lunes, 15 de junio de 2009

Gallos de pelea en la Santa Clara del XXI


En publicación anterior, he comentado que el juego hizo su aparición bien temprano en la ciudad del Bélico y las autoridades de la villa no tardaron en cabildear al respecto. Las disposiciones adoptadas por el Cabildo en referencia a los juegos, si bien ayudaron a controlarlo, despertó un interés mayor por los aficionados que no cejaron en continuar  jugando y de inventar otros. Fue cuando aparecieron las peleas de gallos. En un principio como un « sano » pasatiempo que se convertía en una distracción de más, desde que comenzaba el día hasta que se iba el sol. Sin embargo, el pasatiempo de ver pelear a dos gallos sanguinolentos, se convirtió en vicio de incalculables perjuicios. Dos notables se alzaron contra las peleas de gallos en la villa, los capitanes Juan Rodríguez Surí y Juan de Monteagudo, que ejercían como alcaldes hacia 1743. Los dos hombres, convencidos de la deriva perniciosa del juego, publicaron un bando u ordenanza que decía:

« Por cuanto se esperimenta en la villa el perjuicio de los juegos de naipes, dados y gallos, habiendo personas que solo atienden á ese pernicioso vicio, sin trabajar ni atender á sus obligaciones, sino embebidos en él: esperimentándose asi mismo las pérdidas considerables que se hacen en dichos juegos, de hombres pobres casados, que cuando pierden los pocos reales que adquieren, llegan al estremo de venderles á sus mujeres hasta la ropa y prendas que tienen, (…); y asi mismo, que muchas personas que han tenido comodidades para vivir, se ven muy pobres, y sus familias descarriadas, y las discordias que entre los jugadores se ofrecen, para obviar tan perniciosos inconvenientes, (…), prohibimos á todas las personas, de cualquiera estado ó condición, juegos de naipes de dos reales de entrada para arriba, con tal que la pérdida que se haga no esceda de diez pesos: prohibimos en el todo el juego de dados y los vueltos de envite en cualquiera pequeña cantidad, admitiéndose los de honesta diversión, y que en ellos no esceda la pérdida de los dichos diez pesos, pena de cinco ducados de multa y diez días de cárcel y por la tercera destierro del lugar por un año preciso: que los juegos de trucos no escedan de dos reales cada juego, no siendo la pérdida de diez pesos, bajo las mismas penas: que ningún oficial de herrero, carpintero, albañil, sastre, zapatero y barbero juegue en los días de trabajo, pena de dos ducados de multa y diez días de cárcel: que ninguno que fuera fullero se consienta jugar, y que á éste, el coime ó tablajero que lo sepa y consienta, se les condena en diez ducados de multa, y el interés á quienes hubieren ganado mal, si el dicho fullero no lo tuviere: que ningún tablajero ó coime consienta los juegos arriba prohibidos, ni menos que jueguen oficiales, ni que consientan hijos de familia ni esclavos, ni aun à ver, pena de seis ducados y diez días de cárcel por la primera vez, treinta días por la segunda y por la tercera un año de destierro preciso, fuera del lugar: que en cuanto á los juegos de gallos, la pérdida de cada pelea no esceda de diez pesos, bajo las mismas penas, que pagará el que cuidare dicho juego”.
Gallo de pelea y cuartería donde vive el propietario del gallo

Pese a los continuos bandos y prohibiciones, el juego no mermó en las costumbres de los villaclareños y en toda la isla, manifestándose como una tradición popular cubana. Ni en el período colonial, ni de intervenciones norteamericanas ni a lo largo de la República, los juegos desaparecieron del imaginario popular, y por supuesto, renombradas eran muchas vallas donde un público fanático apostaba por una encarnizada pelea de gallos. En los años cincuenta, Santa Clara se dotó de un elegante establecimiento para los combates de gallos. El Club Gallístico estaba ubicado en la carretera Central por la banda de Esperanza, en las inmediaciones del barrio Las Minas. Pasados de moda los bandos, aparecieron las leyes y decretos del cincuenta y nueve revolucionario, y veintiséis días después de la huída de Batista fue dictada la ley (*) creadora del Instituto Nacional de Ahorro y Vivienda (INAV) que preconizaba la lucha contra los juegos. Por supuesto, el Club Gallístico fue intervenido, y a los habituales espectadores y apostadores no les quedó otro remedio que esconderse para seguir disfrutando de su vicio. Peleas que no han desaparecido en la Isla, como tampoco en la ciudad del Bélico. Alguien que conozco me ha invitado a presenciar un combate de gallos, y solo atiné a decirle que prefería hacer unas fotos a un kíkiri de pelea. Lo comenté a mis primos del campo y no tardaron en proponerme un domingo de asueto con ellos. Francamente, ninguna invitación me llamaba la atención. Recuerdo que de viaje por Ecuador, la curiosidad nos hizo ser espectadores de par de peleas, brutales, encarnizadas, donde sentimos las espuelas de los animales como si penetraran nuestra propia carne. Antes de que finalizara la segunda pelea ya estábamos fuera de la valla. Confieso que no estoy preparado tan siquiera para servir de coime a la entrada de un garito! ©cAc
Gallo de críanza. Nótese la diferencia de sus muslos y patas con los gallos de arriba.

(*) Ley N° 86 de 26 de enero de 1959.

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