miércoles, 30 de diciembre de 2009

Interior de casa (VI) calle San Miguel

 ©cAc

Una vecina me dijo dónde podía encontrar huevos. Fui a la dirección indicada y llamé por la ventana. Silencio. Toqué con la aldaba y estaba mirando la placa “Dios bendiga nuestro hogar” cuando el mismo Lucas me abrió la puerta. Mañana vuelvo a tener, vuelva mañana, -me dijo. Volví al día siguiente con mi canasta para huevos. Doce a dos pesos, veinticuatro, y le pagué con un chavito, al que no puso reparo. Mientras yo esperaba en la sala por los huevos, puse atención a los pisos y a las piezas de la casa. Sala sombría, pero fresca, con una ventana de dos paños, de persianas francesas y lucetas superiores. Reja de hierro, calcinados los goznes. A la izquierda una primera habitación. La saleta, fresca igualmente, envuelta en esa penumbra que sólo pueden ofrecer esas ventanas corridas dando al patio. Una segunda habitación a la izquierda de la saleta. Y fue precisamente el paso de la saleta al patio y pasillo techado lo que atrajo mi atención.

  ©cAc

La intimidad de la saleta era obra de los cinco paños de persianas, uno fijo en el extremo derecho, y cuatro, -dos de los cuales corresponden a la puerta hacia el pasillo exterior- abriendo hacia la saleta. Encima del enmaderado, como es usual en muchas casas de la ciudad, un vitral corrido compuesto de cinco vidrios de colores guarnecidos por veintidós vidrios blancos. A lo largo del pasillo, siguiendo la izquierda, la tercera habitación, el cuarto de baño instalado en los años 40’, pues originalmente estaba al fondo del patio, y la cocina-comedor. El techo del pasillo en forma de L está sostenido por una solera también en L sostenida a su vez por tres columnas que fueron inicialmente tres horcones delgados, dos de los cuales han sido remplazados por tubos de hierro. Y en el cierto abandono que imprime la tarde al patio y al pasillo, siento como una nostalgia por las casas de la ciudad. Y aunque ésta no es de las casas significativas de la ciudad, me parece bien hacer notar lo funcional de esas puertas ventanas y vidrios que dan el toque de intimidad a las saletas de Santa Clara. ©cAc

miércoles, 23 de diciembre de 2009

Los mercados de Sta Clara (libreta y forrajeo)

Aunque el título hace referencia a los mercados de Santa Clara no voy a tratar de todas las mercaderías, que ya habrá tiempo para ello, sino solamente del abastecimiento: lo que la tierra y el mar, -en un país rico en tierras y mares-, nos proporcionaba. Aquel capricho de dirigente empecinado en demoler el edificio de la plaza, tenía como objetivo la descentralización del mercado en diversas áreas y barrios de la ciudad (descentralizar la miseria?, la escasez?, porque en 1965, la plaza era ya un fantasma de plaza!). Dónde fueron situados esos nuevos mercados al desaparecer la plaza? Hay una palabra que se ancló en la oralidad de los santaclareños en ese periodo: forrajear. Forrajear según el Diccionario de la lengua española ©2005 Espasa-Calpe, significa “segar y recoger el forraje”, y forraje es la “hierba o pasto seco que se da al ganado”. Se iba a tal y mas cual lugar, o tal pueblo, para forrajear lo que se encontrara, ya fueran viandas, frutas, ajos, cebollas, café en granos en las lomas de Jibacoa, arroz llegando a Sancti Spíritus y frijoles en la escambraica zona de Barajagua, tomates en el valle de San Diego, y así iba la vida, de forrajeo en forrajeo. Fue de cierta manera, el inicio de la pérdida de valores culinarios, y el desconocimiento de muchos platos en sucesivas generaciones. Con el nacimiento de “la libreta” no hubo necesidad de abrir mercados en los barrios. Ya estaban. Las bodegas, que había en todas las esquinas, asumieron la tarea. Cada familia con su libreta debía ajustarse a la distribución equitativa, semanal, quincenal o mensual, de acuerdo al producto que se tratara, o anual, como la venta de carne de cerdo cuando se aproximaba el día de Santa Ana. El pescado era distribuido en las carnicerías[1]. Fresco unas veces, otras congelado, en proveniencia de los buques-fábricas de la flota cubana de pesca.

  





Tres carnicerías de Santa Clara, elegidas al azar. "El tigre" (foto de la izquierda) está situada en la esquina de Tristá y Alemán, en lo que fuera un comercio cuya construcción data de la segunda mitad del sXVIII. El comercio fue intervenido en los 60’, y convertido en vivienda y carnicería. La parte utilizada como vivienda por Alemán perdió todo el carácter colonial, al ser bajada la altura del techo, a través de una placa y ventanas pequeñas. También por Alemán, la puerta casi en la esquina fue convertida en ventana y se le agregó una reja de cabilla. De las tres puertas por calle Tristá, solamente la de la carnicería guarda relación con la arquitectura colonial, habiendo desaparecido las otras dos al convertirse esa parte del inmueble en vivienda. Nótese el alero original por la calle Tristá, completamente decaído por el lateral que da a Alemán. "La Toreta" (foto de la derecha), está situada en una esquina que fuera un gran caserón colonial construido a finales del siglo XVIII, cuando la villa se extendía hacia el suroeste, y convertida en bodega en el XIX, momento en que renovaron techos y aleros. Por San Miguel, una parte del otrora caserón sirve como vivienda, y por Alemán, parte de las piezas de la casa, fueron convertidas en la administración de un taller automotor al que se entra por San Miguel. En la reconversión de comercios, como es el caso, se observa frecuentemente la clausura de puertas, su conversión en ventanas y la deterioración del patrimonio de trabajos en hierro de la ciudad. La bodega fue destinada a carnicería, y en la actualidad, como el oficio de carnicero casi ha desaparecido, sirve además como “placita” (venta de viandas y frutas por la libreta), lo que convierte al carnicero en placero. La tercera carnicería, "La Paz" (foto izquierda abajo), ocupa un local comercial construido en los 50’ y expropiado unos diez años más tarde. La denominación “unidad” remplaza la de “carnicería”. ©cAc-2009

[1] La plaza del mercado vendía la mayor parte de la carne y pescados que se consumía en Santa Clara, y era el centro de abastos de los restaurantes y fondas, así como hoteles y casas de huéspedes. No obstante, en la ciudad existía un matadero municipal, y algunas carnicerías. Con la instauración de la “libreta” de consumidores, el Estado creó una red de carnicerías administradas por el Poder Local, en todos los barrios de la ciudad. Esas carnicerías fueron ubicadas en garajes de viviendas confiscadas, locales comerciales destinados a otro uso y que habían sido intervenidos, incluso en modestas cafeterías, y en habitaciones utilizadas para arrendar por sus propietarios y que daban a la calle. No fue lo mismo con las bodegas, que desde tiempos coloniales, existían en todas las esquinas de la ciudad, y llevadas en su mayoría por peninsulares y también por chinos residentes en Cuba desde mediados del siglo XIX.

miércoles, 9 de diciembre de 2009

Interior de casa (V) calle Conyedo

Andaba yo caminando por la calle Conyedo, cuando una puerta se abrió y pude percatarme que aquella era una casa diferente, con un interior poco común en la ciudad. Apenas cerrada la puerta, volví atrás y tímidamente toqué con los nudillos. La claridad y el reflejo de sus vidrios rojos y azules me envolvieron cuando la muchacha entreabrió la puerta. Me presenté. Sentí cierta desconfianza, y le dije que mi interés era curiosidad profesional, pero que no estaba obligada a dejarme entrar. Mi nombre le dijo algo, y antes de comenzar a hacer fotos y a recordar amigos comunes, supimos que habíamos estudiado juntos en alguna escuela de la ciudad. Aquello hizo huir la desconfianza y la muchacha me explicó proyectos, sueños, y el deseo de conservar en buen estado aquellos muros y techos. Y con razón. Aquella casa de la calle Conyedo tiene un encanto, de luz natural aleteando en su espacio, en sus altos techos, y no pude retraerme a la posibilidad de presentarla como un interior poco común, una casa con embrujo! Sala de puntal alto, con enorme ventana a la calle, también alta como la puerta, y protegida por una reja de hierro forjado. Para huir a las miradas indiscretas de los pasantes, un paraban de tres paños con persianas francesas. A la derecha una habitación. Luego, la saleta, a la que se accede por las dos puertas en arcada, y otra habitación a la derecha. En la saleta está lo diferente de esta casa, pues no tiene su techo el puntal alto de la sala, sino, un techo plano, también de tabloncillo, pero sostenido por gruesas vigas, pues encima de la saleta, la casa dispone de una pieza en alto. Y para llegar a ella, una escalera “de caracol” de 22 escalones, en madera torneada, con pasamanos, sólidamente sostenida a una columna haciendo de eje central. La saleta es pródiga en luz, y pieza tranquila en las tardes de calor. Luz y ventilación le llegan desde el patio central, menos ancho que la saleta, desde la cual sale un pasillo que lleva al fondo de la casa, donde se ubica la cocina y el comedor, también bañado por la luz del patio. A la derecha del pasillo el cuarto de baño y otra habitación. Pisos de época, azulejos sevillanos y azulejos portugueses. La casa gira alrededor del patio, como en un claustro. Todo guarnecido de ventanas de persianas francesas, coronadas de lucetas blancas, rojas y azules, vitrales más comunes en las casas de Santa Clara, y con puertas también concebidas para dejar entrar la claridad, ella sola, sin espacio para los brazos del sol. ©cAc.

©cAc2009

viernes, 20 de noviembre de 2009

De Paris a Florencia… La Toscana* (M. Gómez y M. Abreu)

Los cambios urbanísticos que se ejecutaron en Santa Clara en el año de 1965 permitieron a los pilongos trasladarse de Paris a Florencia sin ausentarse de la ciudad. Otro toque de magia en el que la desaparición de un edificio era real, como real era aquel que lo remplazaba. Adiós a otra esquina colonial de la ciudad, sumergida en una fiebre “modernizadora” que ningún termómetro sensato fue capaz de bajar. La esquina no era otra que los 565 m² que ocupaba el “Parisién”, en una construcción, que si bien había contemplado cambios desde sus orígenes, hablaba de los días fundadores de la villa. El solar, como los cuatro que componen esa manzana, hacia 1850 estaba en manos de la Comisión local de instrucción primaria, la cual se esforzaba por hacer construir un nuevo edificio para la Escuela Pía. Sin embargo, las dificultades financieras del Cabildo, hicieron que en lugar del Instituto, se pensara en la edificación de una Plaza de Mercado. Este proyecto de mercado no creció, y entonces los dichos solares, -que obviamente, estaban construidos-, fueron cedidos en propiedad en octubre de 1856 a D. Pedro Nolasco Abreu, -padre de nuestra ilustre benefactora Marta Abreu-, y a D. Juan Jova por la suma de 3042 pesos.
Fue en la segunda mitad del XIX que la casa de muy alto puntal, con caída y fachada principal hacia la calle Carmen, sufrió una remodelación, tal como su vecina de la derecha, entonces Diputación Provincial, y así se mantuvo hasta principios del XX, en que los propietarios renovaron su fachada, sin deteriorar su aspecto colonial, pero manteniendo una armonía en altura y estilo de los únicos dos inmuebles entre la calle Marta Abreu y la cortísima calle que se llamara Renacimiento.

“El Parisién”, cafetería y dulcería que abrió sus puertas en la década del 50’, era una esquina viva y con sobrada vida social, pero fue blanco de las políticas urbanas revolucionarias en que las demoliciones, construcciones en tiempo récord y cumplimientos de metas por visitas de rigor se impusieron al ritmo cotidiano de la ciudad. En efecto, corría 1965, y la ciudad de Santa Clara había sido elegida como sede del acto nacional para recordar el asalto al cuartel Moncada. Para los “festejos”, se decidió demoler “viejos edificios” y construir “para embellecer”, para “equilibrar la escasez y carencia de diseños en áreas sociales”. Fue el regalo de cumpleaños que me hizo aquel acto cuando el 1° de julio de 1965, “El Parisién” se hizo polvo y cinco días después, comenzó la nueva obra. Durante veinte días, de sol a sol, y de luna a luna, 270 constructores trabajaron para dar término al “Toscana”, un restaurant de comida italiana en el corazón de Santa Clara, proyectado por urbanistas, arquitectos y trabajadores del IPF, del Micons[1] y del Init Una obra cuya estructura, columnas y vigas fueron fundidas in situ. Las losas de hormigón y las viguetas prefabricadas. Novedad para la esquina, el toque verde incorporado en el diseño.
 
El “Toscana”, cuarenta y cuatro años después, oralmente convertido en la “Toscana” porque el restaurante italiano hoy no es más que una escuálida pizzería, es un ejemplo vivo de las mutilaciones que vejan a una ciudad por caprichos, y de las mutilaciones que todo aquello sufre cuando a nadie le interesa la conservación en su más amplia definición. El deterioro que se observa es el generado por el abandono humano, la construcción es sólida, su fraguado y la utilización de materiales óptimos le concedió larga vida. Terraza techada a desniveles, abierta con columnas, jardineras, porshe de entrada voladizo, saliente hacia la calle, jardín con palmeras y una secuencia de ventanas asumiendo su responsabilidad de iluminación y ventilación.
La “Toscana”, del que ya nadie recuerda que tuvo un cartel lumínico en su fachada y mobiliario de design años 60, no es el espacio agradable al que se entra solo, acompañado por la familia o amigos para deleitarse con cualquiera de las especialidades de la península italiana. No, la “Toscana” es la esquina donde mucha gente de Santa Clara va para “ver que puede comer” cuando en sus casas no hay mucho más ni mucho menos. Y para ello tiene dos opciones, tener tiempo y suerte si quisiera sentarse en el “salón”, y acceder a otras ofertas, o simplemente, ir por la puerta de atrás, la de servicio, hacer la “colita” para comprar la pizza destinada a ese punto de venta, que la empleada –saya negra desteñida y blusa blanca ajada de grasa- traerá en una bandeja de aluminio grasienta, y que servirá en diminutos pedazos de cartón. Pizzas de queso, las más de las veces, pizzas de jamón, a veces… Y por esa misma puerta, si realmente quiere sentarse en el salón, y no quiere hacer la cola, con una buena propina, entrará de manera bien “discreta”, delante de los ojos de los que esperan la próxima bandeja de pizzas. Santaclareños que conocen el pase, y turistas, no se esconden para satisfacer sus estómagos.
El ala derecha del otrora restaurante italiano es una mezcla de bar con amenización musical, y que las guías de turismo se empeñan en llamar “Patio de la Toscana”, y cito: ...ideal por su posición casi frente al parque, vecino del teatro, y lugar de encuentro de numerosos estudiantes y pueblo, a los que usted podrá mezclarse para escuchar conciertos organizados o música tradicional en live, a partir de las 9 o 10pm y hasta pasada la medianoche. Un sitio a no dejar de ir en la ciudad.Insisto en ese “patio” toscanero, porque si bien pudiera servir para lo que fue concebido, es decir terraza del restaurante, ese incontornable paraiso, a un costado de La Caridad, hace daño a las funciones, piezas y espectáculos del teatro, y no pocas veces, los asistentes se han quejado de la incidencia de la música del bar mientras disfrutaban de una función nocturna.
La esquina, -que una vez requirió de semáforo- inaccesible a la circulación por las obras de la Cámara de Comercio, y limitado el paso peatonal, es la menos conflictiva y también tiene sus habitudes. Come en las otras dos, tanto por Máximo Gómez, como por Marta Abreu, se parquean los choferes de taxi, sobre todo aquellos que proponen las carreras a los centros nocturnos alejados del centro, y los bicitaxistas. Es una esquina de gran movimiento peatonal, hacia y desde el parque, en dirección al oeste, donde « El Mejunje » y la « terminal intermunicipal » son centros neurálgicos, y hacia la zona comercial del boulevard… ©cAc
*Esta crónica urbana de Santa Clara es fruto de la colaboración con HBN (http://arquitectura-cuba.blogspot.com/ ), y por cuya cortesía ha sido posible la inserción de imágenes auténticas del restaurante “Toscana”.
[1] Los proyectictas del ministerio de la Construcción fueron los arquitectos Raúl Chaell Lam, Ary Planas, Carmen Callón, Leandro Montes, Alberto Rodríguez, José Cortiñas y Juan Luis Caveda entre otros, que junto a los responsables de obras, Argelio Castellanos, Obdulio Millán, Armando González y Manuel López, también tuvieron a cargo las obras del restaurante Hanabanilla, del Soda Init y del restaurante Mar Init.

martes, 17 de noviembre de 2009

Nuestros predecesores

Hace un tiempo atrás, faenaba yo con el objetivo de mi cámara fotográfica, en un sitio de Santa Clara, cuando llegaron dos niños con su padre, y comenzaron a correr, a encaramarse y finalmente, a patear un balón contra el monumento. Yo, me pregunté de qué manera podía terminar mis fotos y convencer a los niños para que dejaran de golpear el monumento. Primero le pedí al padre que por favor, que si me ayudaba a controlar a los niños, yo podía terminar mi « trabajo », a lo que accedió gustosamente y además se interesó a la cámara, a las fotos, y con toda intención, dediqué tiempo a remarcar una pequeña tarja en la que podía leerse « Grupo de los Mil »
-qué significa « grupo de los mil », me preguntó, y aproveché para comentarle que era un comité de ciudadanos que buscaban la manera de salvaguardar la historia, de trasmitirnos la memoria, de cuidar lo que estaba hecho y de promover lo que no se tenía. Y sentí que algo lo había sensibilizado, por la manera en que le habló a los hijos, frente al busto del Apóstol.
Los saludé y dejé el Parque de los Mártires, cruzando la calle para andar Luis Estévez en dirección al parque (el Vidal, obviamente !) y seguir para mi casa.
Y como estoy convencido que el « Grupo de los Mil » no les dice nada a las actuales generaciones, e incluso a los contemporáneos conmigo, y hasta a gente mucho más cargada de años, aprovecho para recordar a ese grupo de vecinos santaclareños, que en enero de 1944 fundaron un comité con el propósito de ayudar a la comunidad, a través de obras de utilidad pública, inspirados en un ideal filantrópico por el bienestar social. Los iniciadores fueron el doctor Francisco González Cuesta y Gilberto Cardoso Garí.
En su labor ciudadana, el comité santaclareño se convirtió en una institución de reconocida importancia. Mucho antes de cumplir la primera década de creado, la ciudad se había beneficiado en obras por un monto de casi 42,000 pesos. Las inversiones contemplaban construcción de calles, erección y salvaguarda de monumentos, fachadas, y todo ello, empeñados en trasmitir la memoria a los que naceríamos años más tarde.
Si ve en algún sitio o monumento, la inscripción « Grupo de los Mil », recuerde que en la obra, está la huella del grupo ; o si el azar lo lleva a tropezarse en una puerta de calle, una inscripción « MIL-santa clara », es que en la vivienda vivía un miembro del comité.
Y como le debemos más que un instante de memoria, escribo el nombre de algunos de esos miembros del « Grupo de los Mil », que indiscutiblemente, fueron nuestros predecesores.
[Abelardo Gómez Gómez, Agustín Solís Niebla, Fausto Vilches de la Maza, Enrique Díaz Guzmán, Oscar Esparza Monteagudo, Dámaso Martín Morales, Enrique Figueroa Franqui, Juan Bautista de León, Francisco Navarro, Ciro Corcho, José Germán Ortega, Clemente García Cortina, José M. Ruíz Miyar, Clara García Domínguez, Dámaso Martín Méndez, Justino García Cortina, Fernando Ávalos, Angelina G., Feliciana Falcón, José Felipe Silva y Eusebia Ávalos] ©cAc

lunes, 16 de noviembre de 2009

Tres esquinas de Santa Clara

Inevitablemente, volvemos al parque, o casi, en caso de que no quisiéramos volver al cuadrilátero, aunque no necesariamente. Y volvemos por esas tres esquinas que están estrechamente relacionadas con el acceso, o la salida del parque Vidal. Cada una de esas tres esquinas tiene un ambiente particular, que les presento ahora y que desarrollaremos individualmente después.
La primera que trataremos, fue la vía tradicional hacia la estación de trenes, por Luis Estévez, y por consiguiente, la salida hacia la carretera de Sagua. Desde antaño, Céspedes, de poco tráfico, fue una calle de acceso al parque, pero desde el cierre de éste a la circulación vial, el sentido cambió, y los automóviles doblan a la derecha en Luis Estévez, pero atención, el movimiento de vehículos es casi inexistente. Los autos que se parquean en una y otra calle, son taxis particulares, boteros y algún que otro bicitaxista en espera de clientes, al acecho de turistas, o de aquel que ellos suponen que pueda necesitar de un transporte, -taxi, amigo, taxi, amigo- es lo único que saben decir, unas veces los choferes, otras los intermediarios que pululan por la esquina, sentados en los quicios de las ventanas del museo y en la acera, tratando de arreglar el mundo, de vivir, de « trabajar» sin mucho esfuerzo …




La segunda esquina, aquella que es el principal acceso al centro desde el oeste (calle Rafael Tristá), y la salida y conexión hacia la zona urbana de « los hospitales » (calle Cuba), aunque no como antes del cierre del parque, mantiene una circulación regular, y el mismo sentido vial. Zona de tres actividades informales : los choferes de autos particulares, -aquí se ven menos intermediarios-, los « parqueadores » y « cuidadores » de los coches de turismo, y el fuerte de la esquina, que son aquellas personas que se dedican a la compra-venta de pesos convertibles, justamente en los portales de la sucursal oficial « Cadeca », y a dos pasos del BFI y del BCC, donde turistas y cubanos de visita en la Isla se proveen también de pesos CUC.


Nuestra última esquina, ahora inaccesible a la circulación por las obras de la Cámara de Comercio, y limitado el paso peatonal, es la menos conflictiva y también tiene sus habitudes. Come en las otras dos, tanto por Máximo Gómez, como por Marta Abreu, se parquean los choferes de taxi, sobre todo aquellos que proponen las carreras a los centros nocturnos alejados del centro, y los bicitaxistas. Es una esquina de gran movimiento peatonal, hacia y desde el parque, en dirección al oeste, donde « El Mejunje » y la « terminal intermunicipal » son centros neurálgicos ; y hacia la zona comercial del boulevard… ©cAc

domingo, 1 de noviembre de 2009

A pie de obra, en la Cámara de Comercio...

Resulta que prometí un recorrido en imágenes, y para no dejar vacío el espacio, coloqué aquellas que tenía delante, y que no eran esas exactamente, pues estaba seguro que yo había estado a pie de obra el 27 de febrero, pero ni atrás ni adelante, me aparecía el dossier. Se darán cuenta del trabajo de restauración, creo que el equipo trabaja con mucho esmero, a pesar de que tienen una programación de obra, y además, desgraciadamente, “fechas de entrega”, ese gusanillo que no deja que se terminen bien las cosas! Les dejo veinticuatro imágenes, disfrútenlas!