En
publicación anterior, he comentado que el juego hizo su aparición bien temprano
en la ciudad del Bélico y las autoridades de la villa no tardaron en cabildear
al respecto. Las disposiciones adoptadas por el Cabildo en referencia a los
juegos, si bien ayudaron a controlarlo, despertó un interés mayor por los
aficionados que no cejaron en continuar
jugando y de inventar otros. Fue cuando aparecieron las peleas de
gallos. En un principio como un « sano » pasatiempo que se convertía
en una distracción de más, desde que comenzaba el día hasta que se iba el sol.
Sin embargo, el pasatiempo de ver pelear a dos gallos sanguinolentos, se
convirtió en vicio de incalculables perjuicios. Dos notables se alzaron contra
las peleas de gallos en la villa, los capitanes Juan Rodríguez Surí y Juan de
Monteagudo, que ejercían como alcaldes hacia 1743. Los dos hombres, convencidos
de la deriva perniciosa del juego, publicaron un bando u ordenanza que decía:
« Por cuanto se esperimenta en la villa el perjuicio de los juegos de
naipes, dados y gallos, habiendo personas que solo atienden á ese pernicioso
vicio, sin trabajar ni atender á sus obligaciones, sino embebidos en él: esperimentándose
asi mismo las pérdidas considerables que se hacen en dichos juegos, de hombres
pobres casados, que cuando pierden los pocos reales que adquieren, llegan al
estremo de venderles á sus mujeres hasta la ropa y prendas que tienen, (…); y
asi mismo, que muchas personas que han tenido comodidades para vivir, se ven
muy pobres, y sus familias descarriadas, y las discordias que entre los
jugadores se ofrecen, para obviar tan perniciosos inconvenientes, (…),
prohibimos á todas las personas, de cualquiera estado ó condición, juegos de
naipes de dos reales de entrada para arriba, con tal que la pérdida que se haga
no esceda de diez pesos: prohibimos en el todo el juego de dados y los vueltos
de envite en cualquiera pequeña cantidad, admitiéndose los de honesta
diversión, y que en ellos no esceda la pérdida de los dichos diez pesos, pena
de cinco ducados de multa y diez días de cárcel y por la tercera destierro del
lugar por un año preciso: que los juegos de trucos no escedan de dos reales
cada juego, no siendo la pérdida de diez pesos, bajo las mismas penas: que
ningún oficial de herrero, carpintero, albañil, sastre, zapatero y barbero
juegue en los días de trabajo, pena de dos ducados de multa y diez días de
cárcel: que ninguno que fuera fullero se consienta jugar, y que á éste, el
coime ó tablajero que lo sepa y consienta, se les condena en diez ducados de
multa, y el interés á quienes hubieren ganado mal, si el dicho fullero no lo
tuviere: que ningún tablajero ó coime consienta los juegos arriba prohibidos,
ni menos que jueguen oficiales, ni que consientan hijos de familia ni esclavos,
ni aun à ver, pena de seis ducados y diez días de cárcel por la primera vez,
treinta días por la segunda y por la tercera un año de destierro preciso, fuera
del lugar: que en cuanto á los juegos de gallos, la pérdida de cada pelea no
esceda de diez pesos, bajo las mismas penas, que pagará el que cuidare dicho
juego”.
Gallo de pelea y cuartería donde vive el propietario del gallo
Pese a los continuos bandos y prohibiciones, el juego no mermó en las costumbres
de los villaclareños y en toda la isla, manifestándose como una tradición
popular cubana. Ni en el período colonial, ni de intervenciones norteamericanas
ni a lo largo de la República, los juegos desaparecieron del imaginario
popular, y por supuesto, renombradas eran muchas vallas donde un público
fanático apostaba por una encarnizada pelea de gallos. En los años cincuenta,
Santa Clara se dotó de un elegante establecimiento para los combates de gallos.
El Club Gallístico estaba ubicado en la carretera Central por la banda de
Esperanza, en las inmediaciones del barrio Las Minas. Pasados de moda los
bandos, aparecieron las leyes y decretos del cincuenta y nueve revolucionario,
y veintiséis días después de la huída de Batista fue dictada la ley (*) creadora
del Instituto Nacional de Ahorro y Vivienda (INAV) que preconizaba la lucha
contra los juegos. Por supuesto, el Club Gallístico fue intervenido, y a los
habituales espectadores y apostadores no les quedó otro remedio que esconderse
para seguir disfrutando de su vicio. Peleas que no han desaparecido en la Isla,
como tampoco en la ciudad del Bélico. Alguien que conozco me ha invitado a
presenciar un combate de gallos, y solo atiné a decirle que prefería hacer unas
fotos a un kíkiri de pelea. Lo comenté a mis primos del campo y no tardaron en
proponerme un domingo de asueto con ellos. Francamente, ninguna invitación me
llamaba la atención. Recuerdo que de viaje por Ecuador, la curiosidad nos hizo
ser espectadores de par de peleas, brutales, encarnizadas, donde sentimos las
espuelas de los animales como si penetraran nuestra propia carne. Antes de que
finalizara la segunda pelea ya estábamos fuera de la valla. Confieso que no
estoy preparado tan siquiera para servir de coime a la entrada de un garito! ©cAc
Gallo de críanza. Nótese la diferencia de sus muslos y patas con los gallos
de arriba.
(*) Ley N° 86 de 26 de enero de 1959.
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