En
el año de 1713, abrió Lorenzo de Rivera, en la calle Paso real de los oficios,
la primera barbería con la que contaron los hombres de la villa, y digo
hombres, porque las mujeres todavía no habían descubierto el lugar ideal para
el comadreo. La barbería de Lorenzo se impuso como el sitio por excelencia para
el compadreo, el chisme vestido de virilidad y el embrión de clientelismo
político del recién fundado pueblo, ya marcado por las desavenencias y las
rupturas. El local colindaba con la mercadería de Francisco Guillén y una de
reparaciones, cuyo menestral era Juan Hernández de Orta. En 1713, en aquel
punto casi perdido de la isla, qué podría usar Lorenzo de Rivera para cortar
los cabellos, emparejar patillas, afinar bigotes y acicalar aquellos rostros de
hombres curtidos por el ajetreo cotidiano? Las tijeras puestas de moda en
Europa en los siglos XVI y XVII no tardaron en llegar a la isla en los galeones
españoles. Luego fue cuestión de tiempo para entrar en Santa Clara por el Paso
real que la unía con La Habana, y en un abrir y cerrar de ojos, no tardó el
apellidado de Rivera en proveerse aquellas que serían las primeras en usarse en
la villa. Lorenzo estrenó su butaca para cortar el cabello al alférez Juan de
Soto que no tardó en comunicar al alcalde Rodríguez. Mucho ha llovido desde
entonces.
Mi
recuerdo de barberías no pasa de cuatro decenios, y me veo sentado en el salón
Cuba, que tenía unos sillones que giraban, el respaldar de cuero negro, el pie
en hierro y cerámica blanca, los brazos también forrados, aquellos sillones me
encantaban; o en aquel salón de la calle Marta Abreu, que colindaba con la
cafetería Los Taínos, creo que se llamaba Madrid o Paris, no me acuerdo, y que
se reconocía por el lumínico exterior, casi pegado a la puerta, en cuyo
interior daban vueltas tres cintas, una roja, una azul y otra blanca, como un
serpentín.
No logro encontrar esas viejas fotos que heredé de mis tíos, y tampoco puedo permitirme el no poner ninguna. Y en ese corretear por Santa Clara, me tropecé a estos Lorenzos de Rivera, que han instalado sus sillones en las salas de su vivienda, unos, y los más, en espacios alquilados en portales de casas. El Instituto de belleza para hombres de la calle Luis Estévez, no me atrae en absoluto, eché varias veces un vistazo al Salón Cuba a través de su puerta acristalada, y cada vez cerrado, el Salón Verde, donde me corté el cabello como uno más, no me animó para fotos, y terminé charlando con el barbero de aquel que me pareció el más surrealista de todos.
No logro encontrar esas viejas fotos que heredé de mis tíos, y tampoco puedo permitirme el no poner ninguna. Y en ese corretear por Santa Clara, me tropecé a estos Lorenzos de Rivera, que han instalado sus sillones en las salas de su vivienda, unos, y los más, en espacios alquilados en portales de casas. El Instituto de belleza para hombres de la calle Luis Estévez, no me atrae en absoluto, eché varias veces un vistazo al Salón Cuba a través de su puerta acristalada, y cada vez cerrado, el Salón Verde, donde me corté el cabello como uno más, no me animó para fotos, y terminé charlando con el barbero de aquel que me pareció el más surrealista de todos.
Este
Lorenzo del siglo XXI, a falta de local, o de una situación financiera estable
como para instalarse en otro lugar, limpió un basurero formado por los vecinos
en el borde del Bélico a su paso por Chambery, y se siente a sus anchas con una
clientela que no pone reparos en sentarse en su butaca “de última generación”,
cogiendo fresco mientras se cortan el cabello, en el caney versus salón!
La
base de este sillón es original, y perteneció a un barbero del Condado que
tenía su local en la calle San Pedro, en la segunda década del siglo XX. Luego
ha sufrido adaptaciones que le han quitado el encanto de antaño.
Entre
los más afortunados de los barberos, es este joven que compró un auténtico
sillón de barbero marca Koken, fabricado en Saint Louis, Estados Unidos,
también en el siglo pasado. El sillón es de una solidez inigualable y su
mecanismo funciona a la perfección. ©cAc
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