domingo, 26 de julio de 2015

Puente General Monteagudo


En sus inicios fue un paso de madera sin barandas. Pasable en la seca y poco seguro en la estación de lluvias si el río traía arrastres con las crecidas. La calle era entonces Princesa, igual de polvorienta a uno y otro lado del río. Subiendo la cuesta se llegaba al barrio atravesado por dos calles principales: Cuba e Isabel II. Del otro lado en dirección a Los Ejidos, Princesa era calle arrabalera y empedrada. También así se llamaba la poza que formaba el Bélico en el paraje y que era deleite de grandes y chicos. Con el advenimiento de la República, Princesa fue rebautizada Tomás Estrada Palma sin que por ello el enlace entre las dos orillas del Bélico hubiera mejorado. En 1915, con la construcción de un puente en duro desaparece el viejo entablado. De ese primer puente no nos queda otro recuerdo que el nombre: Puente General Monteagudo, para honorar al patriota hijo de Santa Clara fallecido un año antes. Treinta y nueve años más tarde, el puente fue reconstruido, y mejoradas sus dimensiones. En ese año 1954, fungía el Dr Miguel Rojas Machado como alcalde del municipio de Santa Clara. La reconstrucción impuso acero y hormigón en su estructura, dos bastiones de escasa luz entre ambos, y una  baranda contemporánea a lo largo de sus casi 40 metros, sostenida por pilastras a su vez unidas por un fleje en hierro. El nuevo diseño integró las columnas de fuste estriado y capitel con influencia del orden corintio, empleadas para sostener las farolas de alumbrado público. Seis columnas, tres de cada lado del puente. La calle Estrada Palma, -el Tomás quedó en desuso desde el rebautizo-, desde el Paseo de la Paz hacia el río sigue la cuesta en declive y se transforma en el puente. A la izquierda, el curso de agua se desplaza por dos anchas márgenes. Barrio Chamberí que engloba todo el sector periférico buscando el sur, hacia la fuente del río. A la derecha, el río busca profundidad y escape entre las piedras, se hace codo y atraviesa un paraje que fue semi-boscoso y que lo separa del barrio de la Pastora. A ambos lados, vertederos e insalubridad. Lugar de pastoreo para quienes se permiten tener animales en sus patios, sitio umbroso para caballos que arrastrarán carretones y pasajeros y cuyos dueños han encontrado el lugar ideal para el descanso de las bestias. La basura la echan los vecinos del lugar, la acumulación de escombros de construcción es obra de botadores que se dedican a verter en las márgenes lo que poco a poco engullirá lo que queda de río. También a la izquierda, y más bajo que el nivel de la calle, un bar. O lo que fuera un bar. Creo que se llamaba Bar del Americano, y por su proximidad, mucha gente nombraba al puente Americano o del americano. El bar subsiste, bar de barrio, de gente que pasa y se toma un trago de Coronilla, antes de emprender la cuesta buscando el centro o una de las salidas de la ciudad. ©cAc-2015.

 Tarja situada en 1954 para marcar la reconstrucción del puente por la municipalidad.
Columna para sostener las farolas del alumbrado público y que hacen parte del puente construido en 1915.
Margen del río Bélico del lado del Chamberí.
                                            Banda del puente hacia el barrio del Chamberí.
Banda del puente hacia el barrio de la Pastora.

El puente Gral Monteagudo y la calle Estrada Palma. Al fondo la Loma de la Melchora.
Vecino botando escombros de construcción hacia el río.
Puesta del sol desde el puente General Monteagudo.

martes, 14 de julio de 2015

S.O.S. por la Casa de la Ciudad (Independencia N° 67)

Las voces por estruendosas que puedan ser no siempre llegan a todos los oídos. Pero hay que gritar a voces para salvar ruinas, o para salvar lo que la ruina puede borrar: el pasado patrimonial, que no por pasado es una blasfemia al presente ni al futuro. Tiempo hace que estoy por mostrar a quienes se acercan a mi blog interesados por Santa Clara, la riqueza arquitectural de una construcción doméstica de la segunda mitad del siglo XIX y que pasado el tiempo, y diversos propietarios y ocupantes, quedó en manos de un organismo, de un ministerio o de la administración municipal. No sé a cuál de ellos pertenecen esos viejos muros. Evidentemente, Cultura del municipio, tiene cartas en el asunto, como las tiene el gobierno municipal, y la entidad de Patrimonio, que debe velar por la protección y conservación del mismo. Tres lustros después de su inauguración, al final de una soleada tarde de enero del 2005, invernal y agradable, me paseé por las piezas, galería y patio de la casa escudriñando sus valores, su pasado impreso en la arquitectura, apretando el obturador y disfrutando de la brisa fresca que desciende desde el exterior y se escurre entre las gruesas columnas que sostienen el espacio claustral. Aparentemente todo iba de par, tanto la proposición cultural de la Casa, de manos de su directora y  de su equipo de trabajo, así como el mantenimiento de sus techos y muros (interiores y exteriores). Por razones familiares, la vuelta a Santa Clara en el 2010, no me permitió deambular como otras veces por sus calles, cámara en la mano. Una pasada obligada por frente a la Casa, me dejó ver su puerta principal cerrada (léase clausurada) y la humedad ganando terreno por sus muros exteriores, cuya pintura se descascaraba como piel enferma. Me limité a fotografiar la herrería exterior, donde el blanco daba paso a la herrumbre. La carpintería de las ventanas, falta de puntuales brochazos de mantenimiento, comenzaba a dar señales de fatiga. La Casa de la Ciudad va terminar mal, me dije. Pasó un mes y de vuelta a Lutecia leí un artículo titulado “Salvaguardar la casa de todos en Santa Clara”, del periodista Narciso Fernández Ramírez, con apoyo fotográfico de Manuel de Feria [Vanguardia, 30 de enero de 2011]. Entonces me percaté que la casona sita en Independencia N° 67, estaba sufriendo el deterioro que la falta de mantenimiento engendra, y el desamparo de quienes tienen la responsabilidad de mantenerla en funcionamiento, y no me refiero a sus trabajadores, que la mayor parte del tiempo hacen de tripas corazón para que las cosas funcionen, sino a las autoridades competentes. A principios de este año 2015, pregunté si avanzaban los trabajos de carpintería de la Casa de la Ciudad, donde un equipo se afanaba en renovar todo el techo de madera del inmueble, y que comprende un buen volumen. No puse los pies en la obra, y me arrepiento. Sin embargo, saber que la carpintería estaba siendo asegurada por un artesano local, conocedor de su trabajo, me animó a pensar en un buen futuro para esos techos. Hace apenas unos días, el 9 de julio exactamente, un título concerniendo Santa Clara me llamó la atención: “La Casa de la Ciudad, en riesgo de derrumbe”, ésta vez aparecido en 14ymedio, escrito por José León Pérez, y con foto del propio autor (http://www.14ymedio.com/cultura/Casa-Ciudad-riesgo-derrumbe_0_1812418753.html ).

Quedé desconcertado con aquello de “riesgo de derrumbe” porque el inmueble tiene una estructura sólida, el derrumbe solo podría venir desde el techo, por la carpintería deteriorada, afectada por termitas y por la humedad. Pero, y los trabajos de carpintería que se llevaban a cabo en el pasado mes de febrero? Algo no va en esta historia de derrumbe, me dije. Releí el artículo de 14ymedio y me di a la búsqueda del artículo de Vanguardia que no encontré en el sitio del periódico villaclareño, pero que yo había registrado en mi archivo de trabajo personal. Entre ambos artículos han pasado cuatro años, cinco meses y unos días, y entre ambos la similitud es sorprendente. El artículo de Vanguardia, podría haber sido más preciso e informativo, a mi juicio personal, pero el mensaje anunciador del deterioro de la Casa estaba echado a andar. Lo que francamente me ha chocado en el artículo escogido por 14ymedio para su rúbrica Temas, no es el anuncio de derrumbe, sino el hecho de reproducir casi integralmente el artículo publicado en enero del 2011 por el periodista Narciso Fernández, copiar y pegar en lugar de investigar, de ir al meollo de la cuestión, copiar y pegar en lugar de descubrir, destapar y mostrar realidades, ya sean duras y difíciles de aceptar. El más reciente de los artículos de marra nada me ha enseñado, salvo haberme empujado a revisitar la historia del inmueble, sus cualidades como construcción doméstica y cuya riqueza le otorgan el valor patrimonial que no debiéramos desdeñar. Conociendo las malas interpretaciones que puedan surgir a partir de este trabajo, creo pertinente aclarar que en ningún momento mi voz se alza para defender la gestión que llevan a cabo tanto las autoridades competentes como aquellas que emanan de la entidad que vela por la conservación y el patrimonio urbano de Santa Clara. Tampoco ataco la acción denunciadora del articulista de 14ymedio, y si el anuncio de riesgo de derrumbe no revela toda la actualidad que me esperaba, interpreto el artículo como la voz de alerta que no solo hay riesgos en la Casa de la Ciudad, hay deterioro, abandono y malos desempeños en muchos otros inmuebles de la ciudad de Marta. ©cAc-2015. 


Foto del inmueble situado en Independencia N° 67 antes de la restauración llevada a cabo entre 1988 y 1990 y que se convertiría en la Casa de la Ciudad.

Imágenes de la Casa de la Ciudad (Independencia N° 67) en 2005


Independencia N° 67 (el inmueble)

El inmueble que se levanta en Independencia y Juan Bruno Zayas, de ninguna manera podemos permitir que se desplome. Por la salvaguarda del patrimonio y porque los santaclareños necesitan de ella como institución cultural. La casona tiene valores patrimoniales y arquitecturales. La cornisa que corona los tres lados de la casa, oculta la cubierta de tejas de las piezas delanteras y que corren por el lateral derecho. El resto de la cubierta es de placa revestida de rasilla, y le da aires de terraza a la vivienda, sin peligro de accidente pues el cuadrilátero abierto del patio lleva baranda de hierro con trabajos de forja igual de sorprendentes.  La fachada manifiesta el preludio de la influencia neoclásica con toques eclécticos que pueden apreciarse en la herrería. Unas quince rejas componen el enrejado de la casa, cinco por la fachada principal y seis por la pared que corre por Zayas, todas puerta-ventanas. Por el fondo, las rejas mucho más simples, cubren tres ventanas, y tres rejas hacen función de baranda-balcón, en las ventanas del altillo que hace ángulo en Zayas y La Palma. El motivo de la lira embellece la herrería. La construcción en su origen, a vocación doméstica, anuncia una planta que refleja la tendencia regional a construir utilizando la doble crujía posicionadas paralelamente a la calle, una galería e inmediatamente el patio. El patio fue concebido como un claustro buscando confort a las piezas que lo circundan: iluminación sin incidencia fuerte del sol, y ventilación. La brisa se agolpa y corre por entre las columnas que sostienen el portal en derredor. El constructor no escatimó en pisos, y los mármoles fueron elegidos y posicionados con taraceas en diferentes tonos y calidades. Los pisos exteriores a las piezas habitables no por simples dejan de ser hermosos. La magnificencia de la decoración interior tampoco tuvo reparos, si por un lado la carpintería de las ventanas deja ver cierta influencia toscana en la profusión de pilastras y el imbricado de éstas en los tableros de las puertas; por otro lado, los vitrales aumentan el esplendor de la luz y de la carpintería. La herrería interior es puro bordado donde la nobleza de la forja se encaprichó en formas y vueltas, y justo entrando por el zaguán, el ojo curioso descubre el arte de los maestros de antaño. Dieciséis piezas componen la vivienda, al altillo se llega por la escalera situada en la pieza situada al fondo y que permite una entrada de servicio. El altillo, pieza discreta, de evasión?, de vigía?, al parecer lleva cubierta de tejas si tenemos en cuenta la caída del alero hacia el callejón, sin embargo, los seis pilares coronados por vasos decorativos y entrelazados por barandas dejan pensar a una terraza superior. En realidad la cubierta es de tejas sobre estructura de carpintería. Al centro del patio, un pozo de rondana, mitad decorativo mitad necesidad imperiosa para aliviar la falta de agua en épocas de seca. Un  inmueble con estas características, de sabido valor patrimonial, bien vale una rehabilitación costosa que le de vida y bríos a la ciudad y a la cultura local. ©cAc-2015. 

Independencia N° 67 (propietarios, herederos y sucesores))



La segunda mitad del siglo XIX fue convulsa en Santa Clara como en toda la Isla. En la década del 1860 una construcción doméstica remplazó otra de menos valía en una parcela no distante de la Plaza Mayor. Parcela de tres caras, una por Santa Elena, una por el callejón de la Palma, y el tramo más largo por Santo Espirito. En la parcela, existía –y es el dato más viejo que se tiene del sitio- en 1857 una vivienda de madera y techo de tejas criollas. Su propietario, un enigma en los archivos, no la guardó mucho tiempo. El terreno fue entonces adquirido por Pablo Luis Ribalta, un catalán afincado en la región central, en la cual poseía fincas e ingenios. La propiedad de la calle Santa Elena, ya estaba inscrita en el Registro de la Propiedad en el 1868, año de gritos libertarios y de emancipaciones. La primera guerra por la independencia atravesaba maniguas y los propietarios de ingenios y colonias azucareras vieron peligrar sus bienes y propiedades. Todo parece indicar que el hacendado Ribalta, ya había hecho testamento, y la casa hacía parte de su legado. Los herederos y propietarios se sucedieron, entre ellos, los hermanos González Abreu y de Oña, que la ocuparon en 1955. Tiempo después, el inmueble queda desocupado y sus muros acogen la Junta Municipal de Educación. Luego vino el 59. Instaladas las nuevas autoridades, el Gobierno Revolucionario, cede la casona al MINED, que la convierte en una escuela Secundaria. La construcción masiva de escuelas secundarias básicas en el campo en la década del 1970 trajo consigo el cierre de las “secundarias de la calle” y con ello el abandono de los locales. La otrora vivienda se vio abocada a la ruina y a la casi destrucción durante un largo periodo. No fue hasta finales de la también convulsa década de 1980, en 1988, que todas las autoridades e instituciones se pusieron de acuerdo para lanzar los trabajos de restauración del inmueble neoclásico con fachada principal por la calle Independencia (Santa Elena), fondo por el callejón de la Palma –rebautizado Juan Evangelista Valdés a comienzos de la República-, y su muro lateral por Juan Bruno Zayas (Santo Espirito). Entre metas y corre-corre, la que fuera casona del catalán Ribalta, terminó su restauración en dos años, y por coincidencia o azar, abrió su vetusta puerta el 28 de enero de 1990. Su objetivo principal, una casa para todos los villaclareños, a vocación cultural, y por sus virtudes de casa, el gobierno municipal la utilizaría como “casa de protocolo”. Hasta aquí, la historia del inmueble, en cuanto a propietarios y ocupantes.©cAc-2015

sábado, 4 de julio de 2015

Casa natal de Carmen Gutiérrez




En 1854 la calle Isabel II (actual calle  Colón), aunque polvorienta durante la seca y fangosa en tiempo de lluvias, era un eje principal en el tejido urbano de Santa Clara, desprovista aún de su título de ciudad,  y que obtendría trece años más tarde. En los terrenos mercedados en tiempos de la fundación, los villaclareños hacían construir sus casas, enormes caserones de estilo colonial que con el cursar del tiempo iban rehabilitándose, deteriorándose o simplemente reconstruyendo con nuevos órdenes, gustos y tendencias. Me referiré a una de esas casas de la calle Colón, hoy numerada con el 56 y en la cual nació en agosto de 1854, Carmita, Gutiérrez por su padre, Morrillo por su madre. Carmen nacía en una isla bajo dominación española, cuya población ya era más criolla que española, con blancos, pardos, mulatos y negros, aún soportando los designios esclavistas de la metrópolis. Carmen nació y creció en una familia que respiraba dignidad humana y patriotismo. Y ese ambiente familiar la modeló en sus aspiraciones y en su relación vis à vis de la sociedad. Los esclavos pululaban en las grandes y no menos grandes familias, y el servicio doméstico, aunque fueran libres, era siempre trabajo de negros, de mulatos… Cultivarse en una sociedad esclavista era tarea ardua para la gente de color, y la joven Carmen, -aún adolescente, no vaciló en dedicar tiempo para enseñar a leer y escribir a esclavos domésticos. A los 25 años, Carmen fundó un colegio para señoritas, y en el cual otorgaba cupos para niñas pobres. Carmen, en sus tardes libres recibía en el colegio a niños pobres a quiénes instruía. La enseñanza fue su pasión, y ejercerla una vocación que trasmitió a muchos villaclareños. Pero además de ejercer la enseñanza, Carmen asumió su rol de mujer patriota, la isla envuelta en aspiraciones libertarias, y las guerras independentistas abriendo camino a través de la manigua. De la etapa de luchas patrióticas queda el haber fundado el Club “Hermanas de Juan Bruno Zayas”, que presidiera y desde el cual, junto a su hermana, muchachas de su familia y amigas, colaboraron y apoyaron al Ejército Libertador. Carmen conoció junto a otras luchadoras villaclareñas, la cárcel y la visión horrible de un país en guerra y maniatado por la vergonzosa Reconcentración que implantara Valeriano Weyler para sofocar el avance independentista. Carmen Gutiérrez Morrillo vio terminar la segunda Guerra de Independencia y vio ondear la bandera cubana en el Ayuntamiento de su ciudad natal, Santa Clara, en la cual falleció en diciembre de 1914. Se le recuerda a la patriota en el Parque del Carmen, en uno de cuyos espacios verde se erigió en 1925 un monumento, esculpido en piedra de talla. El callejón de San Cayetano que popularmente se le conoce como de la Pita y que va desde la calle Martí hasta la calle Berenguer fue nombrado por acuerdo del Ayuntamiento comenzando la República como Carmen Gutiérrez. Sobre una tarja adosada a la fachada de la casa donde naciera, está inscrito su nombre como patriota de la Guerra del 95. La casa donde naciera la patriota villaclareña, es sede de un organismo del Estado. El inmueble no ha sufrido cambios de importancia y mantiene su planta de casa colonial. Las oficinas ocupan las diferentes piezas de la misma. La fachada tiene como entrada principal una puerta cochera que integra la puerta de acceso al primer salón.  Las dos ventanas que dan a la calle, anchas, guarecidas por una verja en hierro forjado con la típica lira de las rejas santaclareñas, llevan en su parte superior el guardapolvos que se adosaba en la época. Las piezas unas tras otras están situadas en el ala derecha de la casa y al fondo de la misma, bordeadas en escuadra por un portal que le impregnan frescor. Patio interior arbolado y dividido en canteros. La carpintería original se mantiene en buen estado, y la cubierta del techo es de tejas criollas. La vivienda se dotó de hermosos mosaicos cuando las baldosas remplazaron pisos menos vistosos y confortables. © cAc-2015