sábado, 20 de enero de 2018

La Audiencia de Santa Clara


Hasta el fin de la dominación española, en 1898, se mantuvo activo el Cuartel de Tarragona, situado al sur de la ciudad, de frente al camino Real. Entonces esa porción santaclareña, era un vasto espacio de manigua, frutales y solares yermos donde se levantaban algunas construcciones domésticas diseminadas. El Cuartel de Tarragona no fue una obra relevante de la arquitectura militar colonial cubana. Amén de haber sido clausurado con la vuelta de los militares españoles a la península, el inmueble sirvió de base constructiva para rehabilitarlo y usarlo en nuevas funciones. Santa Clara se dotaba de una institución de justicia: La Audiencia de Santa Clara, mal llamada Audiencia si consideramos que la tal institución tiene sus orígenes en la época de la Corona de Castilla, y en la América colonial, las Audiencias se establecieron en el siglo XVI, durante los reinados de Carlos I y Felipe II. La Audiencia de Santa Clara, también era conocida como “el Juzgado”.
El edificio que encausara y aplicara justicia en la región central de la Isla, no tardó en desaparecer con la evolución del progreso republicano, que demolía y construía en aras de la modernidad urbana. La Audiencia de Santa Clara, una vez salvaguardados los documentos y expedientes, fue demolida en 1927. La silla presidencial de la República la ocupaba Gerardo Machado y Morales, en su primer mandato. ©cAc-2018

jueves, 18 de enero de 2018

El Cuartel de Tarragona

Hasta el primer cuarto del siglo XIX, contaba la villa de Santa Clara con dos guarniciones militares acantonadas, una en el cuartel conocido como Cuartel de Lepanto, situado en la periferia sur, en los arrabales donde finalizaba la polvorienta calle San Francisco Javier, y la otra en un cuartel de mejor factura, pero de poca capacidad, situado en el cuartón norte donde comenzaban las calles San Francisco Javier y Segunda de San José. En los días en que se festejaban los 137 años de fundada la villa, llegaron a Santa Clara, comandados por Don Ignacio Castellá, tres compañías pertenecientes al Batallón de Tarragona. El Cuartel de Lepanto, viejo y poco confortable no tenía condiciones para albergar a los soldados españoles. Falto de cuartel, y sin sostén de la Real Hacienda, el Ayuntamiento se encarga de dar alojo a las tres compañías, y acondiciona y facilita una vivienda situada en la Plaza Mayor. 


Otro acontecimiento concerniendo alojo a militares vino a agravar los sobresaltos del cabildo. Poco después del arribo de las compañías del Batallón de Tarragona, llegó una fuerza del Regimiento de Caballería Dragones de América. El Ayuntamiento optó por alojar a la fuerza recién llegada en el inmueble construido en 1794 por el Presbítero Hurtado de Mendoza en la calle Santa Elena, la escuela para niños “Nuestra Señora de los Dolores”. Tiempo después, el Regimiento de Caballería fue trasladado a la guarnición norte de la villa, que devendría Cuartel de Dragones; y por espacio de diez años, las compañías del Batallón de Tarragona pernoctaron frente a la Plaza Mayor.

En 1835, la villa se convirtió en Jefatura Militar, dirigida por el coronel Don Francisco de Paula de Alburquerque, que a su vez también dirigió la Comandancia de Armas. La necesidad de trasladar a los hombres del Batallón de Tarragona a una verdadera guarnición era un sujeto caro al Ayuntamiento, el cual asintió a la demanda del coronel de Paula de construir una nueva guarnición en los terrenos maniguales colindantes al barrio de la Pastora, y ello en calidad de préstamo. Fue de esta manera, que vio la luz el Cuartel de Tarragona. Notable por haber sido prisión de patriotas y sitio de fusilamientos, que se llevaban a cabo en una pared lateral derecha del cuartel, y que se convirtiera en el triste paredón que cegara la vida de aquellos hombres que se levantaron en armas contra la dominación colonial. ©cAc-2018

miércoles, 17 de enero de 2018

Preámbulo para una memoria villaclareña

Desde hace mucho tiempo intento darle vida con letras a un espacio urbano santaclareño que comprende dos edificaciones, un parque, un sitio histórico y un antiguo club filantrópico. El conjunto está identificado en una trama vial que comprende una carretera nacional, un paseo, una corta avenida, dos calles, un callejón, y la margen de un río.
El espacio urbano al que me refiero está compuesto por:
Palacio de Justicia (1)
Parque de la Audiencia (2)
Paredón de Fusilamientos (3)
Esc. Fructuoso Rodríguez (4)
Parque “José Luis Miranda” (5)

La orilla derecha del río Bélico pone límite por el Suroeste, al terreno donde se extiende el Parque “J. L. Miranda”, el cual queda bordeado al Norte por la carretera Central, y al Este por el tramo final de la calle Juan Bruno Zayas. Justo pegado a la calle, el sitio que fuera Paredón de Fusilamientos, pero enclavado dentro del parque. Del otro lado de la calle que lleva el nombre del patriota villaclareño, el Palacio de Justicia y la Escuela. Entre ambas edificaciones, además de la carretera Central, una plaza abierta que los santaclareños denominan parque, el Parque de la Audiencia. Si nos situamos en el cruce de la carretera con el eje ancho, mirando hacia el Oriente, una vía larga de cien metros da acceso al barrio de la Pastora: la desconocida Avenida del General Juan Bruno Zayas, y hacia el sur buscando la salida que lleva a Manicaragua, el Paseo de la Paz, rebautizado como avenida Ramón Gonzales Coro. Por la derecha de la escuela pasa la calle Caridad, oficialmente nombrada General Roloff, también patriota de la gesta independentista. Al fondo del Palacio de Justicia se accede por una calle que nace en el Paseo, y serpentea el Parque de Pioneros hasta convertirse en la truncada calle Alemán que se desliza por el barrio Chamberi.

El área, que pudiera considerarse de notable valor histórico, ha visto en un largo periodo profundas renovaciones y rehabilitaciones, ha sufrido abandonos, ha sentido el deterioro del tiempo, la falta de mantenimiento y no pocas indisciplinas por parte de una franja de la población, que, por ignorancia o incivismo, destruyen el patrimonio urbano de la ciudad. ©cAc-2018

domingo, 16 de julio de 2017

Otro julio en tu historia, Santa Clara

Ayer la ciudad de Marta cumplió 328 años de fundada. A la sombra de un tamarindo. Entre dos arroyos. Por gentes como ustedes y como yo, deseosos de construir un mundo nuevo en una tierra vieja (ellos la descubrieron casi virgen, apenas habitada por el rumor del viento y de las aguas del río acariciando las piedras) Trescientos veintiocho años. Casi nada y mucho. Vidas e historias acumuladas. Y en ese cúmulo de gentes y piedras, sabores y sinsabores, nosotros. Para vivirla, amarla, y también mal amarla. ¿Y es que no vemos la realidad? No son necesarios los carteles, la propaganda colgada con apuro de fechas y los discursos edulcorados de dirigentes locales que no ven o no quieren ver, incluso esa valla que dice “hacer de Santa Clara una ciudad ordenada, higiénica y mucho más bella” con imágenes coloridas de fondo. Hablemos de Santa Clara. A la que Conyedo se entregó en cuerpo y alma, a la que Hurtado de Mendoza encaminara como instructor del progreso, a la que Marta amó y entregó espíritu y fuerza. 1689 – 2017. Tres centurias y poco más. La ciudad viviendo el siglo XXI, acatarrada, cojeando, fatigada.
Y es que el paisaje urbano de Santa Clara tiene síntomas de enfermo que se debate entre la vida y la muerte. La inyectan, pero esas inyecciones son muy puntuales, cerca del corazón, intravenosas, capaces de darle vida al muerto, y que dejan ver colosales inversiones. Digamos, el Hotel Central. Las curas paliativas, también puntuales, no tienen el presupuesto que necesitarían esas intervenciones constructivas, y en lugar de ejemplares, [o casi ejemplares] restauraciones o rehabilitaciones, los trabajos acometidos denotan falta de presupuesto, exigencia en la calidad de las intervenciones y el acabado, lo cual podemos asimilarlo a maquillaje urbano (¿?). Tanto las inyecciones como el maquillaje a los enfermos no son suficientes. La lista de cosas por arreglar, limpiar, rehabilitar, es enorme y se expande desde el mismo centro hasta los barrios periféricos. La lasitud se apodera de la ciudad de Marta. El abandono, las incivilidades, van dando aires haitianos a la más central de las ciudades cubanas. ¿La culpa es de quién?, no piensen en el totí, la culpa es de todos, de toda la comunidad, de las autoridades y de los santaclareños, que -se conforman o nos conformamos- con ese abandono, suciedad, e indisciplinas ciudadanas.
Cuando desaparezca lo poco que queda de patrimonio urbano, de conjuntos de inmuebles y fachadas, Santa Clara no tendrá patrimonio que ofrecer a los turistas y viajeros que pasen o pernocten en la ciudad. El turismo va en aumento, por mil y otras razones, de índole cultural, histórico, o simplemente, deseos de descubrir otra cosa que nos sean las obligadas Habana, Trinidad, las límpidas aguas de Varadero, o los ya menos vírgenes cayos del litoral norte villaclareño.

En muchas ocasiones he tratado de redescubrir Santa Clara, amarla como es ella y propulsarla con sus encantos y desencantos en páginas digitales. Y no cejaré en ello. Santa Clara es poco verde y sombreada –desgraciadamente; rica en arroyos con pretensión de ser ríos, arroyuelos y cañadas, también desgraciadamente despreciados, maltratados, contaminados y convertidos en basureros; posee una trama urbana en concordancia con su manto hidrográfico, que pudiera rendir mejores desplazamientos tanto peatonales como vehiculares, pero otra vez por desgracia, los especialistas del sector no dan pie con bola. El otrora pueblo convertido en ciudad vuelve a ser pueblo soleado y sucio, tanto en su radio de entre ríos, como en los barrios que circundan el centro, y peor en la periferia que toca y a veces se extiende más allá de la carretera que circunvala el núcleo urbano de la capital provincial. Pueblo-ciudad provinciana con vocación artística y cultural, sede de escuelas, institutos y una universidad como pocas existen en la Isla. La ciudad que viera nacer a Marta y que alguna vez pensamos conservarla, mejorarla, cuidarla y darle aires de algo más que pueblo grande, se nos cae. Se nos vienen encima, balcones, tejas y hasta balaustres endebles por el tiempo y la precariedad. ¿Qué hacer? ¿Cómo repensar Santa Clara? No dejemos solos a los profesionales y especialistas de Patrimonio, de Planificación Física, urge a la ciudad que sus dirigentes sean menos políticos y más consagrados a la difícil tarea de dirigir, sin altanerías y con verdadera vocación de guardianes de la memoria colectiva. Buen aniversario Santa Clara, y buena suerte, para seguirte amando. ©cAc-2017

domingo, 23 de octubre de 2016

Colegio Las Teresianas / ESB “Juan O. Alvarado”

No me pregunten del interior, de su patio central y el soportal del claustro. Solo recuerdo escrito sobre un muro “La enseñanza, ¿quién no lo sabe?, es ante todo una obra de infinito amor”. Y a continuación, el rotulista escribió nueve letras que imprimen propiedad a la frase: José Martí. Hace de eso un lustro (enero del 2011), cuando una tarde pedí al celador del viejo colegio de monjas, que me permitiera ver el estado en que estaba el edificio por dentro. Daba grima. Amontonamiento de tejas, puestas como quiera, sin pensar en su fragilidad. Las rejas de hierro forjado pudriéndose a la intemperie. Las lucetas rotas o desaparecidas. La hierba creciendo en los techos. Las ventanas como orificios fantasmas sin marcos ni paños, los pisos destruidos, el escombro de ladrillos y paredes de azulejos arrancadas, mutiladas, maltratadas. Anaqueles de libros escolares expuestos a la humedad creciente, al abandono. Muros de bloques para evitar nuevas mutilaciones al ya deteriorado inmueble. Sobre una puerta, el número de un aula de octavo grado. Y pensé en Clarisa, en Miguel Ángel, atentos a aquella clase donde un sello de correos abría la curiosidad por la Historia. No me pregunten del interior, de la destrucción, que tanta roña causó en los pilongos que pasaban cotidianamente, tanto por la fachada principal como por el fondo de la escuela con salida lateral por Candelaria. Recuerdo haber llamado la atención con aquel S.O.S.  S.C. por el antiguo Colegio Teresiano y precedido por El colegio Teresiano y la lluvia caída, ambos de octubre del 2009. Los años pasaban y el deterioro aumentaba. Santa clara sigue equilibrando los derrumbes y tratando de caminar con muletas. Basta con darle una vuelta a la trama urbana que se articula alrededor del Parque Vidal. No hay calle que no sufra desmantelamiento en sus fachadas, o que mantenga apuntaladas las fachadas de viviendas. Vuelvo al Colegio Teresiano. No me pregunten del interior, el acceso está limitado por resoluciones ministeriales. Debe haber quedado bien hecha la restauración de muros, soportales, artesonados y grandes puertas ventanas. Y me imagino dentro, a Hilda Velia haciendo caso omiso a la madre superiora que la regañaba por bailar en medio del patio del colegio. Pero pude apreciar, desde la acera opuesta de la escuela, que hubo que clamar y batallar para darle vida al otrora colegio establecido en 1915 y llevado por misioneras de la Compañía de Santa Teresa de Jesús. El inmueble ha sido enteramente reconstruido, y volvió a llenarse de la algarabía de los estudiantes de secundaria. El acceso se hace por Candelaria. La calle Cuba vuelve a mostrar la combinación de amarillo ocre y blanco de la fachada, y la herrería de sus balcones. Un viejo amigo me dice que del lobo un pelo. Tanto mejor si pelo a pelo, rescatamos la tradicional imagen urbana de la ciudad de Marta. ©cAc-2016
Links de los artículos antes mencionados:

martes, 1 de diciembre de 2015

Travesía de la C N n°1 por Santa Clara (IV y final)


Al llegar a la altura de la avenida conocida como Paseo de la Paz, la carretera Central llega a su punto culminante en la travesía por Santa Clara. Y cabe anotar que en este sitio la trama vial marca una diferencia. La ruta nacional no cruza una avenida sino el comienzo de dos avenidas. Hacia el sur, el Paseo de la Paz, como hemos dicho anteriormente, y hacia el norte, en dirección al centro, la avenida del Gral Juan Bruno Zayas, de tan solo 100 metros de longitud y desconocida para muchos.

La C N n°1 al dejar atrás este cruce y descender suavemente buscando el Oriente cubano, dejó de ser un quebradero de cabeza para los ingenieros y constructores. La vía no encontrará obstáculos mayores en su desplazamiento por Santa Clara. 

Las arterias se suceden, unas yendo o viniendo de la recién organizada Plaza convertida en Parque Republicano, -oficialmente nombrado Parque Leoncio Vidal- y otras en dirección a los barrios del sur: Cuba, Colón, Maceo, Celestina Quintero y Unión. 
Al pasar la calle Maceo, la ruralidad vuelve a envolver el paisaje de Santa Clara. Caserones aislados, solares yermos y palmares. El palmar anunciaba la proximidad del arroyo/río. El Cubanicay. Sector valonado con maniguas y frutales. El río dueño absoluto de la franja verde. La obra de fábrica no fue de envergadura si se tiene en cuenta la sección tortuosa y los vericuetos para contornear el Bélico. Puente abarandado de tramo largo, la barandilla típica de la carretera con término en la calle 1ra de La Vigía. Una vez cruzado el Cubanicay, la carretera se desplaza buscando la salida de la ciudad. Algún que otro cruce adoquinado y una sencilla obra de fábrica sobre un riachuelo de primavera serán los trabajos pertinentes en el último tramo de la travesía por Santa Clara. 
Yo me permito ir más allá del último tramo urbano, para presentarles otro puente sobre la carretera Central, el puente sobre el río Ochoa. Esta obra de fábrica, de envergadura por los desniveles del terreno y comparable en diseño al puente sobre el río Arroyo Grande, cierra el ciclo de trabajos sobre la C N n°1 de Cuba, a su paso por Santa Clara. ©cAc-2015

lunes, 30 de noviembre de 2015

Travesía de la C N n°1 por Santa Clara (III)

La carretera Central se deslizó por tierra firme después de haber cruzado el Bélico entre Candelaria y San Cristóbal, y así continuó en su  travesía por Santa Clara hacia el Oriente. Sin embargo, correría paralela al río, distante unos cincuenta metros desde San Miguel hasta la calle Nazareno. Al cruzar Nazareno, que tiene puente sobre el Bélico, una nueva obra de fábrica va a ser construida para consolidar y hacer viable la intersección. 

El desnivel del terreno es importante. De un lado, tierra firme. Del otro, el declive que lleva al cauce. Este otro sector de la carretera, que hace parte del “malecón de Santa Clara”,  y que no es puente pues no atraviesa el río en ningún sitio, me deja perplejo: si no es puente, qué es?, un viaducto? Si observamos la carretera desde distintos ángulos, sobre ella y desde el otro lado del río, nos damos cuenta que la obra fue majestuosa, por su serpenteo del río, su muro de contención y encauzamiento, y la calzada en cuesta hasta llegar al Paseo de la Paz y desde donde la carretera se desplaza cuesta abajo y suavemente para encontrar otro río: el Cubanicay. 
Una remarca me parece importante al observar esta sección de la C N n°1: las calles Pastora y Síndico del lado del barrio de la Pastora, llegan a la carretera, pero no la cruzan. Del lado del río, la baranda se convierte en balcón-mirador, con un ensanche colgadizo. Puede interpretarse este saliente como una anterior visión futura de la posibilidad de unir esas calles para acceder al centro desde la periferia?  
Pero otra duda me asalta: inicialmente hubo cruce de la carretera con la calle Caridad?, el cruce fue añadido más tarde?, pero antes que la empresa diera por concluida la 4ta división de la C N n°1. El Bélico tiene puente en la calle Caridad, la superestructura mezcla dos diseños de barandas, las concebidas para la carretera Central en las esquinas, y barandas de hormigón como las concebidas para el puente de Nazareno. Yo pienso que originalmente no hubo intersección de la calle Caridad con la carretera cuando en este sector fue encauzado el río y construido el “viaducto”. Se debe este cruce a las obras que emprendió el Grupo de los 1000 en los años 40?. 
El malecón abarandado después de haber pasado Caridad muere en el límite con la calle Alemán. El término de la acera haciendo curva y la última columna, más gruesa y más alta para cerrar la baranda nos autorizan a pensar que la calle Alemán cruzaría la C N n°1, y atravesaría el terreno yermo hasta unificarse con Alemán Sur a la altura de la calle Estrada Palma. 
Observado este sector desde distintos puntos de mira y de las especificidades técnicas del mundo de los ingenieros de puentes y caminos, y teniendo en cuenta los cambios urbanos que se sucedieron una vez terminada la C N n°1, me atrevo a escribir, que el tramo de la carretera Central desde la calle Marta Abreu hasta la calle Alemán , denominado malecón de Santa Clara por unos, -incluyendo los documentos de la Secretaría de Obras Públicas-, o malecón del Bélico, nombrado así tanto por admiradores como detractores de la ciudad huérfana de costa marítima, no es un puente, son varios si abarcamos el conjunto de obras de fábrica, no es íntegramente una carretera, y sí un viaducto que sorteó la herencia urbana encontrada y las zancadillas que tiende la naturaleza: hilos de agua, ríos, arroyos, quebradas y ondulaciones, árboles centenarios y plantas y piedras que solo allí podían encontrarse. Lo urbano y lo rural unidos por el cordón de la vida. ©cAc-2015

viernes, 20 de noviembre de 2015

Travesía de la C N n°1 por Santa Clara (II)


La siguiente obra de fábrica fue mucho más compleja. Se necesitó encauzar el río Bélico y proceder a la demolición del puente construido en 1858, el Gallego. Las tomas de agua de la antigua potabilizadora de la ciudad, las tuberías de aguas negras y el alcantarillado, que pasaban y convergían en las orillas del río, se convirtieron en un quebradero de cabeza. El rigor no se hizo esperar. El engarce de la calle Marta Abreu y la nueva vía fue un éxito. Sobre el Bélico fue construido un nuevo puente, de baranda corrida al norte y baranda del lado del río, sobre la curva y en toda la extensión del puente hasta la calle Rafael Tristá. 
Aquí el puente, obra de fábrica realizada para implementar la intersección, se desprende del muro, se extiende sobre el río y reposa inmediatamente en la otra orilla de Tristá. Ese muro de contención permitió encauzar el río y elevar el nivel de la carretera al mismo nivel que la calle Marta Abreu. Este muro continuó hasta la altura de la calle San Cristóbal, a la cual no se le proyectó intersección con la carretera ni balcón hacia el río. En ese punto la carretera se convierte en largo puente abarandado desde Tristá hasta la calle Candelaria. Ese “largo puente” desde la época de la construcción fue llamado “malecón de Santa Clara”, la oralidad popular convino también en llamarlo “malecón del Bélico”. 
Del otro lado y antes de que la carretera cruce el Bélico, una escalinata desciende hacia el Lavadero del Condado, uno de los cuatro lavaderos mandado a construir por Marta Abreu para las mujeres lavanderas del barrio. La escalinata daba acceso a cuatro viviendas adosadas entre sí, construidas de madera y cubierta de tejas. 


Siguiendo el curso del río, del lado del Lavadero, la baranda primero se detuvo a la altura de Candelaria, - se pensó en algún momento unir las dos secciones de Candelaria a través de un puente?,  Si se pensó o proyectó, la obra de fábrica no fue llevada a cabo, pero hacia el río quedo el balcón colgadizo como una posibilidad de esa unión. Llegaba inicialmente la baranda hasta la misma calle San Miguel? Es posible, en ese momento no existía la gasolinera y en su lugar el terreno declinaba hacia el río. La baranda de la carretera, tenía unión en escuadra con la baranda del puente de San Miguel? También es posible. Por qué se construyó entonces la baranda de remate desde la Central en dirección al río? O fue posteriormente, cuando edificaron la Estación de Servicio? 
 Recordemos que Candelaria pavimentada esconde en sus entrañas el cauce rocoso del arroyo Marmolejo, que moría en el Bélico. Del otro lado del río recomenzaba Candelaria, y bordeando el arroyo, el fondo de casas del suburbio. Del Marmolejo quedó un hilo de agua, aún con fuerza para ligarse Bélico. 

Es necesario acotar que en este sector se procedió a encauzar el Bélico para edificar la obra de fábrica complementaria: el puente sobre el río en la calle San Miguel. San Miguel, a diferencia de Candelaria, ya en ese tiempo era una larga arteria que naciendo en el antiguo camino de las Bocas, atravesaba Santa Clara, cruzaba el Bélico en un paso inseguro y se deslizaba por el barrio del Condado y los suburbios que se levantaban a su lado hasta perderse en los maniguales que hoy son periferia semi urbanizada de la ciudad. ©cAc-2015

domingo, 15 de noviembre de 2015

Travesía de la C N n°1 por Santa Clara (I)



Setecientos veintitrés días después de haberse iniciado la construcción de la carretera Central, el 25 de mayo de 1930 fue inaugurado el tramo entre la ciudad de Matanzas y Santa Clara. 

Además de las dos capitales provinciales, quedaban unidos por carretera viniendo desde la Atenas de Cuba, los pueblos de Limonar, Coliseo, Jovellanos, Perico, la ciudad de Colón, Los Arabos, Cascajal, Mordazo, Manacas, Santo Domingo y La Esperanza. En ese año de 1930, la entrada de Santa Clara se situaba en las proximidades de La Ceibita, lugar por donde entrara el Ejército Libertador, al mando del General José de Jesús Monteagudo, el 31 de diciembre de 1898. 
El camino convertido en carretera estaba marcado por la ruralidad, y hasta el puente sobre el Bélico, otrora El Gallego, de la calle del Calvario, ya rebautizada como Marta Abreu, se sucedían alguna que otra quinta y viejos caserones de madera y tejas. A la derecha todavía en pie el viejo Rastro e inmediatamente, el arroyo de la Tenería, mucho antes llamado Botijuela. 
Sobre el arroyo de la Tenería se construyó la primera obra de fábrica al interior de la ciudad: puente con barandas, de un lado la baranda enteriza, y del otro, la baranda con una abertura hacia la vivienda colindante con el arroyo. ©cAc-2015

viernes, 13 de noviembre de 2015

Prólogo historicista para la carretera Central

La Carretera Central, estiman que fue una de las siete obras de ingeniería civil ejecutada en Cuba y catalogada como de “maravilla”. Un diamante fue elegido para marcar el kilómetro cero de la que devendría la principal ruta de la Isla, y con ello el ocaso del transporte ferroviario nacional. El 20 de mayo de 1927 comenzaron los trabajos al Este de La Habana, propiamente en el colindante pueblo de San Francisco de Paula. Dos empresas obtuvieron la licitación para llevar a cabo la construcción de la carretera: la nacional Compañía Cubana de Contratistas, encargada de construir la vía en las provincias de Matanzas y Santa Clara; y la norteamericana Warren Brothers Company, con sede en Boston, Massachusetts que se ocupó de la obra en Pinar del Río, La Habana, Camagüey y Oriente. Asociada a la WBC estuvo la también norteamericana Kaiser Paving Company. Ambas compañías trabajaron bajo la dirección del ingeniero cubano Manuel A. Coroalles. Las oficinas de las empresas constructoras de la carretera en la región central radicaron en la calle Cuba de Santa Clara. La obra, titánica para la época y la isla, creció a razón de 25,3 kilómetros por mes de trabajo, cifra considerada como promedio. 

La losa del pavimento, de alta calidad, tenía dos espesores, 0,15 cm en el centro de la calzada y 0,22 cm en los bordes de la misma. La losa de hormigón fue cubierta de warrenite, una mezcla asfáltica compuesta de piedra y cemento bituminoso de un espesor de dos pulgadas. En los cruces, cruceros e intersección con otras vías, se usaron adoquines, y bloques de granito para proteger el pavimento. Esos bloques o muros en los cruces y cruceros estaban pensados para la Cuba azucarera que utilizaba carretas de bueyes. Puro hormigón armado. 

Los hitos kilométricos llevaban a relieve las distancias y el nombre de las poblaciones. La parte superior del mojón mostraba el código vial: C N n°1. 301 kilómetros de carretera fueron construidos entre la capital cubana y Santa Clara. El kilómetro 301 lo marcaba el hito situado a la entrada de la ciudad. Viniendo de La Habana, La Esperanza es la última población atravesada por la carretera antes de llegar a Santa Clara. A su salida, la carretera se eleva convirtiéndose en puente elevado sobre el terreno accidentado por el que pasa la línea de ferrocarril que une Santa Clara con la ciudad de Cienfuegos. Obras de fábrica menores se suceden, así como el puente sobre el río Arroyo Grande. Abanico blanco abierto sobre el agua y el verde del campo, uno de los 486 puentes construidos en hormigón armado. 

A uno y otro lado de la carretera, el ejército de árboles que devendrían copa sombrosa para los viajeros. Treinta mil árboles fueron sembrados a lo largo de toda la carretera. De La Esperanza à Santa Clara, unos doce kilómetros de carretera. Y en esa docena de kilómetros, la ruralidad invadida por el progreso. Caseríos pegados a la carretera o poco distantes. Ninguno dejó de tener su crucero: Tumba la Burra, La Purísima, Antón Díaz, La Gomera, Las Minas, el Crucero de Vila… Muchos caseríos se convirtieron en gérmenes de barrios. La carretera propició el poblamiento, impulsó la explotación agrícola y trajo consigo el crecimiento de las poblaciones. Santa Clara, pueblo con título de ciudad, fue un ejemplo concreto de la influencia que tuvo la carretera central en la demografía poblacional. Superó a Cienfuegos en número de habitantes al crecer en más del 26% en los doce años posteriores a la construcción, y la elevó al rango de cuarta ciudad del país. ©cAc-2015

jueves, 12 de noviembre de 2015

Agua, caminos y escuelas, preámbulo de la C N n°1

Santa Clara se despertaba del letargo provincial heredado del pasado colonial. Durante el primer cuarto del siglo XX, amén de las nuevas edificaciones que vinieron a engrandecer el patrimonio urbano, dos obras marcaron la atención en la década del 1920. Con la demolición en 1923 de la Iglesia Parroquial Mayor, la ciudad perdía el más importante edificio patrimonial que nos legaran los fundadores y primeros benefactores de la villa. La desaparición del templo cuya pila bautismal fue el detonador del popular gentilicio de los nacidos en la ciudad, los pilongos, abrió el camino a la reorganización urbana de la Plaza-Parque. Nació entonces en 1925 el Parque Republicano que puso término a los primeros cinco lustros del siglo XX en la ciudad de Marta. Justamente, el año en que el otrora patriota de la guerra de Independencia, Gerardo Machado y Morales asumía su mandato como Presidente de la República. Machado diseñó su programa electoral en función del bienestar social, y se lanzó a la conquista de la silla presidencial prometiendo “agua, caminos y escuelas”. Y Santa Clara, que lo adoptó como casi hijo por la cercanía con Camajuaní, no le reprochó el bienestar prometido. La carretera Central de Cuba (C N n°1) fue testigo vivo de nuevos tiempos cuya puerta abría Machado, con el apoyo y diligencia del Secretario de Obras Públicas, el Dr. Carlos Miguel T. de Céspedes, y cuya actividad constructiva lo lanzó a la popularidad como “El Dinámico”. Gerardo Machado se envileció como se envilecen los hombres con cierto o mucho poder, pero no es mi intención hacer análisis político, solo me limito a considerar el impacto constructivo que generó una revitalización de lo urbano. La carretera achicó distancias, unió pueblos y cambió el aspecto urbano y demográfico de ciudades como Santa Clara. Veamos. Lleguemos al final y saquemos nuestras propias conclusiones. ©cAc-2015

lunes, 9 de noviembre de 2015

Una mirada al Gallego de 1858 encontrado al azar…



En el pasado mes de octubre, la crónica sobre el puente “El Gallego” hacía referencia al mismo como “unos de los tantos y modestos puentes de la ciudad de Marta”. Y en efecto, viendo una fotografía de época, me permito escribir algo más sobre el puente, para acompañar la imagen que les presento. El hecho de que hace parte de los “tantos” no es una exageración. Villorrio fundado entre arroyos y cañadas, primero los pasos y luego los puentes, se encargaron de unir orillas apenas distantes. La modestia como yo decía, iba de par con los erarios públicos, en una isla maniatada por una gobernación colonial. La mayor parte de las obras erigidas en la villa luego ciudad de Santa Clara durante la etapa colonial, llevaban impreso el espíritu comunitario de los vecinos, y el sentido altruista de sus hijos. Así pasó con El Gallego. El puente era el camino hacia el progreso, a la conquista del oeste sabanoso, al ensanche urbano. Construir el puente sobre un arroyo, río en época de crecidas, matizado de rocas y pozas dulces que hacían la delicia de sus vecinos, llevaba tiempo y quebradero de cabeza para la administración. La ingeniería de la época también tenía su parte en la concepción y construcción. El Bélico serpenteaba viniendo del sur. Orillas de poco declive. Las mujeres lavaban en sus orillas y los animales pastaban o encontraban el descanso después de la faena jornalera. El Gallego original unió dos orillas de poca inclinación. Sin embargo, la losa debía cubrir dos extremos bastante separados: el término de la calle Calvario y el engarce con el camino hacia el oeste. El uso de la ménsula para descargar el sobrepeso de bastiones y pilas se impuso. El puente El Gallego observaba tres arcos, siendo el arco central el de mayor luz entre los bastiones. Los ingenieros pusieron énfasis en la rigidez de la estructura. Lo de modesto quizás esté ligado a la concepción arquitectónica de la superestructura: nada monumental, largo andén con barandilla simple. Del puente, lo hermoso estaba en la concepción de su infraestructura. El trío de arcos dejando pasar el agua despreocupada, limpia, reflejando el azul casi eterno del cielo, las piedras resbaladizas, la hierba y los guijarros protegiendo sus orillas. ©cAc-2015

viernes, 16 de octubre de 2015

Puente de San Cristóbal sobre el Cubanicay



Solo dos estribos, y de poca luz entre estos para sostener la losa.  El declive es minúsculo, y la altura del puente no rebasa los tres metros, pero lo suficiente como para no temerle a las crecidas, y solo en época de temporales. Debe estar cumpliendo, o se acerca a los cien años este puente, -yo diría solitario, sin nombre, sin placa que acredite fecha y constructor. Un detalle me remite a otro puente: las columnas que una vez sostuvieron sus farolas. El fuste corintio de las columnas, con acanaladuras de ángulos matados, y los caulículos y las hojas de acanto del capitel tienen la misma factura que las columnas utilizadas para el alumbrado en el Puente General Monteagudo, construido en 1915. De las cuatro columnas, sólo dos, sobre la baranda norte del puente, están en pie, y de las dos de la baranda sur, una desapareció y de la otra queda un tercio. Si volvemos a un siglo atrás, el sector era más bien periurbano, y la calle urbanizada se detenía en el camino que llevaba a la Cruz del puente, que había sido puente del Minero y más tarde de Isabel II, también sobre el mismo río Cubanicay. Los parajes alrededor del puente que nos detiene, eran de manigua boscosa. Al pasar el río, un trillo rural iba haciendo curvas hasta perderse en el campo, a los pies del Capiro, al este de la ciudad. En la década del 1940 comenzaron a levantarse viviendas, y en la siguiente década, aparecieron modestos chalets, la urbanización se le conoció como Reparto Bengochea, y la calle San Cristóbal (rebautizada Eduardo Machado con el advenimiento de la República) a un lado y otro del puente se hizo una sola. El puente de San Cristóbal se convirtió en el paso hacia el Este, que comenzaba a desarrollarse urbanamente, y la arteria que llevaba hasta el estadio de pelota, aún en uso. Actualmente el puente de San Cristóbal es una de las vías de acceso a los mercados del Este de Santa Clara, lo que trajo consigo una reorganización vial. Al pasar el puente en su extremo oriental, aparece el cruce con la calle que hacia el Norte lleva al Agromercado Estatal de Santa Clara (también conocido como mercado de Buen Viaje) y al mercado agropecuario de campesinos (no sé si es así como se escribe). Hacia el Sur, la calle lleva al área conocida como “del Sandino”, por estar a proximidad del estadio del mismo nombre. Los alrededores del puente de San Cristóbal tienen sus paradojas, el río arrastra suciedades que vienen de otros sectores y se acumulan con las ya vertidas por los ribereños, un plan de urgencia promueve la limpieza, y buldóceres y otros equipos se afanan por cambiar la imagen de las orillas del Cubanicay, a veces sin tener en cuenta a los viejos árboles que no piden otra cosa que morir de viejos allí, donde nacieron. Al poco tiempo vuelven a surgir los vertederos. Pero la incoherencia de este submundo que bordea al río es el hábitat urbano: en la orilla Norte han emergido dos bloques de viviendas, de dos pisos, bien construidas y bien protegidas por una cerca tipo peerless; en la orilla Sur, las viviendas delatan pobreza y la miseria de sus ocupantes, construidas con tablas, zinc, cartones, tejas, ladrillos, bloques, todo es bueno para irlas “mejorando” hasta ver qué pasa en la venidera temporada ciclónica. Las vacas, bueyes y carneros, teniendo yerba que pastar ni por enterado se dan, la orilla húmeda del Cubanicay los conforta. ©cAc-2015