión favorita en
la isla. Santa Clara no se quedaba atrás y el encierro y corrida se hacía en la
Plaza Mayor. Grande era el espacio yermo de la plaza que permitía aquel duelo
entre hombres ansiosos de matar y cuando menos de banderillar, y toros
excitados por la capa y el gentío. Para llevar a cabo la corrida, el Cabildo
tomaba precauciones y cerraba las esquinas de la plaza y las boca-calles que
concernían para el evento, y montaban una cerca desde el cementerio pegado a la
Parroquial en línea recta hasta la casa donde hoy se levanta el edificio que
fuera Ayuntamiento de la municipalidad.
Muchas películas que vimos en la niñez nos catapultaron unas veces como
toros otras como toreros, cuando nos reuníamos primos y amigos. Más tarde, de
muchacho, me preguntaba el por qué Cuba no había incorporado a sus tradiciones
aquella de las corridas, habiendo sido conquistada y colonizada por los
hacedores de plazas taurinas. Luego, curioseando en la enciclopedia taurina Los
toros, de José M. de Cossio, aprendí que el espectáculo taurino si había sentado base en la isla. Se nombran
ciudades y plazas habaneras, pero no Santa Clara. Yo confirmo que hubo corrida
en la villa de Gloriosa, aunque sin verdaderos toros y toreadores. Puro
espectáculo de divertimento y de exhibición. Santa Clara nunca construyó una
plaza de toros, cosa de la cual me alegro y enorgullezco. Con la intervención
norteamericana, las lidias fueron prohibidas y desde entonces, salvo los dos
espectáculos de agosto de 1947, dejaron de ser agonía y muerte para los toros.
En la primavera de 1995 me senté por primera y única vez en una plaza de
toros. La Plaza de las Ventas madrileña desbordaba. Los oles y la gritería me
confirmaron que yo presenciaba la fiesta encarnizada entre dos bravos, uno a su
aire, el otro resoplando y agitado ante la proximidad de la muerte. Si llegué
al final de la corrida fue porque llevaba en mí los ojos de mi padre y su deseo
de presenciar, como buen matarife, el enbanderillamiento del animal. Prometí
contarle con lujo de detalles aquella tarde madrileña pero me juré no pisar
nunca más una arena taurina.
No hace mucho, recorriendo Aquitania, nos tropezamos la funesta salida de
un toro inerte, ensangrentado, aún caliente, que acababa de satisfacer con su
agonía a un público que abarrotaba las arenas del pueblito francés
Rion-les-Landes. Triste domingo para el toro y para mí. No adhiero a ninguna
asociación antitaurina, pero soy totalmente contrario a tanta brutalidad. ©cAc
lunes, 15 de junio de 2009
Gallos de pelea en la Santa Clara del XXI
En
publicación anterior, he comentado que el juego hizo su aparición bien temprano
en la ciudad del Bélico y las autoridades de la villa no tardaron en cabildear
al respecto. Las disposiciones adoptadas por el Cabildo en referencia a los
juegos, si bien ayudaron a controlarlo, despertó un interés mayor por los
aficionados que no cejaron en continuar
jugando y de inventar otros. Fue cuando aparecieron las peleas de
gallos. En un principio como un « sano » pasatiempo que se convertía
en una distracción de más, desde que comenzaba el día hasta que se iba el sol.
Sin embargo, el pasatiempo de ver pelear a dos gallos sanguinolentos, se
convirtió en vicio de incalculables perjuicios. Dos notables se alzaron contra
las peleas de gallos en la villa, los capitanes Juan Rodríguez Surí y Juan de
Monteagudo, que ejercían como alcaldes hacia 1743. Los dos hombres, convencidos
de la deriva perniciosa del juego, publicaron un bando u ordenanza que decía:
« Por cuanto se esperimenta en la villa el perjuicio de los juegos de
naipes, dados y gallos, habiendo personas que solo atienden á ese pernicioso
vicio, sin trabajar ni atender á sus obligaciones, sino embebidos en él: esperimentándose
asi mismo las pérdidas considerables que se hacen en dichos juegos, de hombres
pobres casados, que cuando pierden los pocos reales que adquieren, llegan al
estremo de venderles á sus mujeres hasta la ropa y prendas que tienen, (…); y
asi mismo, que muchas personas que han tenido comodidades para vivir, se ven
muy pobres, y sus familias descarriadas, y las discordias que entre los
jugadores se ofrecen, para obviar tan perniciosos inconvenientes, (…),
prohibimos á todas las personas, de cualquiera estado ó condición, juegos de
naipes de dos reales de entrada para arriba, con tal que la pérdida que se haga
no esceda de diez pesos: prohibimos en el todo el juego de dados y los vueltos
de envite en cualquiera pequeña cantidad, admitiéndose los de honesta
diversión, y que en ellos no esceda la pérdida de los dichos diez pesos, pena
de cinco ducados de multa y diez días de cárcel y por la tercera destierro del
lugar por un año preciso: que los juegos de trucos no escedan de dos reales
cada juego, no siendo la pérdida de diez pesos, bajo las mismas penas: que
ningún oficial de herrero, carpintero, albañil, sastre, zapatero y barbero
juegue en los días de trabajo, pena de dos ducados de multa y diez días de
cárcel: que ninguno que fuera fullero se consienta jugar, y que á éste, el
coime ó tablajero que lo sepa y consienta, se les condena en diez ducados de
multa, y el interés á quienes hubieren ganado mal, si el dicho fullero no lo
tuviere: que ningún tablajero ó coime consienta los juegos arriba prohibidos,
ni menos que jueguen oficiales, ni que consientan hijos de familia ni esclavos,
ni aun à ver, pena de seis ducados y diez días de cárcel por la primera vez,
treinta días por la segunda y por la tercera un año de destierro preciso, fuera
del lugar: que en cuanto á los juegos de gallos, la pérdida de cada pelea no
esceda de diez pesos, bajo las mismas penas, que pagará el que cuidare dicho
juego”.
Gallo de pelea y cuartería donde vive el propietario del gallo
Pese a los continuos bandos y prohibiciones, el juego no mermó en las costumbres
de los villaclareños y en toda la isla, manifestándose como una tradición
popular cubana. Ni en el período colonial, ni de intervenciones norteamericanas
ni a lo largo de la República, los juegos desaparecieron del imaginario
popular, y por supuesto, renombradas eran muchas vallas donde un público
fanático apostaba por una encarnizada pelea de gallos. En los años cincuenta,
Santa Clara se dotó de un elegante establecimiento para los combates de gallos.
El Club Gallístico estaba ubicado en la carretera Central por la banda de
Esperanza, en las inmediaciones del barrio Las Minas. Pasados de moda los
bandos, aparecieron las leyes y decretos del cincuenta y nueve revolucionario,
y veintiséis días después de la huída de Batista fue dictada la ley (*) creadora
del Instituto Nacional de Ahorro y Vivienda (INAV) que preconizaba la lucha
contra los juegos. Por supuesto, el Club Gallístico fue intervenido, y a los
habituales espectadores y apostadores no les quedó otro remedio que esconderse
para seguir disfrutando de su vicio. Peleas que no han desaparecido en la Isla,
como tampoco en la ciudad del Bélico. Alguien que conozco me ha invitado a
presenciar un combate de gallos, y solo atiné a decirle que prefería hacer unas
fotos a un kíkiri de pelea. Lo comenté a mis primos del campo y no tardaron en
proponerme un domingo de asueto con ellos. Francamente, ninguna invitación me
llamaba la atención. Recuerdo que de viaje por Ecuador, la curiosidad nos hizo
ser espectadores de par de peleas, brutales, encarnizadas, donde sentimos las
espuelas de los animales como si penetraran nuestra propia carne. Antes de que
finalizara la segunda pelea ya estábamos fuera de la valla. Confieso que no
estoy preparado tan siquiera para servir de coime a la entrada de un garito! ©cAc
Gallo de críanza. Nótese la diferencia de sus muslos y patas con los gallos
de arriba.
(*) Ley N° 86 de 26 de enero de 1959.
viernes, 12 de junio de 2009
Dados, naipes y trucos
Entrados
en el segundo cuarto del siglo XVIII, los vecinos de Santa Clara fueron
conminados a observar nuevas reglas de convivencia pública. En los espacios
públicos de la villa aumentaban los círculos de vecinos que jugaban a los
dados, naipes, y se entretenían con diferentes juegos de trucos. ¡Ah, el juego,
la perdición de los hombres!, y para evitar que aquello no se convirtiera en un
mal profundo, el cabildo dispuso el control de dichos entretenimientos, en los
que siempre había dinero de por medio. La disposición rezaba así: « que no
los hubiera ni en casas particulares, ni en tablajerías, pena de perdido el
dinero que se cogiera y ocho días de cárcel y al dueño de la casa, además
de la misma pena, dos ducados de multa ». Todo parece indicar, que los vecinos
hartos de la morosidad de aquellos comienzos de la sociedad poblana,
encontraron en los juegos un escape con el cual entretener sus horas, aunque
fueran laborales. Y por si fuera poco, con la posibilidad de volver a casa con
unos ducados de más en sus bolsillos.
Trucos
son los que se sobran en la ciudad del Bélico para sobrevivir. El bochorno del
mediodía no es impedimento para sentarse en una esquina y en lugar de hacer una
siesta sudando a borbotones sobre una cama, muchos prefieren, si corre una brisa,
aunque sea cálida, hacerlo con sus vecinos y amigos. Hoy, apenas se juega a los
dados, y poca gente guarda esos cubos cifrados del uno al seis que se removían
al interior de una especie de vaso fabricado en cuero, muy sólido, a veces
finamente trabajado con detalles. Y aunque en la familia no somos adeptos a los
juegos de azar, con sorpresa descubrí un juego en el fondo de una gaveta.
En las
calles de Santa Clara, se juega al parchís, naipes y a las damas, al dominó y
hasta se juega a los palitos chinos. Falta de otros entretenimientos? Demasiado
tiempo libre?, o como antaño, cuando los alcaldes tuvieron que frenar el
abandono de los oficios en horas de trabajo? Les dejo unas instantáneas de
naipes y damas pero del siglo XXI. Los jugadores de naipes refrescaban del sol
todavía encaramado a las cuatro y media de la tarde, en una calle del
santaclareño barrio Condado. En la calle
Maceo, padre e hijo, jugaban una partida de damas, frente a su casa. ©cAc
jueves, 11 de junio de 2009
Los dioses rotos, las lunetas también...
Cuando
fui a la isla a principios de año, el cine Cubanacán de Santa Clara (construído
al final de los 40’) anunciaba la première de la película cubana Los dioses
rotos. Me dije, no puedo perder la oportunidad.
Un jueves a las ocho y treinta de la noche. Hijo de la experiencia, a las ocho en punto
ya estaba llegando al boulevard y cual sorpresa la mía, no estaban vendiendo
entradas, y la mayoría del público ya tenía una en mano. Los privados de la
consabida papeleta comenzamos a hacer una cola, que fue río inmenso en la
calle. Luego comenzaron a dejar pasar a los asistentes en grupos de veinte.
Como el recolector de entradas lo mismo la pedía como que no la pedía, mucha
gente entró tranquilamente. Y cuando toda aquella muchedumbre hubo entrado, el
recolector comenzó a repartir papeletas a cuenta gotas, detrás del improvisado
hueco hecho en la puerta de cristal del cine (el cine fue concebido con un
local exterior para vender las entradas y desde que el cine sufrió su quota de
período especial, ese local ha servido a otros usos, desde venduta de pacotilla
en divisas hasta local de venta y alquiler de filmes en dvd) . Cuando tuve la
posibilidad de asegurar mi papeleta cifrada además con mi número de suerte,
entré al cine como un bólido, sin apenas mirar la muestra de pinturas expuesta
en su amplio vestíbulo, y traté de localizar una luneta sana entre las que no estaban
ocupadas.
Una vez
sentado, o medio sentado, porque la luneta estaba renga, me dí cuenta que
asistía a una première sin haber pagado un centavo . Como dicen los
comerciantes en Francia, « gracieusement », un « petit geste
commercial », pues si era así, mejor ! El cine había dejado de usar,
a falta de películas, la pantalla grande, y se servía de un televisor que
pasaba películas de vídeo, para un lunetario construido para unos tresmil
espectadores. La gente comentaba que qué bueno era volver a ver una película en
pantalla grande ! Una presentadora anunció la première de Los dioses rotos
acompañada del documental cubano « Del amor y los muertos » de
Guillermo Centeno. El documental, hace referencia a un grupo de vietnamitas que
cursaron estudios en la Isla y que regresaron a su tierra para servir en lo que
habían aprendido, y continuar su vida en familia. Si bien, emotivo por los
testimonios, creo que algo aburrido por momentos. El cine desbordado, en su
mayoría jóvenes, y como es frecuente en las salas cubanas, esa algarabía que
torna a la gritería y que desarticula a buena parte de los espectadores,
ahogados de calor, y sentados incómodamente. Así logré ver el filme de Ernesto
Daranas en cuyo reparto vi caras nuevas y caras ya conocidas. Un avejentado Patricio
Wood, una Isabel Santos pasada de peso, Silvia Águila demasiado lista como
mujer y naif como investigadora, y Héctor Noas, vestido de una madurez como
actor que vale la pena resaltar. Al galán Carlos Ever, lo ayuda su cara bonita,
pero qué malo es como actor ! Otros no conocía, y fueron en mi criterio
mediocres. Sin embargo, el filme puede
verse, y sacarse de él infinidad de conclusiones. No voy a decir dos Cubas. Me
detengo en esas dos Habanas con sus desequilibrios sociales y societales, bien
mostrados en sus casas y su paisaje urbano, la ciudad de casas y apartamentos
espléndidos y la ciudad de solares respirando sangre sudor y sexo. Aunque la
Habana espléndida teje a su aire el sexo descontaminado de pobrezas, y ni qué
decir de esa Habana de negocios y empresarias libres como el viento. Sin
comentarios. A la salida de la sala,
casi a medianoche, el gentío se diluye y me quedo saludando a unos amigos.
Comento que me gustaría tener una copia del filme. Una pareja de jóvenes me
propone una copia, me dan su dirección y me dicen que pase al día siguiente con
una « drive ». Una cléUSB, atiné a reflexionar. He vuelto a ver la
película en familia, lejos de San Isidro y del mito que envolvió al chulo
Yarini. Lejos de esa Habana enorme que sobrevive y donde sobreviven creyendo
que viven, buena cantidad de prostitutas, gigolós y proxenetas. Y no pudimos
dejar de reir recordando a Sandra decirle a Rosendo, « en la cara nooo, en
la cara noooo ! » . Cuidadito, nené, eso no se toca, eh, caca ! ©cAc
Si
quieren el link y curiosear sobre el filme aquí se los dejo :
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