viernes, 22 de noviembre de 2019

Gloriosa Santa Clara


Gloriosa Santa Clara fue el nombre dado por las familias remedianas fundadoras que se encomendaron a la Virgen Santa Clara de Asís para obtener su protección. Corría julio de 1689. Pasaron ciento setenta y ocho años para que en 1867, la reina Isabel II le confiriera el título de ciudad a la villa de Villaclara y once años más tarde, al dividirse la Isla en seis provincias, el teniente Gobernador general se refiere a la ciudad de Santa Clara, como la capital de la provincia del mismo nombre y que ya se conocía como Las Villas, territorio del Departamento Central, que entre 1851 y 1878, había sido suprimido y unido al Departamento de Occidente[1].
Con el nacimiento de la República en 1902, la provincia de Santa Clara se oficializó, y no fue hasta 1940 que recobró el de Las Villas. Santa Clara siguió siendo la capital, como también lo siguió siendo cuando en 1975, el gobierno diseñó una nueva división político-administrativa y Villaclara se convirtió en una de las tres provincias centrales del país. Santa Clara capital se enorgullece de estar situada a solo 33 kilómetros del centro geográfico de la isla.
Fundada en la Loma del Carmen, extendida hasta la Loma de Belén y protegida por la Loma del Capiro, Santa Clara se deja acariciar por el Cubanicay y el Bélico que de sur a norte atraviesan la ciudad y vierten sus aguas en el río Sagua la Grande.
Los muchachos de la época de mi padre conocieron un río Bélico limpio donde, en la segunda mitad del siglo XIX, la benefactora de la ciudad, Marta Abreu, hizo construir cuatro lavaderos públicos para las mujeres pobres de la ciudad[2].
La ciudad vio acelerar su desarrollo al ser enlazada por ferrocarril, primero con Cienfuegos y más tarde con La Habana y la villa de Sagua la Grande. Es la época en que Marta Abreu, hace construir el teatro La Caridad en el sitio donde estaba la ermita de la Candelaria y muchas otras obras de benéficas en la trama urbana de la ciudad.
En la década del veinte, Gerardo Machado y Morales, villaclareño y presidente de la República, aportó progreso y modernidad a Santa Clara, que vio adoquinar sus calles, mejorar el alumbrado público y dotarse de una red de acueducto y alcantarillado. La carretera Central, atravesaría la ciudad del oeste al este dejando ver a su derecha uno de los más sólidos edificios de la época: el Palacio de Justicia, con su Parque de la Audiencia tocado al centro con el monumento erigido a la memoria de José Miguel Gómez.
La ciudad de Santa Clara no tiene encanto especial. A falta de brisa marina y de un caudaloso río, se conforma con estar flanqueada al este por la Loma de Pelo Malo, rica en mármol verde, al sur por el Cerro Calvo, que es la puerta hacia las montañas del Escambray, y al suroeste por La Melchora, la loma que anuncia que casi ya entramos en la ciudad. Sin olvidar la del Capiro, loada y cantada por bardos de la villa.
Mi “pueblo” está bañado de un eclecticismo que no permite definir una línea arquitectónica. Lo poco colonial que permanece en pie se imbrica con todas las renovaciones hechas a lo largo del siglo XX, y éstas lloran entre olvidos y abandonos. Pero ese eclecticismo la hace hermosa y señorial. La estrechez de sus aceras, empuja al pilongo a bajar a la calle y a veces, hasta olvidarse del mundo. Pueblo pilongo, aunque nunca haya sido bautizado.
Las edificaciones, excepto en los alrededores del parque Vidal, no tienen soportales para protegerse del sol. Santa Clara vive entre luces, sombras y atardeceres rojizos, púrpura y naranja en dirección a La Esperanza. Caminando por sus calles apenas nos damos cuenta de sus modestos balcones con balaustres y escasos guardavecinos. Sin embargo, las grandes ventanas con sus rejas en hierro forjado atesoran secretos detrás de sus postigos, y los aleros estrechísimos cobijan una población de gorriones que vigilan el ir y venir de la gente.
Curiosamente, la ciudad llama parques a sus pocas plazas, y éstos no abundan en el perímetro urbano. El parque Vidal, que fue la plaza Mayor de nuestros ancestros, acapara toda la atención. Paso obligado en la vida cotidiana, el parque dispone de anchos paseos con bancos, palmeras y viejos árboles que llegada la noche se llenan de totíes, que buscan amparo citadino. En el centro del parque, la glorieta acoge la Retreta Municipal, una tarde-noche a mediados de semana. Frente al teatro, una fuente casi siempre seca donde todos nos metimos cuando pequeños: la fuente del niño de la bota. La estatua en bronce, comprada en Nueva York en una casa de antigüedades, en los años veinte, es el símbolo de la ciudad.
Yo no conocí la Parroquial Mayor que estaba construida en el cuadrante sureste del parque Vidal y demolida en 1923, el año en que nació mi madre; tampoco conocí La Nueva Cubana y el Hotel Cataluña cuyo edificio art déco fue demolido para en su lugar levantar Los Piragüitas, muestra de la arquitectura revolucionaria de los 60, como lo es la heladería Coppelia, edificada en la necesaria Plaza del Mercado, un edificio de tres pisos lleno de comercios que los de mi generación no conocimos.
Alrededor del parque se levanta, además del teatro, el Instituto de Segunda Enseñanza, el Ayuntamiento que alberga la emisora radial CMHW, el Gobierno Provincial que es la Biblioteca Martí, con su flamante Salón de los Consejos, el colonial Museo de Artes Decorativas y por mucho tiempo el único edificio alto de la ciudad, el Gran Hotel devenido Santa Clara Libre, entre el inmueble del Banco y el elegante Liceo de Villa Clara que fue inaugurado en 1927.
Cuando el viajero desciende en la Estación de Trenes, no encontrará habitación en el Hotel Suizo, convertido en albergue de los empleados del ferrocarril, atravesará el viejo parque de los Mártires y pasará frente a la antigua Escuela Normal de Maestros, lejos de imaginar que en sus muros habitan frescos de renombrados pintores cubanos ya desaparecidos[3]. Durante años los frescos durmieron ocultos por una, dos o varias gruesas capas de cal. Más adelante, subiendo la cuesta de San Pablo, tropezará con la iglesia de Nuestra Señora del Carmen, en cuyo parque crece un tamarindo en el medio de 18 columnas sobre las cuales se inscriben los nombres de las dieciocho familias que fundaron la villa.
Los hoteles Central[4], Florida[5], Pasaje y el Virginia ya no son hoteles. El Hotel América[6] y el hotel Modelo, lo son sin ninguna reputación, y el Brístol murió sin asistencia a pesar de estar frente al Hospital Viejo. Al caer la tarde, el parque de la Pastora que abraza en ángulo la vieja iglesia de la Divina Pastora, se llena de abuelos, niños y parejas buscando la brisa de sus frondosos árboles.
Santa Clara devino industrial a principios del 60, cuando la ciudad vio desaparecer sus pequeñas pero necesarias industrias y construyó al noroeste una industria mecánica nacional y en los terrenos del viejo aeropuerto, una fábrica de electrodomésticos diversos. Pero Santa Clara nunca ha perdido su vocación de ciudad estudiantil que le ha permitido una imagen joven y cultural intensa. La Universidad Central de Las Villas, en la periferia este de la ciudad, fue construida en pleno campo en la década del 50, y todo ese verdor le ha valido una reputación excelente, junto a sus edificios de línea moderna, la infraestructura de servicios, el central azucarero en talla reducida, el planetarium y el jardín botánico.
Como buen “pilongo”, amo Santa Clara, amo sus calles estrechas, sentarme a coger fresco en el parque y escuchar las campanadas del reloj del viejo Ayuntamiento, mirar la bruma del Bélico recostado a su malecón o chocar con su gente en días de Verbena en la calle Gloria. ©cAc-2001
Publicado en la columna El lugar donde nací…
Boletín de la Asociación del centenario de la república cubana
N° 23 Paris, noviembre 2001

[1] En Origen de las provincias actuales, pág. 407, Documentos para la historia de Cuba, Tomo III. Hortensia Pichardo.
[2] Los lavaderos públicos perdieron su razón de ser por diferentes razones, pero no han sido rescatados para darle el valor patrimonial e histórico que merecen.
[3] Las pinturas murales de la antigua Escuela Normal, luego de un proceso, primero de rescate y luego de restauración, han renacido para satisfacción de los santaclareños.
[4] Luego de muchos años de abandono, fue sometido a una profunda restauración y renovación que le ha otorgado un sello de excelencia al inmueble y al corazón urbano de la ciudad. No conozco la calidad de las prestaciones y del servicio de hotelería.
[5] Actualmente en obras para su rescate y restauración.
[6] El Hotel América, después de una restructuración, ampliación y renovación, volvió a ocupar un lugar en la lista de hoteles de la ciudad.

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